“Todos quieren tocar la tambora pero nadie quiere cargarla”
Había dejado pasar tres días desde que me enteré, revisé y asimilé el contenido de la información entregada por el arzobispo Del Río. Fue una tregua unilateral. Necesitaba analizar las consecuencias que habríamos de enfrentar. Con Romo ya no habría problema porque estaba muerto. La contrariedad la presentaba Rasputín y su probable relación con Lee Berriozabal. Me dejó alterado tamaña información ya que el primero era mi carta fuerte para cuidar a Isabel Coss y porque el segundo me tenía agarrado de salva sea la parte.
Decidí participar a la doctora De la Hoz mis preocupaciones y además compartir con ella el documento de nuestros aliados, la “División Inteligencia de la Cruz”. Después de ponerla al tanto de los pormenores de la reunión con los clérigos y el jefe de éstos, le entregué el análisis leído varias veces por el que esto escribe.
—Aquí tienes un trabajo de profesionales en la información, vamos a llamarla social —le dije—. Como sabes sus autores son sacerdotes. Y por lo que vas a enterarte coincidirás conmigo en que estos hombres de sotana han hecho su trabajo con la eficacia que los caracteriza, misma que se les da bien gracias a que carecen de distractores sexuales —dije en tono de broma y mirándola con ojos lujuriosos—. Antes de saber lo que opinas, debo participarte mi preocupación —señalé para resaltar la pesadumbre que me embargaba cada vez que se me aparecían los nombres de Lee y Guaraguao. Miré la pintura que colgaba de uno de los muros (la de José María Velazco) para no perderme en la profundidad de los ojos de Mary. Proseguí sin ver su semblante—. El chino y Gabriel Guaraguao formaban o forman parte del cártel o grupo que controlaba Yanga. Es el descubrimiento de los curas que al parecer no saben que uno de ellos trabaja conmigo. Tal vez Froylán intuya algo, si acaso llegó a relacionar el nombre con el agente asignado al crimen de su amigo José de Jesús. Es difícil porque en esa ocasión el Arzobispo estaba muy confundido. —Dejé escapar un suspiro y volteé a verla encontrándome con un bello rostro que reflejaba confusión, decepción y coraje, reacciones que la mostraron inquieta y a la vez sorprendida.
—No lo creería si otra persona me lo hubiese dicho —comentó la doctora bañándome con el verde de sus ojos—. De Lee no me sorprende, pero ¿Guaraguao?
—También andaba en las mismas el malogrado Romo —agregué para incrementar su sorpresa.
— ¿¡Romo!? ¿¡El escolta que mató Guaraguao!?
—El mismo. Pero como ya está muerto no podremos preguntarle los motivos que lo impulsaron a relacionarse con los malos —dije en tono amable—. Al otro habrá que manejarlo con cuidado —cambié la modulación de la voz—. Tal vez lo mande a cumplir alguna comisión, ya veremos cuál. Por lo pronto hay que mantenerlo lejos de Isabel y de nosotros. Piensa en algo después de que leas el documento.
—Como son las once y media de la noche y debido a que esta jornada ha sido intensa en extremo, de una vez te aviso que revisaré el documento hasta mañana, antes de que despunte el sol. No quiero desvelarme con la preocupación que, según veo, cual daga aguarda filosa entre estas cuartillas —se justificó.
—Ya te alarmé, ¿verdad? —jugué en tono de reclamo.
—Pues sí. Negarlo sería mentir al Gobernador. Así que a descansar. Mañana otros pajaritos cantarán. ¿Algún inconveniente? —preguntó con la intención de validar su lealtad.
Dado que la noche había tendido su manto no protesté. Yo tampoco quería escuchar lo que sabía. Mary se retiró llevándose su belleza no así sus efectos, aromas y energía que se posesionaron de mi cerebro obligándome a invocar al espíritu de Sor Juana. Fue otro de los muchos intentos por encontrar algún legado, consejo o experiencia que se me hubiese escapado. Así logré sobrellevar el efecto de la espina que me dejó clavada el Arzobispo. Sentí una brisa interna e invoqué a mi daimon. La frase “escríbele a Emmanuel” llegó a mí cerebro como si se tratase del perfume de la magnolia. Reflexioné: ¿Y qué comentarle a un Presidente que está a meses de dejar el poder? La respuesta llegó de inmediato acompañada del recuerdo de la emotividad de Cordero. “Tendré que decirle algo que lo conmueva, impresione y anime —pensé mañoso—. Debo convencerlo para que me deje bien recomendado con quien habrá de sucederlo”. Finalmente decidí redactar una breve misiva con varios mensajes en sus entrelíneas, escrito en el que María de la Hoz tendría que meter su mano casi santa (esto último lo escribo pensando en las imágenes religiosas policromadas).