DEL CULTO AL PODER, AL PODER DE LA CULTURA
El espacio se puede recuperar; el tiempo, jamás.
—Napoleón.
No a todos les queda el puro, nomás a los trompudos.
Si el lector no simpatiza con el PRI pero quisiera otorgarle el beneficio de la duda, tendría que releer a Octavio Paz para encontrar los argumentos que indujeron al premio Nobel de Literatura a creer en ese partido. Argumentos que, en su momento, le ganaron críticas mordaces: algunos lectores le reclamaban que había claudicado, pues el poder lo había llenado de halagos y pleitesías como método de soborno. Sin embargo, hubo otros —como Mario Vargas Llosa— que intentaron comprenderlo.
Según el novelista y periodista peruano (lo escribió en Berlín en 1998 en El lenguaje de la pasión, publicado en el periódico El País), Octavio, su colega y amigo, “obedecía a una convicción que, aunque yo creo errada —a ello se debió el diferendo que levantó una sombra fugaz en nuestra amistad de muchos años—, defendió con argumentos coherentes. Desde 1970, en su espléndido análisis de la realidad política de México, Posdata, sostuvo que la forma ideal de la imprescindible democratización de un país era la evolución, no la revolución: una reforma gradual emprendida al interior del propio sistema mexicano. Algo que, según él, empezó a tener lugar en el gobierno de Miguel de la Madrid y se aceleró luego, de manera irreversible, con el de su sucesor, Salinas de Gortari. Ni siquiera los grandes escándalos de corrupción y crímenes de esta administración llevaron a revisar su tesis de que sería el propio PRI —esta vez simbolizado por Zedillo— quien pondría fin al monopolio político del partido gobernante y traería democracia a México”.
Ni hablar, pues: aunque Vargas Llosa falló en su apreciación, su criterio todavía es digno de tomarse en cuenta, pero sin perder de vista que este escritor fue enemigo jurado de los regímenes priístas, a los cuales no concedió el beneficio de la duda que Paz les había otorgado. Incluso a él mismo debemos la célebre frase:
En México se vive una dictadura perfecta.
(Creo que la tomó prestada del poeta ruso Yevgueni Yevtushenko, quien antes había dicho lo mismo, añadiendo el siguiente final: “mitigada por la corrupción”).
¿Qué pasaría —pregunta el columnista— si los priistas que hoy se disputan el poder releyeran El laberinto de la soledad y su agregado Posdata?
Sin duda podrían encausar su democratización interna por la vía de la inteligencia, evitándose con ello la vergüenza de ser señalados como los responsables de acabar con lo poco que queda del prestigio político del PRI. Y el mismo sentimiento pesaría sobre los miembros del PAN que se sienten elegidos de los dioses, aunque ignoran que esos “dioses” no son otros que los terrenales De la Madrid, Salinas y Zedillo, por citar solo a los últimos representantes de la teocracia mexicana. (El nuevo, que por cierto se debate entre lo humano y lo infalible del presidencialismo absolutista, ya debe estar sufriendo las tentaciones del poder).
¿Y qué pasaría —vuelvo a preguntar— si el nunca bien ponderado Luis Paredes Moctezuma también releyera la obra social de Octavio Paz y, además, para librarse de la soberbia que lo acosa y poner los pies en la tierra, revisara el pensamiento de Juan de Palafox y Mendoza?