Puebla, el legado (El llamado del más allá)

Réplica y Contrarréplica
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El llamado del más allá

Horas después de la masacre en Puebla, Madero llegó a la ciudad y fue enterado por sus seguidores. La tragedia le sorprendió; pero:

—Blanquet y Mucio son los conspiradores —le dijeron—. Por culpa de estos traidores han muerto muchas mujeres, niños y hombres. Todos acudieron a la Plaza de Toros para protegerse y esperar la hora de recibirlo a usted. En esas estaban cuando su vida fue cegada por quienes planean asesinarlo.

—No muchachos, no crean nada —respondió el prócer—. Nuestros enemigos son hoy nuestros mejores amigos —aseveró con la ingenuidad que lo caracterizaba. Quizá estaba pensando en lo que quince años antes le había dicho el espíritu de su hermano (“Serás un mártir”). Puede ser incluso que por ello haya preferido olvidarse de las víctimas a pesar de que habían muerto por el ideal que él representaba.

Después de insistir en lo que había dicho (“No muchachos, no crean nada…”), sin haber dado crédito a los informes de sus preocupados seguidores, Madero optó por abrazar al coronel Blanquet[1]. No faltó quien para justificarlo considerara que con esa actitud y su buena disposición hacia a los federales, Madero habría querido evitar otro atentado. También hubo quienes supusieron que Madero estaba asustado o bien que había aceptado la profecía del ánima de su hermano muerto tres lustros antes. Qué decir de los crédulos cuya seguridad se basó en la actitud de Madero: aseguraron que la respuesta maderista obedecía a una sesuda estrategia pensada para llegar a la presidencia sin obstáculos y que, una vez en el ejercicio del cargo, actuaría conforme a la ley consignando a los asesinos del 12 de julio. Pero tal y como lo establece la historia, muchos —incluido el propio Madero— estaban equivocados.

Ese día 12 de julio las nubes blancas esculpidas por los ángeles dejaron su lugar a los nubarrones que presagian tormenta, en este caso la nacional que produjo el chacal Victoriano Huerta, torvo asesino de Francisco I. Madero.

El diablo había pintado el cielo de negro.

Y nadie lo notó.

[1] Álvarez y Álvarez de la Cadena, José: Justicia Social, anhelo de México. Ed. Benemérita Universidad Autónoma de Puebla-Senado de la República

Alejandro C. Manjarrez

Revista Réplica