La Pluma y las Palabras (El inversionismo y la legislación industrial)

Réplica y Contrarréplica
Tipografía
  • Diminuto Pequeño Medio Grande Más Grande
  • Default Helvetica Segoe Georgia Times

EL INVERSIONISMO Y LA LEGISLACIÓN INDUSTRIAL

Mientras la Cámara de Diputados se avoca a conciencia —es justo declararlo, puesto que de los legisladores sólo se glosan habitualmente sus errores y sus desvíos— el estudio del Código Nacional del Trabajo, no decae un momento el interés que despierta el gran debate que en público se sustenta desde las columnas de la prensa diaria, en pro y en contra de las modalidades y del espíritu mismo que informa la proyectada legislación industrial mexicana. Es que el paso que va a dar nuestro país al establecer normas precisas que rijan las condiciones en que ha de verificarse la producción, es de tal suerte trascendental, que con justicia polariza la atención pública de la nación.

Es oportuno, en consecuencia, terciar una vez más en el debate para analizar uno de los aspectos más interesantes que surgen de la discusión: la influencia del Código en gestación sobre el inversionismo de capital extranjero en la República.

El sueño mirífico de las clases patronales

No es un hecho nuevo el que se advierte en las clases patronales cuando se las ve abogar cálidamente por un inversionismo sin tasa y sin medida; pero la oportunidad que ofrece la discusión entablada permite contemplar hasta qué punto de ingenuidad de esas clases que debieran ser las mejor orientadas en la materia, cree hallar en el desbordamiento avasallador de la potencialidad económica del exterior, sobre nuestro suelo y sobre nuestra colectividad, la fórmula taumatúrgica que promueve el desarrollo de nuestra propia economía.

Se imaginan estos señores —y así lo proclaman— que cuando se abren francas las puertas del inversionismo extranjero, sin las limitaciones que la ley debe imponer para salvaguardar los intereses de la colectividad nacional, los buenos y generosos millonarios —o millardarios, como hoy se estila nombrar a los supercapitalistas— vendrán a nuestro país a vaciar todo el oro del cuerno de la abundancia, para explotar las riquezas naturales, pero no la miseria humana; reservándose tan sólo una justa y honesta utilidad: estableciendo espontáneamente los modernos sistemas de la racionalización del trabajo y compartiendo, en fin, la suerte de la nación con todos sus dolores, sus desasosiegos y sus esperanzas.

¡Estupendo miraje! ¡Sueño edénico, éste de nuestras clases patronales! La realidad, sin embargo, que se registra en el decurso de la historia —y de la historia contemporánea sobre todo— acusa en el proceso seguido por la invasión capitalista extranjera sobre los territorios de Hispanoamérica, una secuela que es muy otra de la que proclamaron con fervor los líderes patronales en la Cámara de Diputados.

No. El inversionismo es útil y aún necesario en un país que no forja aún su economía propia: pero es fatal si no se levantan los diques de contén que resguarden el interés superior, sustantivo de la nacionalidad, lo mismo en el orden político que en su aspecto puramente económico y social.

El inversionismo, a la buena manera porfirista, es inadmisible e impracticable. Y tiempo es ya de que se percaten de ello las clases patronales de dentro y de fuera del país.

Hay una inflexión de equívoco en nuestras clases patronales, que las hace medir con un mismo juicio al capitalismo extranjero. Se supone dispuesto a trasladar su tienda a nuestro solar patrio. Se observan los sistemas porque se rigen las grandes negociaciones industriales del Este norteamericano, y se da por hecho, desde luego, que tales sistemas son los que prevalecen en la amplia faz del territorio de la Unión. (Y aludo en concreto al capitalismo norteamericano porque, francamente es el único que puede pesar, por hoy, en los problemas inherentes al inversionismo en México). Pero lo más grave es que se olvida que el capitalismo norteamericano emplea los más distintos procedimientos según que opere dentro o fuera de su país.

Y todo esto, si lo ignoran o callan las clases patronales de México, no deben jamás ignorarlo los legisladores sobre quienes pesa la responsabilidad de fijar las condiciones en que deba desarrollarse la actividad de toda fuerza económica que se asiente en nuestro país.

Un conflicto revelador

Un conflicto entre obreros y patronos de la industria textil del condado de Gastonia, Carolina del Norte, EU de América; conflicto que ha venido conmoviendo a nuestros vecinos septentrionales, puede poner de manifiesto a los exaltados partidarios del inversionismo incondicional, como existe un cierto género de capitalismo que no es precisamente aquel que cantaron los señores Rocha y Rivero Quijano ante las comisiones de la Cámara.

Tomaré algunos apuntes de la prensa de allende el Bravo:

Henry M. Hyde, escribe en el Baltimore Sun:

En el condado de Gastonia hay 104 fábricas de hilados, en las cuales, hasta antes de la huelga de abril próximo pasado, se trabajaba en dos grandes jornadas diarias: una de 6 am a 6 pm con un pequeño tiempo para lunch, y la otra de 6 pm a 5:30 am, sin tiempo para comer. El promedio de salarios era de 14.00 dólares por semana. La miseria necesariamente era general.

