La Pluma y las Palabras (La defensa de la economía nacional)

Réplica y Contrarréplica
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LA DEFENSA DE LA ECONOMÍA NACIONAL

Con auxilio de la crónica de El Nacional Revolucionario pude percatarme de un suceso de señalada trascendencia para el porvenir económico y social de la República; en la primera reunión de representantes de obreros y patrones promovida por el presidente de la Junta Nacional de Conciliación y Arbitraje, se abordaron con franqueza y con altura de pensamiento algunos de los problemas fundamentales, ya ingentes, que son atańederos a los dos grandes factores que concurren a la producción: el trabajo y el capital.

De lo que tuvo de importante, o por decir mejor, de trascendental, esta reunión, los otros grandes diarios metropolitanos omitieron buena parte, acordando excesivo valor a lo accidental sobre lo sustantivo. Dentro de la orientación ideológica que preside inclusive los servicios de información de los otros rotativos, las palabras sacramentales de la cordialidad y la cooperación, de la concordia y el amor entre obreros y patrones, aunque sean vanas entelequias, ayunas de sentido real, deben recogerse como la verdad que ha plasmado o va a plasmar el ambiente.

Pero no. Lo que hubo de verdadero no fueron los parabienes de la autoridad por ver acosados a trabajadores y patrones, ni las promesas de éstos de “deponer las armas” para tomar “el sendero señalado por Cristo”, ni el “estrecho abrazo entre patronos y obreros” que creyó contemplar un representante de los asalariados. Lo que hubo de medular fueron los hondos problemas planteados por el rector de la universidad, licenciado Ignacio García Téllez, y la crítica acerca de nuestra organización económica, expuesta con claridad y brillantez por el señor Luis Enrique Erro.

La universidad quiere ponerse en contacto con la vida de la nación y su rector se adentra hasta donde halla los centros nerviosos del organismo social. Mañana serán los catedráticos los que aporten lo mejor de su sabiduría en las inquietudes de la colectividad, contemplando sus necesidades, sus anhelos y las posibilidades del país. Serán también —lo son ya— los estudiantes los que se acerquen a la mayoría incapacitada económicamente para penetrar a los claustros universitarios, ora para difundir la cultura, ora para recoger la emoción colectiva. La universidad de este modo, colocándose al ras de la vida del país, sin perjuicio de sus investigaciones en el campo de todas las ciencias y de todas las artes, podrá, al fin, cumplir su misión como órgano cultural y como laboratorio de “élites” capacitadas técnicamente para dirigir las actividades económicas y políticas de la nación.

La Universidad Nacional —dijo el rector, según el cronista de El Nacional Revolucionario— no desea producir el viejo tipo de profesionistas que consideran el título como una patente para lucrar, desligados de los intereses sociales, sino que anhela la creación de un nuevo tipo intelectual: el intelectual capaz de prestar el verdadero servicio técnico que tiene derecho a exigirle la colectividad.

Justo frente a la urgencia de integrar una nacionalidad sólidamente constituida, capacitada para mantener su personalidad política y económica en el conjunto de las sociedades del orbe, la universidad no puede continuar siendo extraña a ninguno de los grandes problemas de la vida nacional. Además de la cultura genérica que puede y debe impartirse en cualquier latitud, la universidad debe fundar y difundir una cultura específica que la vincule a las necesidades reales de nuestro propio país.

La presencia del rector en el ágape que inspira estos comentarios, es, pues, una muestra elocuente de la nueva orientación universitaria, que consiste en interesarse e intervenir en los problemas de la nación.

El señor Erro, de su parte, alejándose de la inocuidad sentimental, que dominaba el ambiente, colocó la cuestión en el terreno de las realidades profundas, al señalar la anárquica situación de nuestras fuerzas económicas frente a un capitalismo internacional que se organiza, rápida y sabiamente para el dominio del mundo.

Efectivamente, ni es posible, ni es deseable, impedir la acción inversora que el capitalismo —esfuerzo condensado en otros países— pueda ejercerse para el desarrollo de nuestras fuentes de riqueza, las cuales, dadas las características de nuestro suelo y de nuestro subsuelo, han menester de una inyección fuerte de capitales para su explotación. Pero es absolutamente necesario que nuestro país, no presente al inversionismo extranjero, como aliciente, el bajo costo de la mano de obra, la miseria de la colectividad y, en general, todo aquello que nuestras clases conservadoras apellidan “garantías al capital”.

Tiene razón Erro al proclamar que los mexicanos —los económicamente mexicanos— debemos organizarnos de tal modo que sea compatible nuestra existencia individual como tales, con la acción inevitable de la influencia del capitalismo internacional. Por lo demás, el solo hecho de que no exista un derecho industrial, ya escrito, ya consuetudinario, siempre radical y avanzado, ejercerá una acción selectiva respecto de los distintos medios de capital extranjero que se decidan a venir a operar en nuestro país; esto es: se eliminarán por sí mismos aquellos capitales que fundan las utilidades de la empresa en el bajo costo de la mano de obra, en la verdadera explotación humana, y no en la capacidad técnica que permita ofrecer un producto a bajo precio y pagar al mismo tiempo alto salario.

Vemos cómo, siendo distintos los temas abordados por el rector de la universidad y por el señor Luis Enrique Erro, el pensamiento de ambos converge hacia un solo fin: la estructura y robustecimiento de la economía nacional.

Mediante el afianzamiento de normas de derecho radicales en materia industrial y de un entendimiento entre patronos progresistas y obreros inteligentes, será posible obtener el robustecimiento de nuestra estructura económica; pero una vez logrado esto, aún queda otra ardua cuestión, que es la de mantener en manos nacionales el control y dirección técnica de las fuentes de los medios de producción. Y éste problema educativo por antonomasia, es el problema que con toda atingencia ha señalado el rector de la Universidad Nacional.

El Nacional, 25 de enero de 1930.

Froylán C Manjarrez