Los rehenes del PAN (Crónicas sin censura 158)

Réplica y Contrarréplica
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LOS REHENES DEL PAN

Vámonos tesoro, no te juntes con esa chusma.

Doña Florinda.

 

Platica poblano mientras yo te gano.

José Guadalupe Posada.

 

La lógica indica que la noche del domingo fue una de las más tristes para los habitantes de Los Pinos. Y que Vicente Fox se quedó con las ganas de hacer su acostumbrada llamada de felicitación al triunfador de la contienda tabasqueña: tal vez se negó a escuchar la voz de Manuel Andrade, el priísta que, junto con Roberto Madrazo y cuates, todavía está festejando la segunda victoria electoral en menos de un año (la primera se la birlaron los magistrados del Tribunal Federal Electoral —TFE).

Esa misma lógica nos induce a suponer que los panistas están más tristes que los miembros del PRD, incluido desde luego Andrés Manuel López Obrador. Esto porque el PRI sigue siendo el principal “enemigo” a vencer, en virtud de que todavía conserva los números que —contra la opinión de sus detractores blanquiazules— lo mantienen vigente en la vida pública nacional: 18 gubernaturas, 10 millones de militantes y simpatizantes, casi 60 millones de mexicanos gobernados por priistas, la mayoría de las diputaciones locales y federales, además de 60 de los senadores de la República que llevan su “deteriorada” marca.

A partir de ello deberíamos suponer que el resultado de Tabasco cayó como balde de agua fría al presidente de México, dado que el PAN perdió presencia en aquel estado y, por ende, en las estadísticas nacionales: en la elección del 2000 su votación alcanzó el 8 por ciento, mientras que la del domingo pasado apenas llegó al 2 por ciento.

Sin embargo, de acuerdo con la opinión de algunos políticos cercanos al máximo poder del país, más que perjudicarlo, el triunfo del PRI ayuda al presidente de México. Esto porque —dicen los que saben— don Vicente vive agorzomado por las presiones que contra él ejercen los dirigentes de su partido. De ahí que el efecto Tabasco sirva de valladar al crecimiento de Acción Nacional y, de alguna manera, impida que Fox se convierta en rehén de ese partido. Digamos que ahora podrá negociar con los priistas sin el exceso de presiones a cargo de los panistas. Y que, además de los cambios sugeridos a la Reforma Hacendaria, se tomarán en cuenta las propuestas del PRI relativas a modificar los aspectos legales que permiten al TFE irrumpir en la soberanía de los estados. Son parte de las reglas del juego.

Lo malo para los priistas poblanos —en especial para el candidato a la Alcaldía de la Angelópolis, don Carlos Alberto Julián y Nacer— es que los resultados de Tabasco no tengan incidencia ni tampoco impacten en el futuro electoral de la ciudad de Puebla. Una cosa es el edén y otra “El relicario de América”. No es lo mismo el trópico que el altiplano. Nada tiene que ver la fogacidad de los habitantes de tierra caliente con la parsimonia de los poblanos. Son distintas formas de ser: uno franco, abierto, agresivo, echado pa’delante; y el otro calmado, barroco y selectivo. Los herederos de los camisas rojas y los soldados de casaca azul son diferentes y están en los extremos ideológicos.

La única relación —que por cierto no influye en lo electoral— podría ser el origen del respetable padre de Víctor Manuel Giorgana Jiménez (don Arnulfo), o el “jus sanguinis” de Manuel Bartlett Díaz, o la buena fama que por aquellos rumbos ganó a pulso el ingeniero Rodolfo Sánchez Cruz, o la cuna natal de José Mijares Palencia (Bartlett y Mijares, exgobernadores con profundas raíces en el estado de Tomás Garrido Canabal, uno de los mal llamados “enemigos de Dios”). No hay otro vínculo que haga suponer que lo de Tabasco logrará impulsar la participación de los priistas poblanos, al grado de cambiar de rumbo la inercia que todavía favorece al candidato del PAN, “vuelo” que se debe al trabajo de los viejos panistas.

Así que, priistas, no hay por qué quemar cohetes ni echar a volar las campanas de la Catedral. Quizá lo mejor sería organizar una peregrinación para visitar al Señor de las Maravillas, o al Santo Niño Cieguito, o a la Virgen de Juquila, o a la Virgen de Guadalupe, o al Santo Niño de Atocha, para —como en el fútbol— pedirles que tomen partido. Y de paso rogar que les concedan un milagrito: que no haya más rehenes del PAN.

Alejandro C. Manjarrez

Revista Réplica