Más adelante, el escritor, caracterizado como enemigo del comunismo, se ve forzado a confesar:

Es preciso decir en favor de los comunistas que se necesitaban luchadores tan fanáticos y violentos como ellos para batir, aunque fuera parcialmente a los barones del algodón que durante tanto tiempo han controlado la política, los negocios y la vida social en Otro periódico, The Business Week de Nueva York, levanta este tremendo saldo que arroja la violencia provocada por los barones del algodón:

El jefe de la policía de Gastonia, O.F. Aderholt muerto y tres de sus hombres heridos el 7 de junio; 16 miembros del Sindicato National Textile Workers, arrestados por acusación de asesinato en la misma fecha; la señora Ella May Wiggins, huelguista, asesinada en septiembre 14: siete arrestados por este asesinato; líderes sindicalizados golpeados y apaleados, cinco huelguistas muertos y muchos heridos en octubre 2 en Marion por el sheriff Adkins; el sheriff y 17 de sus hombres aprehendidos y acusados de asesinato.

La industria textil de que se trata —agregan otras informaciones— se inició y tuvo auge en el sur de los Estados Unidos (Carolina del Norte) a partir de 1850. Después, a consecuencia de la guerra civil, se trasladó a Nueva Inglaterra; pero la guerra europea dio nuevos ímpetus al sur a donde regresaron muchas factorías industriales. Es común la creencia de que esta emigración se debió a la cercanía de Gastonia con los centros productores de algodón. Mentira, puesto que, a pesar de la distancia, son más baratos los transportes al norte por el uso de la vía fluvial (Fall River) que compensa sobradamente los costos del ferrocarril hasta Gastonia.

La emigración debióse únicamente —concluyen los investigadores— a que los barones del algodón buscaron mano de obra abundante, barata y desorganizada…

Es esa mano de obra abundante, barata y desorganizada la que el legislador debe impedir que ofrezca como incentivo al inversionismo extranjero…

El capitalismo de invasión

Capitalistas amplios, liberales y creadores, sí son capaces de promover una evolución saludable en las condiciones del trabajo de los países a donde se propongan operar, como ocurre en estos momentos al sólo anuncio del establecimiento de las nuevas fábricas Ford en Francia; pero ese no es el tipo clásico de capitalismo de invasión. Si a éste se le quiere conocer, estúdiesele en Cuba o en Centro América. Obsérvense estas simples diferencias: el capitalismo residente en Norteamérica, reclama del gobierno de su país la adopción de medidas excesivas contra la inmigración de braceros, para mantener el alto jornal de los trabajadores, que se traduce en alta capacidad de consumo del pueblo; pero en cambio, el capitalismo norteamericano que opera en una de las “posesiones” del vasto imperio económico norteamericano —en Cuba por ejemplo—, reclama facilidades amplias para llevar a los ingenios o a los campos de caña trabajadores jamaiquinos o haitianos para abatir el salario de los nativos.

En tesis general: el capitalismo norteamericano que opera en el interior, ya sea por la fuerza que representan las organizaciones obreras, ya porque el trabajador norteamericano es un ciudadano que vota en las elecciones, ora por las normas comunes del derecho consuetudinario, ora por la conveniencia de mantener en el más alto grado la capacidad de consumo del mercado interior, tiene que regirse por reglas humanas o menos injustas; pero el capitalismo norteamericano de invasión, como toda acción de conquista económica, es brutal, despiadado, insolente… Las mismas empresas que en los Estados Unidos se rigen por el sistema de la racionalización del trabajo, aquí amparados en la célebre “libertad de trabajo” que tan empeñosamente proclaman nuestras clases patronales no harían más que aprovechar el exceso de concurrencia de braceros para explotar a vil precio el trabajo humano; y no sería entonces ese inversionismo un motor que impulsara el desarrollo económico nacional, sino, simplemente, fatalmente, una explotación grosera e inhumana del esfuerzo de los hombres y un agente eficaz para la conquista económica de la nación.

A cartas vistas

Ya había asentado en otra ocasión el autor de estas líneas que, aunque parezca paradójico, es lo cierto que la revolución, no en lo que tiene de ideal superior, de doctrinas y de principios inspirados en un alto espíritu de justicia y de renovación social, sino la revolución sufrida como un fenómeno de perturbación ha servido al país como resguardo para que no cayeran íntegramente sus frutos de riqueza en manos extrañas.

Ahora, cuando el país se dispone a penetrar por el cauce normal de su vida, es necesario que se establezcan, con la fuerza que otorgan la majestad de la ley, las normas precisas que resguarden los intereses de la nación y que a la par indiquen al capitalismo extranjero las condiciones en que pueda operar.

Con la expedición del Código del Trabajo —decía el presidente Portes Gil— la industria se estabilizará en México y los capitales extranjeros de inversión podrán tener ya una norma segura para la explotación que desean hacer de los recursos naturales del país; pero, como es natural, respetando tanto los derechos adquiridos por los trabajadores, como las leyes que regulan esa explotación, lo cual se logrará en un futuro no remoto realizar la tendencia humanitaria de los pueblos que garantizan la explotación equitativa de la riqueza pública con beneficio del país del capital que se invierte y de los trabajadores que no deben ser considerados nunca como gentes alquiladas al capital, sino como elemento asociado del mismo capital que aporta sus energías y conocimientos para la producción.

Justo. Y de esta suerte con las cartas puestas sobre la mesa, si el inversionismo, a sabiendas de que ha de sujetarse a las leyes y a las contingencias del país para explotar las riquezas naturales, pero no así la miseria humana, viene a nuestro territorio, no habremos más que saludarlo de grado, y basta, si se quiere, en su propio lenguaje welcome…

El Nacional, 31 de octubre de 1929.

Froylán C Manjarrez