LOS INDIOS, LA SOLUCIÓN
Siempre en política, la lenta tenacidad vence a la indómita energía; el plan meditado al impulso improvisado; el realismo al romanticismo.
Stefan Zweig
Solo el que carga su morral sabe lo que lleva adentro.
Dicho popular
Para Fernando Benítez, la única forma de vencer “el peso de la noche”, de salir del tercer mundo para entrar al primero, es rediseñar la educación con el fin de que los indígenas se adueñen de la civilización moderna. Nos pone como ejemplo a dos indios que revolucionaron la política y la literatura mexicana: Benito Juárez e Ignacio Manuel Altamirano.
La pasión indigenista adoptada por Don Fernando Benítez no le resta ni un ápice a su lógica de singular historiador. Tan está en lo cierto que sus ensayos, trabajos e investigaciones son textos obligados para quienes desean conocer las raíces del México antiguo y obra de consulta para escritores, historiadores y periodistas.
¿Qué hizo Juárez para quitarse “el peso de la noche” impuesto por el clero de la época? ¿Cómo fue que Altamirano logró sacudirse la oscuridad que entonces esparcían los curas llamados “padres de misa y olla” o lárragos? (Se les daba el primer apodo porque, por su ignorancia, solo decían misa para ganarse el pan de cada día y no se les permitía ejercer otras funciones que requerían instrucción y capacidad. Y se les llamaba lárragos porque solo estudiaban el curso de teología moral del padre Lárraga).
Juárez cambió radicalmente su destino cuando declinó la invitación de su padrino, quien quería hacerlo estudiar teología moral para que después recibiera las “órdenes sagradas”. En 1827 concluyó el curso de artes y en ese tiempo tuvo contacto con los grandes acontecimientos que envolvieron a la nación mexicana: la guerra de Independencia y todo lo que derivó de ella. El “Benemérito” recuerda en sus Apuntes para mis hijos que en las escuelas primarias no se enseñaba la gramática castellana. “Leer, escribir y aprender de memoria el catecismo del padre Ripalda —dijo Juárez— era lo que entonces formaba el ramo de instrucción primaria. Era casi inevitable que mi educación fuera lenta e imperfecta…”.
Por su parte, Altamirano tuvo la fortuna de ser discípulo de Ignacio Ramírez, “El Nigromante”, de quien —según escribió en su prólogo al libro Obras de Ignacio Ramírez— obtuvo el bagaje político, literario y filosófico.
“Ignacio Ramírez —confiesa Altamirano— influyó en mi existencia de una manera radical, y yo lo consideré siempre no como un amigo, lo cual habría establecido entre nosotros una especie de igualdad, sino como un padre, como un maestro, ante quien me sentía penetrado de profundo respeto y sincera sumisión”.
Acudo a la historia y a Fernando Benítez para reflexionar sobre lo que ocurre con los indígenas chiapanecos, cuyo movimiento pudo haber sido exitoso si el obispo Samuel Ruiz no hubiera metido su “bendita” narizota: al usar el poder eclesiástico basándose en la teología de la liberación, impuso al movimiento chiapaneco su directriz con desagradable tufo a santidad decimonónica.
El lector recordará que esa intromisión produjo una profunda grieta en la jerarquía católica del país, fisura que aisló a los indígenas de soluciones civiles, mismas que por ser terrenales resultan más rápidas, prácticas y justas. Digamos que la oscura, opaca y casi santificada sotana de don Samuel —padrino, por cierto, del subcomandante Marcos— impidió que penetrara la única luz que puede liberar a las etnias chiapanecas del “peso de la noche”: la educación o, lo que es lo mismo, el conocimiento.
Las justas demandas sociales de los chiapanecos han ido aplazándose en la medida en que se alargan las negociaciones, ya de por sí muy contaminadas por la gama de intereses religiosos, políticos, megalómanos, caciquiles, financieros, sectarios y, desde luego, protagónicos.
Ello aleja a los indígenas de Chiapas de la solución que vislumbra y propone Fernando Benítez: de ese espacio histórico cada día más reducido en el cual el resto de las etnias de México difícilmente podrán entrar mientras sean considerados como ciudadanos de tercera u ovejas del “Señor”.
En efecto, respetado lector: México necesita de otros Juárez, de varios Altamirano, de otros Rébsamen y de muchos Nigromante que entiendan que el poder terrenal es ajeno al celestial que nos venden los curas.