“Los dineros del sacristán, cantando vienen cantando se van”
No obstante mi poder de recuperación (algunos lo definen como cinismo), la reunión con Froylán del Río me dejó preocupado. Busqué alguna justificación que me ayudara a borrar malas impresiones para fortalecer la amistad que habíamos iniciado. Me costó trabajo porque había hecho alusión al lado lóbrego del culto católico, espacio que por ordinario lastimaba u ofendía la tradición religiosa de la milenaria Iglesia. Fue un comentario que restregó la llaga abierta por las distintas menciones que han puesto en duda la autenticidad de Adán y Eva y, lo peor, que muestran lo que podría ser el origen de la humanidad basado en la relación incestuosa de los primeros habitantes de este mundo pecador. Tampoco debí decir que los indígenas conquistados y conversos habían cambiado el sentido original del credo que profesaban los frailes que llegaron a América. Y menos aun hablar de la semejanza entre los ritos indios y cristianos, sobre todo en la Eucaristía que para mí es la esencia del sincretismo mexicano.
Al siguiente día llegué preocupado al palacio de gobierno. Pensaba en las probables reacciones del Arzobispo. Traté de olvidarlo e hice dos o tres cosas relacionadas con el trabajo que más me molestaba porque eran firmas y autorizaciones de asuntos comunes en la administración pública. En esas estaba cuando apareció en mi despacho la doctora De la Hoz. Como siempre ocurría, su presencia atemperó mis preocupaciones dotándome además del optimismo que se necesita para producir ideas y, sobre todo, certidumbre.
—Te acaban de traer este documento. Lo manda el Arzobispo —dijo con un temple que contrastó con mi preocupación.
— ¿Ya lo leíste? —pregunté sin tomar en cuenta el troquel de lacre morado sobre el borde del sobre.
—No. Aquí dice que es personal y confidencial —respondió mientras señalaba con uno de los dedos la frase enunciada. Se quedó en silencio. Sin decir una sola palabra usó la uña decorada con un motivo que parecía inspirado en el arte de Picazo: bordeó con la yema del índice la redondez del lacre, miró a mis ojos y dijo—: Mejor te dejo solo para que lo leas. Si soy necesaria me llamas. Me quedaré en la oficina contigua.
La preocupación se transformó en molestia porque el prelado había roto el pacto de la entrega “en propia mano”. En cuanto Mary cerró la puerta procedí a romper el sello del sobre. La curiosidad me hizo perder la cadencia de la doctora. Cuando caí en cuenta ella ya había desaparecido y me perdí el extraordinario espectáculo que producía su rítmico trasero. Suspiré. Enseguida procedí a leer lo que resultó una revelación producto de la red conformada por los sacerdotes que colaboraban con el SIAP, todos ellos merecedores de la beatificación debido a que hicieron el milagro de crear la red de espionaje social mejor organizada y más efectiva, trama que me recordó las menciones sobre Nicodemo. He aquí parte de lo que decía el documento de marras:
Amigo:
Me disculpo por mi intempestiva salida. No tiene caso exponer a Usted las razones de mi reacción. Hacerlo podría alterar nuestra amistad que, espero, sea tan duradera como las vidas que el Señor nos ha regalado para ganarnos su aquiescencia o, si fallamos en nuestra misión terrenal, para esperar su siempre amoroso y comprensivo perdón.
Apuré esta entrega porque sentí que la información ayudaría a borrar cualquier mal agobio derivado de nuestro desencuentro. Como podrá comprobar, se trata de una revelación que, creo, le ayudará a cambiar, si las hay, cualquier mala impresión entre los dos niveles de gobierno, el que Usted representa y el que encabeza Emmanuel Cordero.
Por circunstancias que no viene al caso mencionar, fui informado de cómo y por qué fue ejecutada la señorita Irene Walter Rémix, datos que, supongo, conoce bien o cuando menos intuye gracias a sus informantes.
