Recuerda que somos lo que comemos...
El síndrome de la abuela malvada
Este síndrome de la abuela malvada, que no podría decirlo de otra forma, porque comprende una serie de signos y síntomas muy específicos, con etapas de desarrollo y un proceso degenerativo comprobable, es un asunto preocupante...
Tu piel también se cansa
La luz azul del celular, de la computadora, de esa tableta que usamos hasta que el sueño nos vence, no solo nos roba el descanso. Nos deja pequeñas huellas en la piel...
La hora justa del sol
Después de todo, no hay urgencia que valga más que un niño creciendo bien...
¿Y si el amor no existe?
¿Nos rendimos? ¿Negamos al amor como quien niega a un dios ausente?
Un resumen de “The Work” de Byron Katie
Dejar de pelear con la realidad no significa rendirse: significa, quizá, empezar a vivir...
Con este calorón… mejor cuida tus defensas
Este calorón pasará, como todo...
Cuando se rompe el guion
Porque el deseo no aumenta. Lo que aumenta es el permiso...
Regar la flor muerta
Cuando el amor ya no existe y uno de los dos insiste e insiste hasta enloquecer
Úlceras bucales
Para todos los que son atacados por estas diminutas armas dolorosas, espero les sirva este artículo informativo y el antídoto que anteriormente referí y que repito. Tintura de propóleo...
Observa tu pensamiento
Más ligera. Más tú...
A veces no es la vida la que duele. Es lo que pensamos de ella.
Un recuerdo malinterpretado. Una idea repetida tantas veces que ya parece verdad. Un pensamiento oscuro que se esconde detrás de cada sonrisa, como quien susurra que nada tiene sentido.
Pero tú no eres lo que piensas. No eres esa voz que te dice que no puedes, que no vales, que no sanas.
Obsérvalo. Al pensamiento. Sin miedo. Sin pelear con él. Sólo míralo pasar como se observa una nube en el cielo: viene, se forma, y se va.
No te metas ahí. No te encierres en la historia que tu mente inventó. Porque si te crees todo lo que piensas, te perderás en laberintos que no existen, en dolores que no son de ahora, en miedos que ya no tienen sentido.
Analízalo. Pregúntale de dónde viene. De qué infancia, de qué herida, de qué silencio. Pregúntale por qué se repite tanto. Y luego, platícalo. Dilo en voz alta. Escríbelo. Cuéntalo a alguien que no juzgue. Sácalo de tu cabeza y ponlo en el mundo, para que deje de crecer en la sombra.
Y sal de ahí. Porque la mente también cansa. Y no todo lo que pasa por ella merece quedarse.
Ahora sí: siente tu dolor. No lo evites, no lo niegues, no lo disfraces. Si duele, es que algo importa. Si duele, es que estás viva.
Pero no confundas dolor con condena. El dolor pasa. El pensamiento, también. Y tú puedes quedarte.
Más ligera. Más tú.