DIPUTADOS POR LA GRACIA DE DIOS

De vivir el siciliano Giuseppe Tomasi, príncipe de Lampedusa y autor de la novela El Gatopardo, seguramente estaría feliz en Puebla haciéndole al observador electoral. Y puede que hasta daría a nuestra bella y angelical ciudad el título de sede finisecular del “gatopardismo” político, expresión con la que —como usted sabe— se define la costumbre de cambiar todo para que las cosas sigan igual.
El novelista sustentaría su moción en el estilo de las campañas de los candidatos a diputados del PRI, PAN y PRD para los cuatro distritos de la capital poblana. Argumentaría que la forma es “igualita” a la que distinguió a los candidatos de hace tres, seis, nueve o doce años.
(Antes de continuar con el tema que, como usted se habrá dado cuenta, pretende criticar las campañas de los candidatos a diputados federales, el lector me permitirá hacer este paréntesis para recordar lo que dice Rodrigo Borja en su Enciclopedia de la Política: la citada novela —comenta el también expresidente de Ecuador y diplomático— trata de la decadencia de la nobleza siciliana en la época de la unificación italiana. Frente al inevitable ascenso de la burguesía, un viejo príncipe decide promover el matrimonio de la hija de un comerciante plebeyo con su sobrino, boda que el añoso noble usó para introducir su decadente clase social entre sus enemigos mortales, convertidos en la nueva fuerza política dominante).
Tenemos, pues, que dicha definición se usa para significar la transacción entre la aristocracia en vías de extinción “y la naciente burguesía y, más generalmente, el pacto con el enemigo político tradicional”.
¿Por qué la comparación?
Hace dos décadas el PRI tuvo la ocurrencia de designar a varios empresarios sin experiencia política ni sensibilidad social. Se trataba entonces de quedar bien con los dueños del dinero y algunos de los grupos financieros dominantes, además de atemperar la presencia política que, a través del PAN, logró el sector patronal.
No importó que los escogidos hubieran estado ausentes de la realidad social. Incluso varios de ellos descubrieron que existían las colonias populares y que mucha gente no tenía qué comer.
Poco después, el Partido de la Revolución Democrática siguió el ejemplo e invitó a los llamados candidatos ciudadanos, cuya raigambre familiar los ubicaba precisamente en lo que podríamos definir como dominios de la burguesía moderna.
El PAN no quiso quedarse atrás e hizo diputados y alcalde de Puebla a media docena de empresarios de “sangre azul”, cuya fuerza empresarial era nula o de plano estaba vulnerada debido a la modestia o la incompetencia que ubicó a sus negocios al borde del fracaso. En ambos casos podríamos decir que la diputación salvó a la pléyade empresariopolítica de los nocivos efectos que las quiebras producen en el prestigio de aquellos que se mueven en el jet set angelopolitano.
Hoy las cosas han cambiado para que todo siga igual: por un lado, los candidatos del PRI realizan su proselitismo con los mismos métodos de antaño, esperando que se repita el efecto Cuauhtémoc de la elección de 1997, fenómeno que les permitió el carro completo gracias a que los perredistas se quedaron con el voto de castigo, antes patrimonio del blanquiazul.
Por otra parte, el PAN repite su estrategia de campaña buscando conservar los votos que en 1994 lo hicieron el partido local dominante.
Y para no quedarse atrás, el partido del sol azteca sigue tan igual como antes.
En buena medida, el triunfo de los cuatro candidatos capitalinos del PRI dependerá de que ese voto de castigo se manifieste en los candidatos del PRD. De otra forma, el sufragio referido podría beneficiar a los abanderados del Partido Acción Nacional. Y lo que busca este partido es, precisamente, cachar todos esos votos que en las prospectivas les dan el triunfo.
Esta es, a grandes rasgos, la estrategia de los candidatos. La otra, la conocida como propaganda política, no tiene ninguna consistencia. Es bofa y sin contenido o fuerza ideológica. No convence a nadie, pues ni siquiera a sus propios cuates, correligionarios y contlapaches.