Por qué dejamos de enamorarnos del caos

Salud y orientación
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El corazón, cuando madura, descubre una verdad que al principio asusta...

Hay un momento —no sabemos bien cuándo llega— en que el corazón deja de buscar incendios. Después de tantos tropiezos disfrazados de amor, uno empieza a notar que ciertas miradas ya no brillan, que ciertos gestos ya no hechizan, que ciertas historias ya no nos envuelven como antes. Lo que antes parecía irresistible —la persona inaccesible, el vaivén emocional, el drama seductor— comienza a sentirse cansado, ajeno, incluso un poco lejano.

Y lo que un día ignoramos —la calma, la coherencia, la presencia sincera— empieza a sentirse como un hogar donde por fin es posible descansar.

No es casualidad. A veces el alma tarda, pero aprende.

La memoria del gusto

El corazón también guarda memoria. Y esa memoria, muchas veces, nos empuja hacia lo conocido, no hacia lo sano. Por eso tantos se enamoran del caos: porque la turbulencia les resulta familiar, porque la intensidad parece cariño, porque la adrenalina camufla heridas viejas. Uno confunde latidos acelerados con amor, cuando en realidad son alertas del pasado tocando la puerta.

Cuando la brújula se acomoda

Pero llega el día en que, después de mirarse de verdad, después de hacer el trabajo interno que tantas veces se evita, la brújula afectiva se acomoda. Ya no basta la emoción; ahora importa la paz. Ya no deslumbra lo impredecible; conquista lo que sostiene.

Sanar tiene ese efecto silencioso: cambia el gusto sin pedir permiso.

Dejar de enamorarse del dolor también es un acto de salud

Uno no deja de amar: deja de sobrevivir dentro del amor. Deja de necesitar historias que duelan para sentirse acompañado. Aprender a ver las señales sin convertirlas en adicción es una forma delicada de crecimiento. Entonces la estabilidad —esa palabra tan injustamente tratada— revela su belleza: la de quien se queda, la de quien escucha, la de quien no juega a perderte.

Cuando cambia la mirada, cambian las elecciones

La madurez emocional vuelve más compleja la idea de belleza. Ya no basta el gesto encantador: hace falta coherencia. Hace falta disponibilidad. Hace falta verdad. El deseo deja de ser impulso y se vuelve elección; una decisión guiada por el bienestar que ahora habita dentro.

No significa que antes eligiéramos mal. Significa que ahora elegimos desde otro lugar.

El amor sano no cae del cielo: se construye

El corazón, cuando madura, descubre una verdad que al principio asusta: la tranquilidad también enamora. La estabilidad también seduce. Y el amor —cuando deja de doler— se vuelve más nítido, más profundo, más digno.

Quizá esa es la señal más clara de crecimiento: cuando lo que antes nos quemaba ya no nos llama, y lo que antes parecía simple se convierte, por fin, en nuestro verdadero refugio.

Tobías Cruz

Revista Réplica