¿JUÁREZ, POR FOX? HAY DIOS

Quisiera que se me juzgara no por mis dichos, sino por mis hechos. Mis dichos son hechos.
Benito Juárez
Se llegó a decir que Benito Juárez era más peligroso empuñando la ley que una pistola. Esto porque hizo de la legalidad su mejor arma y con ella llegó a gobernar este país.
Para Andrés Henestrosa —uno de sus talentosos paisanos y biógrafos—, Juárez nació para estatua. Y según el criterio de varios historiadores, digamos que nacionalistas, la imagen del “Benemérito” todavía es capaz de asustar a las “señoras decentes” y, al mismo tiempo, poner los pelos de punta a los caballeros cuyo conservadurismo los induce a verlo como si fuera el diablo. Lo peor para ellos y ellas es que su efigie aparezca en nuestra moneda nacional y su nombre sea la referencia de muchas de las calles, parques, avenidas, ciudades, pueblos y escuelas de México.
Pero, no obstante la herencia que al parecer agobia a unos y a otros, la nación lleva un rumbo distinto debido a que ya transita por los caminos de la derecha. Haga usted de cuenta que el prestigio del indio de Guelatao ha sido maquillado con los mismos afeites que usan las “señoras decentes” para ocultar las manchitas de la edad. Me refiero a las mujeres que de alguna manera están representadas por doña Marta Sahagún de Fox, la primera dama en funciones de vicepresidenta “de facto”, a quien los malosos ya le dicen “Doña Constitución”.
Lo curioso de este cambio que produjo el triunfo electoral de la derecha mexicana es que la historia vuelve a repetirse, pero al revés: el lugar de la dupla Juárez-Lerdo está siendo ocupado por el dueto Fox-Sahagún. Y los comentarios ahora vertidos por los conservadores actualmente surgen de la boca de los liberales del siglo XXI. Las palabras son diferentes; sin embargo, las expresiones tienen el mismo sentido político devastador. Por ejemplo:
En 1869 se decía que Juárez y Lerdo formaban “un absurdo monstruo, un anacronismo amenazador y terrible, una pesadilla que amenaza con convertir nuestro mañana en ayer. Se aman, se profesan un afecto mutuo e indestructible” (La Tarántula). Hoy, quitándole lo de “absurdo monstruo”, el comentario general va en el mismo sentido e incluso vuelve a ser más auténtico, dependiendo de lo que doña Martita diga, haga o declare.
En este último punto, la opinión de los juaristas —o de los políticos ortodoxos— se manifiesta en contra de la figura presidencial, sobre todo cuando la esposa del primer mandatario toma actitudes de vicepresidenta o es objeto de importantes representaciones presidenciales, como la que le fue otorgada para asistir a la toma de posesión del mandatario peruano. Como van las cosas, el lector podrá apostar a que la Marta seguirá dándonos de qué hablar.
Ignoro, pues, si llegará a concretarse la acción de hacer de la presidencia de México algo así como la antítesis de la tradición republicana legada por Benito Juárez. O si las leyes se convertirán en soporte de los caprichos familiares. O si regresarán los tiempos aquellos en que “las señoras decentes” extremaban su poder y, en vez de la frase “Voy al baño”, decían “Voy a ver a Juárez” (C. Monsiváis, Letras Libres, núm. 29). Es arriesgado asegurar lo que podría suceder. Empero, está claro que lo dicho y hecho por Vicente Fox ha empezado a “arrastrar” a varios de los políticos ortodoxos o —como los llamaría Diego Fernández de Cevallos— “liberales trasnochados”. Por ello —según apuntan los hechos— de aquí pa’ real, para gobernar ya no será importante la ley, debido a que bastará contar con la aquiescencia y simpatía de los conservadores en el poder.
Debo aclarar que tal “mérito” no es sólo de Vicente Fox: hay otros políticos priistas y perredistas que, sin ser de derecha o especialistas en mercadotecnia política o “Caballeros de Colón”, gobernaron y gobiernan pasándose por el arco del triunfo las leyes de este país y de sus entidades. A partir de esas actitudes no debe extrañarnos que, por ejemplo, un diputado hable a nombre y además represente al Poder Ejecutivo de su esposo; o bien que se omitan las disposiciones de las leyes orgánicas de los poderes legislativos del país para que, en muchos casos, sean los coordinadores de la mayoría (y no el presidente en funciones) quienes representen en los actos cívicos y protocolarios a sus legislaturas y, por ende, a sus compañeros del mismo u otro partido político; o que las calles cambien de nombre y las estatuas de lugar; o que el día menos pensado aparezca la versión mexicana de Evita Perón; o que “el arma de la legalidad” sólo sirva para suicidarse.