EL CÁNCER SOCIAL
La ley es una telaraña que detiene a las moscas y deja pasar a los pájaros.
—Anacarsis.
Ahora adulador, mañana traidor.
—Dicho popular.
Dice Yves Mény, estudioso de la corrupción como fenómeno de características internacionales, que la sofisticación de las actividades corruptas tiende a convertirlas en una acción invisible y, por tanto, difícil de castigar.
Para Michael Johnston, también especialista en el tema, la corrupción puede y debe ser tratada como una propiedad de la sociedad en su conjunto. Esto porque, para que exista y se promueva, se requiere necesariamente de la integración de la tríada patrocinador–agente–cliente.
Arnold J. Heidenheimer, “topógrafo” de esta lamentable costumbre, asegura que la presencia de la corrupción en los países europeos ha provocado presiones de todo tipo, algunas de ellas destinadas a tratar de controlar los sobornos a funcionarios públicos. Gracias a los estudios de este especialista, se ha llegado a establecer por qué la corrupción en niveles inferiores tiene menor incidencia en Francia que en Italia, por ejemplo.
Donatella Della Porta, otra de las expertas, comenta que la corrupción es una de las causas de los cambios en los gobiernos del mundo y, en particular, de la transformación de las características de sus clases políticas. Basándose en documentos judiciales, informes de comisiones parlamentarias, análisis de la prensa y entrevistas, explica el nacimiento de una nueva clase de políticos–negociantes cuya habilidad los ha inducido a invertir parte de las utilidades en su carrera, generando incluso recursos de consenso y lealtad para los tratos ilegales.
Susan Rose-Ackerman aborda el tema ubicándose en los “altos estamentos”. Sus estudios establecen que la corrupción en esos niveles se traduce en grandes cantidades de dinero e involucra a empresas multinacionales, que son las que suelen pagar los sobornos y las comisiones ilegales más espectaculares. Y alerta: la democracia y el libre mercado no son necesariamente un remedio. Los países que se democratizan sin crear una legislación ni velar por el cumplimiento de las normas que diriman los conflictos de intereses, el enriquecimiento financiero y los sobornos, corren el riesgo de socavar sus frágiles constituciones… Las naciones que liberalizan su economía sin proceder a una reforma paralela del Estado se arriesgan a crear graves presiones entre sus funcionarios, quienes tendrán que participar de la nueva riqueza creada por el sector privado.
Igual que su colega de investigación, Pier Paolo Giglioni y Steven R. Reed coinciden en lo difícil que resulta frenar la inercia de la corrupción.
El primero la define como un síntoma de profundo deterioro de la vida pública que además amenaza los valores básicos de la democracia. Y concede a los medios informativos el poder para, como ocurrió en la Italia corrupta, deslegitimar al sistema político. “La cobertura televisiva del primer gran juicio por corrupción que emanó de la investigación judicial —arguye—, transformó a éste en un ritual de degradación de los políticos implicados, y simbólicamente marcó la caída del régimen, eliminando a toda una élite gobernante…”
El segundo resalta la gran corrupción que penetró la estructura política de Japón, un país donde los escándalos han lesionado a tantos primeros ministros, al grado de propiciar una amplia reforma política que intenta impulsar al país hacia un sistema basado en la cultura cívica.
Vienen a cuenta todas estas referencias para establecer que no sólo en San Juan hace aire. La corrupción se ha convertido en un tesoro casi divino. Y lo peor es que muchas de sus prácticas están “apoyadas” en documentos que “respaldan” o cubren al funcionario experto en manipular la normatividad para echarle la culpa a otros.
Todo ello, respetado lector, me lleva a recordar la anécdota protagonizada por el ilustre poblano Luis Cabrera Lobato y algún funcionario de la Federación:
—Es usted un corrupto, un ratero —espetó Cabrera.
—¡Pruébelo! —respondió indignado el dizque ofendido.
—¡Lo acuso de corrupto y de ratero, no de pendejo!
Como ésta, la historia de México está llena de anécdotas, algunas divertidas, otras lamentables.