Completos. Como siempre debimos estar...
Durante años, cometimos el error. Nos enseñaron a dividirnos. A pensar que lo que duele en el cuerpo es cosa del médico general, y lo que duele en la mente es asunto de otro especialista, como si el corazón y la cabeza hablaran idiomas distintos.
Pero la salud no funciona así. La salud es integral. Es un río que atraviesa todo, y cuando algo se atasca en la emoción, termina en el estómago, en la piel, en los huesos. Cuando algo se pudre en la tristeza, se oxida en las articulaciones, se inflama en la garganta, se revienta en la presión arterial.
Nos vendieron la idea de que la salud física va por un lado y la salud mental por otro, como si pudiéramos dividirnos en pedazos, como si las penas no se convirtieran en gastritis, como si el miedo no se quedara pegado a la espalda. Y así creamos un sistema de salud que atiende partes, pero no personas.
Necesitamos médicos integrales. Profesionales que no solo receten pastillas, sino que se atrevan a preguntar: ¿cómo está su alma? Porque los dolores muchas veces no nacen en el cuerpo, solo se expresan ahí. El futuro no está en separar especialidades, sino en volver a mirar al ser humano como un todo: cuerpo, mente y corazón entrelazados, inseparables, profundamente conectados.
El mundo necesita un cambio de mirada. Un nuevo lenguaje médico que entienda que la depresión puede doler en los músculos, que la ansiedad puede disfrazarse de taquicardia, que las pérdidas pueden rompernos el sueño y la digestión al mismo tiempo.
El futuro del mundo está en entender que la salud nunca se dividió. Fuimos nosotros los que la fragmentamos.
Y tal vez sea hora de repararnos. Completos. Como siempre debimos estar.