El precio invisible del placer

Salud y orientación
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Cierra la pantalla. Sal al sol. Mira a alguien a los ojos...

El precio invisible del placerDeslizo el dedo por la pantalla como si en el próximo video encontrara algo que me despierte. No sé qué busco exactamente, pero cada vez que hago scroll siento que me alejo más de mí mismo. Me doy cuenta tarde, como suele pasar con las adicciones suaves, las que no se notan en el espejo pero pesan en el alma.

La dopamina, esa hormona tan mencionada en los últimos años, es responsable de eso que llamamos “placer inmediato”: comer una hamburguesa, recibir un like, dar con un video sorprendente, comprar algo que no necesito. Es una chispa breve, adictiva, que le dice al cerebro: esto es bueno, repítelo. Pero lo que no nos dicen tan seguido es que su abuso tiene un costo alto: la serotonina, la hormona del bienestar, del equilibrio, de la felicidad tranquila, empieza a apagarse.

Hay estudios que explican esta danza hormonal: cuando el sistema dopaminérgico se sobreestimula, el cerebro entra en un modo de “recompensa instantánea” y deja de valorar lo que tarda, lo que se construye, lo que requiere paciencia. Y es ahí cuando la serotonina pierde terreno. Porque esta hormona no se libera con rapidez: necesita caminatas, vínculos reales, logros personales, cosas que no caben en un clic.

Cuando pasamos el día estimulando dopamina negativa —esa que proviene de drogas, comida ultraprocesada, redes sociales sin descanso— el cerebro se acostumbra a ese ritmo artificial y empieza a “olvidar” cómo generar felicidad estable. Por eso no sorprende que, en medio del placer constante, crezca el número de personas que dicen sentirse vacías, desconectadas, sin motivación.

Yo también me he sorprendido con esa frase en la cabeza: Soy infeliz, no estoy satisfecho, me siento hueco. No porque me falte algo esencial, sino porque he perdido el ritmo interno. No hay serotonina suficiente para sostener lo que la dopamina me promete. Como si mi alma estuviera pagando deudas por las fiestas químicas de mi cerebro.

Este artículo no pretende dar respuestas rápidas —sería una contradicción más—. Solo quiero dejar un recordatorio: cada impulso tiene un costo. Y si siempre elegimos el placer instantáneo, tal vez estemos hipotecando la felicidad lenta. No lo digo como alguien que lo ha superado, sino como quien lo ha entendido tarde.

Cierra la pantalla. Sal al sol. Mira a alguien a los ojos. Tal vez ahí empiece el cambio hormonal que estás esperando.

Tobías Cruz