La técnica Kintsugi

Salud y orientación
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El Kintsugi es un acto de amor propio...

Dicen que en Japón, cuando una vasija se rompe, no se desecha ni se esconde. Se repara con polvo de oro. A esa técnica la llaman Kintsugi, y es quizá una de las metáforas más hermosas de la existencia. Porque no intenta ocultar la herida, sino hacer de ella una forma nueva de belleza. Cada grieta se convierte en un hilo dorado que cuenta una historia: la del objeto que fue quebrado y, aun así, se atrevió a seguir siendo.

Nosotros, a diferencia de la cerámica, solemos disimular las fracturas. Pegamos los pedazos rápido, para que nadie note el daño. Cambiamos de rostro, de ciudad, de compañía, como si el olvido fuera un barniz milagroso. Pero por dentro seguimos temblando, temiendo que alguien vea el trazo de nuestras caídas. Quizá por eso tantos se sienten vacíos: porque intentan vivir sin reconocer lo que los partió.

El Kintsugi no repara por vanidad, sino por respeto. Respeto al proceso, al tiempo y a la fragilidad. Nos recuerda que lo roto no es el final, sino una oportunidad de transformación. Que el dolor, si se mira con cuidado, puede convertirse en oro. Y que las marcas no deben borrarse, porque son la prueba de que existimos con toda la intensidad de la vida.

Cada vez que algo se quiebra en ti —una relación, una ilusión, una certeza— puedes elegir cómo reparar esa parte. Puedes esconder la fractura o puedes llenarla de luz. Puedes fingir que nada pasó o agradecer la oportunidad de volver a construirte desde un lugar más honesto.

El Kintsugi es un acto de amor propio. Una ceremonia silenciosa en la que aceptas tus ruinas y las vuelves arte. Y en ese gesto humilde, casi espiritual, descubres que la perfección no está en no romperse, sino en tener el valor de volver a unir los fragmentos con las manos llenas de oro.

Tobías Cruz

Revista Réplica