Esta es la historia:
La mujer mencionada tenía vínculos familiares con uno de los delincuentes más peligrosos. De ahí que el gobierno (los informantes no precisaron si el que Usted encabeza o el federal) tomara cartas en el asunto para evitar que la licenciada Walter siguiera filtrando información al capo Yanga. Se constituyó un grupo especial cuyas instrucciones fueron eliminar a la dama dándole al evento la apariencia de un desventurado accidente. Encabezó la operación un militar de apellido Ramos. El tipo forma parte del grupo de confianza del presidente Cordero, circunstancia que lo libra a Usted, querido amigo, de la sospecha que produce estar cerca o involucrado en ése que es uno de los pecados capitales.
La persona que nos hizo esta revelación salió mal herido de aquel percance (debería decir atentado) porque, según dijo, le falló el cálculo y no pudo saltar a tiempo del vehículo que colisionó con el de la señora Walter. La misma fuente asegura que, al darse cuenta de que el objetivo había quedado a salvo gracias a las medidas de seguridad de su automóvil, Ramos tomó la decisión de terminar el trabajo valiéndose de uno de los fierros sueltos a consecuencia del accidente: lo usó para asestar un golpe en la cabeza de la mujer.
El casual testimonio de la persona confidente eximió de culpa al gobernador, o sea a Usted. Dijo que sus instrucciones fueron evitar a toda costa que se enterara del plan operado por el señor Ramos. La sorpresa provocada por este trance permitiría al gobierno de Cordero llevar a cabo una investigación para que sus servicios de inteligencia establezcan hasta dónde el gobernador de Puebla podría estar relacionado con el capo Yanga.
Una vez cumplido mi deber, pido a Dios que lo proteja e inspire para hacer el bien donde el mal prolifera como una epidemia mortal. Y aunque es de toda mi confianza, me disculpo por haber usado a un propio para entregar la epístola que tiene en sus manos.
Su obsecuente amigo.
+Froylán del Río
Arzobispo de Puebla
No lo pensé mucho y llamé a la doctora De la Hoz. Cinco minutos después volvió a entrar mostrándome en su rostro la ansiedad producto de la inesperada misiva arzobispal. Una vez más me demostró que tenía la facultad de captar mis ondas cerebrales. La invité a sentarse a mi lado en uno de los rincones protegidos y fuera del alcance de las indiscretas cámaras del sistema de grabación de imagen y voz.
—Es sobre el accidente de Irene, ¿verdad? —dijo en cuanto nos sentamos.
En lugar de confirmarle lo que ella intuía refiriéndole el contenido, le entregué la carta de Froylán.
—La lees, la analizas y después me viertes tu opinión —ordené—. Hazlo mientras que yo reviso algunos papeles.
Mary leyó dos o tres veces lo escrito por Del Río. La escuché suspirar en varias ocasiones. Se recostó en el sillón presidencial. Yo fingía leer mientras que de reojo observaba sus reacciones. Cruzó la pierna mostrándome el terso recorrido que iniciaba en la rodilla y terminaba en el nacimiento de sus glúteos. Se quitó de la cara el mechón de cabello que necio insistía en tapar la mitad del rostro. Por fin me miró. Lo hizo inquisitivamente y me preguntó con la ceja izquierda levantada:
— ¿Qué le hiciste al Arzobispo?
— ¿Crees que su revelación se deba a una venganza? —reviré esperando escuchar lo que ella había percibido.
—Es obvio que el tipo ha estudiado la información recabada por sus sacerdotes —respondió segura—. Lo que dice no es producto de una o de varias confesiones. No. Se trata de la hipótesis basada en datos y comentarios de personas cercanas al poder, supuestos que podrían estar armados con los dichos e incluso, por qué no, con las confesiones de los feligreses. ¡Claro que hubo un herido y que éste pudo haberse confesado! Pero de eso a revelar lo que no sabía, hay una enorme distancia…
—A ver, explícame: cómo un tipo que participa en algún atentado no sabe lo que hay detrás —inquirí sabedor de su respuesta después de haberme esforzado por quitar la vista de sus piernas.
