LA REFORMA MONETARIA Y SUS CONSECUENCIAS
La reforma monetaria aprobada el día de ayer —a la cual, siguiendo la terminología de la época, ya se le conoce públicamente con el nombre del Plan Calles, en mérito a la oportunidad, a la decisión y al valor con que su autor ha venido a intervenir en el arreglo de las finanzas nacionales—, señala en la historia de nuestro país la iniciación de una gran etapa de ajuste de nuestras posibilidades financieras con nuestra capacidad económica.
En los momentos en que era mayor el desorden engendrado por el mantenimiento de dos medidas de valor y de cambio, y cuando la intranquilidad y la inquietud de nuestro pueblo por la disparidad creciente entre la capacidad adquisitiva de las divisas de plata —que son las únicas que están al alcance del común de la colectividad— y la de las piezas de oro —acaparadas, en términos generales, por las instituciones de crédito y por los especuladores—, la reforma monetaria viene a resolver el conflicto, a poner en orden nuestras finanzas y a darle estabilidad a nuestra economía.
México adopta el talón plata. Esto representa el ajuste de nuestro estatuto legal sobre la materia con las realidades de nuestra vida. De allí el valor de la reforma, pues de hecho hemos atravesado por una larga etapa que señala el más completo divorcio entre la ficción jurídica que representó la pasada Ley Monetaria y la economía de nuestra colectividad.
Procediendo con sobra de optimismo, se creyó que había llegado el momento de que México adoptara el talón oro, y, en tal virtud, se destituyó a la moneda de plata de su antiguo poder liberatorio ilimitado, reduciendo su curso forzoso a sólo veinte pesos. La nación, sin embargo, no se encontraba preparada para llevar a buen término este ensayo excesivo, tanto por la exigüidad de nuestro stock de oro como por la carencia en el mercado de moneda de papel que hiciera posibles las transacciones reclamadas por el desenvolvimiento de la vida económica. La moneda de plata, entonces, vino a llenar la función que dentro de un buen régimen de oro hubiera correspondido a los billetes de banco. Pero a continuación, por causas internas y externas ajenas al crédito mismo de la nación, y acerca de las cuales ya se ha insistido lo bastante, se inició un progresivo descenso en el valor de las divisas de plata.
Este descenso —preciso es subrayarlo— no se refería tanto a la capacidad adquisitiva de la moneda blanca en el mercado interno, sino más bien a sus relaciones respecto del oro.
La colectividad nacional siguió gravitando sobre la moneda de plata, base del salario y del costo de la vida, y de este modo la ley permitió un margen inmoderado de ganancia a los especuladores y a los negociantes en aptitud de colocar sus productos merced a la demanda pública.
La reforma es oportuna. En primer término debe anotarse que sus repercusiones no afectarán a la colectividad nacional sino a un reducido núcleo de intereses. La reforma también constituye un estatuto revolucionario, en virtud de que destruye en esencia los pactos que, en perjuicio de los intereses generales, había logrado imponer determinados elementos del comercio de importación y aún de la industria, haciendo un uso a todas luces censurable de su poderío económico.
Ningún temor debe abrigarse, por lo demás, respecto a la disminución de la capacidad adquisitiva de la moneda de plata. Eliminado el oro como factor de respaldo de la moneda blanca, el valor de ésta en el mercado interno no podrá regularse más que por la presión de la demanda. Los únicos puntos de relación que normarán el precio de la moneda serán el stock circulante y el volumen de los negocios. Mientras no se altere ninguno de ellos, no admitirá fluctuaciones la capacidad adquisitiva de la moneda.
El stock monetario permanecerá inalterable desde el momento en que, procediendo con excelente acuerdo, la reforma establece una radical prohibición para la emisión de nuestras piezas e impone penas severas no sólo a los funcionarios que ordenen sino a los empleados que ejecuten nuevas acuñaciones.
Y en cuanto al volumen de los negocios, no hay razón alguna para temer que mengüe, desde el momento en que ya con antelación el país se había habituado a realizar el grueso de sus operaciones en plata. El oro, en realidad, constituía un factor restrictivo y un elemento de desorden y de inestabilidad para el cálculo de los negocios.
La única alteración que puede esperarse es una posible elevación de los precios en los artículos importados, ya que éstos deben pagarse en monedas extranjeras que en tesis general son cambiables solamente por oro o por sus equivalencias. Pero esta repercusión, lejos de ser desfavorable, se traducirá de hecho en el mejor aliciente para la producción nacional. La elevación de precio en el producto extranjero establecerá la barrera aduanal más eficaz; barrera no expuesta, siquiera, a la burla que representa el contrabando.
México queda entregado, por este proceso, a sus propios recursos. La capacidad productora del país está a prueba y será ella la que venga a nivelar nuestra balanza de cuentas.
El Nacional, 26 de julio de 1931.
Froylán C Manjarrez