Puebla, el legado (Espíritu democrático poblano)

Réplica y Contrarréplica
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Espíritu democrático poblano

El cielo de Puebla amaneció saturado con pinceladas de nubes que —dijo alguien por ahí— parecían pintadas por los ángeles que, cuenta la leyenda, cuatro siglos antes habían trazado la ciudad. El color azul estaba cubierto de miles de rasgos blancos extrañamente angulosos e insólitamente simétricos.

Los poblanos citadinos vieron sorprendidos aquella formación de vaporosas figuras blancas. Alguien supuso que en la bóveda celeste se proyectaba lo que parecía ser un mensaje, empero, no se atrevió a manifestar lo que para él pudo haber sido un mal presentimiento. Entre ésa y otras interpretaciones hubo sentimientos contradictorios por alentadores y aflictivos, todos con el carácter íntimo que no admite interlocutores.

Llegó el día planeado para la reunión previa de apoyo a Francisco I. Madero, el hombre que despertó la esperanza de México. La convocatoria que había empezado como un tímido rumor, en horas se convirtió en una invitación entusiasta y abierta. Cual rumor, las frases cómplices corrieron por las calles de la Angelópolis: “La cita es en la Plaza de Toros. Cuando se oculte el sol festejaremos la victoria y esperaremos hasta que arribe Madero. Será el amanecer de la nueva República”.

La algarabía que animó a los matrimonios contagió a los jóvenes universitarios. Todos se mostraron dispuestos para con su presencia responder al llamado popular. Los federales inconformes con Madero también se preparaban pero, en su caso, para disolver a los grupos de simpatizantes. “¡Denles duro!”, había dicho el coronel Aureliano Blanquet a sus colaboradores, orden que pudo haber sido uno de los malos presagios presentes en el fuero interno de quienes observaron el cielo de ese día decorado con nubes esculpidas por los vientos del mes de julio. Corría el año 1911[1].

La espía con refajo

Fue un secreto a voces la conspiración. El ex gobernador Mucio P. Martínez había dicho a sus esbirros que era necesario acabar con Madero para restablecer el orden, rumor que partió de la casa del Celerino Flores, colaborador de Mucio. La modesta sirvienta de Flores escuchó el plan y asustada se lo confió a su comadre, la dueña del tendejón de la esquina. A través del capitán Bernardo Cobos López —cliente asiduo al tendejón—, la señora hizo pública lo dicho por la comadre.

Gracias a la indiscreción de la “espía” con refajo, se corrió la voz sobre el cuartelazo martinista que ocurriría durante el amanecer del día 12 de julio, golpe planeado para provocar un conflicto con las tropas revolucionarias; el plan: saquear y violar mujeres culpando al populacho por las muertes y los delitos que ellos mismos cometerían con el propósito de desprestigiar a la Revolución. Valiéndose de esos malévolos ardides, intentaron incriminar al pueblo. Lo hicieron al difundir los actos que ellos mismos cometerían: “Si al llegar a esta ciudad algo grave le ocurre a don Francisco I. Madero, jefe triunfante de la Revolución —soltó uno de los estrategas de Mucio P. Martínez—, pasaremos a cuchillo a todos los científicos de Puebla; les daremos una sopa de su propio chocolate”. Los simpatizantes de Francisco I. Madero acusaron recibo del mensaje pero lo ignoraron. No les impactó porque parecían animados por el hecho de que el presidente León de la Barra se había comprometido a dejar el poder a Madero.

Los datos vertidos por la mucama de don Celerino, coincidieron con la llegada a Puebla del general Abraham Martínez cuya misión secreta consistía en investigar los rumores sobre la celada en contra Madero. Pocos días después sus indagaciones supo que Mucio P. Martínez (sin parentesco con él) encabezaba el movimiento cuyo objetivo era dar muerte a Madero. También se enteró de que planeaban hacerlo valiéndose del uso de dinamita. “Se trata de individuos de la antigua administración — informó a sus superiores de la Secretaría de Gobernación—; son los mismos que tienen un pacto con Ángela Conchillos, la madama que fue una de las amasias de Miguel Cabrera. Entre los principales implicados —acotó— están los señores Carlos, Mariano y Marco Antonio Martínez Peregrina, hijos de don Mucio; también el general Luis G. Valle y el coronel Aureliano Blanquet forman parte del complot”.

[1] Vázquez Gómez, Francisco, Memorias. Biblioteca Virtual Antorcha

Alejandro C. Manjarrez

Revista Réplica