Hablar del alcoholismo con información y sensibilidad no solo salva vidas, también rompe silencios...

El modelo que cambió la forma de mirar las adicciones: del juicio moral a la comprensión científica.
Durante muchos años se creyó que las personas con problemas de alcohol simplemente “no tenían fuerza de voluntad”. Se les juzgaba, se les marginaba y se asumía que bastaba con decidir dejar de beber para solucionarlo.
Pero en 1946, un investigador llamado E. Morton Jellinek cambió esa visión para siempre. Su propuesta —conocida como la Tabla de Jellinek— explicó que el alcoholismo no es un vicio, sino una enfermedad progresiva que afecta cuerpo, mente y emociones.
Un enfoque que cambió la historia
Jellinek, científico húngaro-estadounidense, analizó cientos de testimonios de personas con dependencia al alcohol. Descubrió que el proceso seguía un patrón reconocible, con síntomas que avanzaban poco a poco, como si se tratara de una escalera descendente.
De ahí surgió su famosa curva del alcoholismo, que describe cómo una persona pasa del consumo social al abuso y finalmente a la adicción.
Su mirada fue revolucionaria: el problema dejó de explicarse por la moral y comenzó a entenderse desde la medicina y la psicología.
Las cuatro fases del alcoholismo según Jellinek
El modelo propone cuatro etapas que marcan la progresión de la enfermedad:
- Fase pre-alcohólica
El consumo inicia de manera social o recreativa, pero el individuo comienza a usar el alcohol para aliviar la tensión o “sentirse mejor”.
Primer signo: beber deja de ser placer y se convierte en necesidad.
- Fase prodrómica (de advertencia)
Surgen lagunas mentales, ansiedad por beber y justificaciones constantes.
Aparece la dependencia psicológica: se bebe para no sentirse mal.
- Fase crucial
Se pierde el control. El alcohol empieza a dominar la vida cotidiana y surgen conflictos familiares, laborales o personales.
El consumo ya no es opcional: aparece el síndrome de abstinencia.
- Fase crónica
El cuerpo necesita alcohol para funcionar. Se presenta deterioro físico, emocional y social.
El consumo se vuelve una necesidad fisiológica, incluso sin placer.
Un modelo que cambió el rumbo de la salud pública
La Tabla de Jellinek transformó la manera en que el mundo entendía el alcoholismo.
A partir de su trabajo, la Organización Mundial de la Salud reconoció oficialmente esta condición como una enfermedad en la década de 1950, y surgieron programas de recuperación como Alcohólicos Anónimos (AA).
El enfoque de Jellinek abrió el camino hacia la rehabilitación integral: combinar atención médica, apoyo psicológico y acompañamiento social.
Lo que la ciencia dice hoy
Aunque el modelo de 1946 es considerado una referencia clásica, hoy se sabe que el alcoholismo no siempre sigue un orden lineal.
Factores genéticos, emocionales y ambientales pueden modificar el proceso.
Aun así, su principal aporte sigue vigente: humanizar la comprensión del alcoholismo y promover la empatía frente al juicio.
En resumen
La Tabla de Jellinek fue un punto de inflexión.
Más de siete décadas después, su mensaje sigue siendo claro:
El alcoholismo no es una falta de carácter. Es una enfermedad que se puede tratar y, sobre todo, entender.
Reflexión
El trabajo de Jellinek sigue recordándonos que los problemas de adicción no se enfrentan con culpa, sino con comprensión. En una sociedad donde el consumo de alcohol está normalizado —y hasta celebrado—, reconocer los primeros signos puede marcar la diferencia entre una vida saludable y una vida atrapada por la dependencia.
Hablar del alcoholismo con información y sensibilidad no solo salva vidas, también rompe silencios.
Y ese, quizá, sea el legado más valioso de Jellinek: enseñarnos a mirar el sufrimiento humano con ciencia, pero también con empatía.