—Es tradición, regla y condición que el responsable de esas operaciones guarde para sí los detalles —soltó entrecerrando los ojos. Con cierta incomodidad abundó—. Lo que debemos hacer, si estás de acuerdo, es llamar y encarar a Arturo Ramos para que él lea la carta y nos diga su versión. Así acabaremos con las especulaciones que a ti te quitan el sueño y a mí me llenan de dudas. ¿Qué te parece?
Me gustó la propuesta pero dudé. Pasaron algunos segundos, tiempo en que mi cerebro procesó todas las imágenes que formaron las conversaciones que había tenido con Ramos. Pensé en varios escenarios hasta que entendí lo que pudo haber inspirado a María de la Hoz.
—Supones que para Ramos somos su salvación, ¿verdad?
—La única porque en meses dejará de contar con el apoyo del presidente Cordero. Él sabe que el personal de seguridad es el primero que queda fuera una vez que ocurre el relevo presidencial. Y lo de Irene es un cabo suelto que le inoportuna, le preocupa y…
—Está bien —interrumpí—. Le mostramos la carta, vemos cuál es su reacción y depende lo que diga operamos en consecuencia. Pero… Tú debes tener un plan B, ¿o no? —inquirí curioso.
Mary sonrió maliciosa antes de soltar: —Fernando, el procurador. Él es el plan B.
Ya no fue necesario que me explicara lo que había pensando. Capté su intención y sentí una extraña sensación de poder. En efecto, el destino de Arturo Ramos había quedado en nuestras manos.
—De acuerdo Doctora. ¿Cuentas con elementos probatorios para que funcione la segunda opción? —reté.
—Como dicen los abogados, señor Gobernador, son pruebas circunstanciales, válidas mientras haya control sobre la justicia. Es algo que saben aquellos que comparten el poder, aunque sea en una de sus variantes modestas. Ramos se encuentra en esa encrucijada cuya salida sólo la conoce su jefe inmediato, o sea Tú. No rechistará. Por el contrario, colaborará sin restricciones.
La doctora me impresionó. Acababa de conocer otra de sus facetas, la deliciosamente perversa. En ese momento entendí que tanto para ella como para Ramos yo era la única carta de estabilidad y, en el segundo caso, de impunidad. Asimismo comprendí que una vez concluido mi mandato, ellos serían mis únicos baluartes para defenderme de las acciones del sucesor, actos apoyados en la costumbre de culpar de todo al que deja el cargo. Faltaban menos de dos años a mi gobierno y ya era tiempo de empezar a formar mi equipo de retiro, defensa y ataque.
— ¿Cuándo le mostramos al capitán la carta del Arzobispo? —pregunté con la prudencia y la inflexión que oculta las decisiones tomadas.
—Puede ser hoy mismo o mañana o dentro de tres meses. Eso tú lo decides Herminio. Aunque sé que ya tienes la respuesta —jugó la mujer—, asumo como propias tus decisiones.
Otra vez me había leído el pensamiento porque yo ya había considerado que ella fuera la infidente que le mostrara la carta a Ramos. Así que ante la falta de alternativas me vi obligado a comentarle la maniobra:
—Mary: eres tan hermosa como inteligente —le dije con la modulación que se da entre amigos cómplices—. Por ello estoy seguro que tú diseñarás tu propia estrategia. Mientras llévate la carta y úsala cuando consideres oportuno hacerlo.
— ¡No Gobernador! ¡Tú tienes que conservar el original! —Lanzó sin piedad, quizá pensando en Imagine, de John Lennon, cuyos acordes y voz impedían aún más el registro de nuestra conversación—. Imagina que no es tan difícil de hacer —dijo repitiendo parte de la letra musicalizada—. Haré una copia y con ella opero. No lo creo pero si algo sale mal podrás intervenir para corregirnos la plana.
La escuché y asentí sin entender lo que vislumbraba. Meses después me cayó el veinte cuando me vi obligado a intervenir para salvarla a ella y salvarme a mí y, según soñaba entonces, compartir el mundo en paz.