El fantasma del gatopardismo (Crónicas sin censura 150)

Réplica y Contrarréplica
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EL FANTASMA DEL GATOPARDISMO

A los líderes hay que hacerlos nuestros amigos, pero a nuestros amigos nunca hay que hacerlos líderes.

Max Weber

El movimiento se demuestra andando.

Dicho popular

 

Más que ganar elecciones, el PRI necesita convencer a sus militantes y a la sociedad. Le urge proyectarse como un partido de vanguardia, tal y como lo hizo en el siglo pasado cuando impulsó las principales iniciativas y propuestas que permitieron abrir las puertas a la democracia. Afrontar, sin los complejos de la “edad”, los cambios que demanda una sociedad mucho más politizada y, por ende, proclive a cambiar su voto a favor de cualquier oferta interesante. Y aprovechar las ventajas de la mercadotecnia política haciendo a un lado compadrazgos e intereses de grupo que suelen influir en las contrataciones de especialistas; dicho en otras palabras, pactar con los más aptos en la materia.

Mientras especule con las diferencias propiciadas por el número de votos a su favor y los municipios gobernados, sin duda seguirá alejándose de la realidad, o sea: tapando el sol con un dedo. No es lo mismo, por ejemplo, decir que el PRI “sigue siendo el partido más importante del país” que reconocer que su cociente de votación dista mucho del que tenía cuando era una maquinaria electoral que avasallaba a sus rivales. Tal como lo apuntó Mariano Palacios Alcocer, necesitan “advertir que la condición del partido cambió a partir de la derrota del 2000”, lo cual les obliga a “plantear una nueva relación con la sociedad, que es la única fuente del poder en México”. Y al mismo tiempo cumplir con las intenciones de ser críticos con aquellos priistas que, al gobernar, fallen en su encargo. Propuesta que, desde un punto de vista draconiano, podría revertírseles si voltean los ojos hacia el zedillismo, el salinismo o el gobierno de Miguel de la Madrid.

Pero no tanto que queme al santo ni tampoco que no lo alumbre. Este tipo de quemones parten de críticas coyunturales cuyo objetivo sólo busca ganar reflectores. Y la levedad de las luces resulta casi natural en aquellos militantes que, por timoratos, no dicen lo que deberían decir, callan lo que es un secreto a voces y, además, camuflan aquello que se nota a leguas de distancia. Así no podrán convencer ni a su llamado voto duro, y menos aún a los indecisos que —según los últimos resultados electorales— son los que han decidido las elecciones recientes. ¿De qué diablos le sirve al PRI un señalamiento sobre la corrupción que auspicia la pasividad de la Contraloría estatal (Carlos Meza Viveros, dixit), cuando todo el mundo sabe que la práctica de los cochupos es una especie de cultura, digamos que centenaria y común en los regímenes panistas, priistas y perredistas? (Como ya lo dije en este espacio, durante el sexenio de Bartlett la Contraloría dio abrigo a varios comerciantes de la normatividad democrática, incluidos los finiquitos municipales). ¿O qué carajos importa una opinión como la que, poco después de la derrota de Carlos Alberto Julián y Nácer, salió del pecho de Jaime Alcántara Silva, quien, por cierto, se valió de Max Weber para, con una de sus citas, ahondar en la ya de por sí profunda herida política? Con ello, los priistas se ponen al nivel del cuento aquel cuyo personaje era el sapo que criticaba al cocodrilo por hocicón.

Como dice Mariano Palacios: “Es importante un partido con capacidad de crítica, pero no de flagelación; con capacidad de autocorrección, pero no que se avergüence de su pasado, como quisieran hacérnoslo creer los que temporalmente han ganado posiciones electorales”.

En fin, poco falta para que el PRI demuestre si quiere seguir ubicado en la vanguardia política nacional o si, de plano, su interés es continuar con las viejas (¿y seguras?) prácticas que, aunque adornadas y disfrazadas, siempre dejan al aire una parte de su frondosa cola. Esto, porque se encuentra ante la extraordinaria oportunidad de democratizar la designación del líder de su fracción parlamentaria en el Congreso local; un procedimiento partidista que, así como podría servir para validar las buenas intenciones manifestadas ayer por Mariano Palacios Alcocer, también puede ser un lastre para el desarrollo de lo que hoy es la organización política opositora más importante de México, dejando en consecuencia el camino libre al PAN —el partido en el poder— y al PRD, que busca transformarse en la segunda alternativa electoral de los mexicanos.

Alejandro C. Manjarrez

Revista Réplica