ELEMENTOS DE JUICIO SOBRE LA CUESTIÓN MONETARIA
Con frecuencia que denota la persistencia de un estado general de incertidumbre, se plantean en público términos tendientes a esclarecer si la situación creada por la reforma monetaria se resuelve en el presente y se traducirá en el porvenir en provecho o en agravamiento de las condiciones económicas de la colectividad. Esta interrogación pública nos obliga a insistir sobre la materia.
Los elementos de juicio que deben servir para avalorar la reforma no han de descansar en un exagerado optimismo. Para juzgar al nuevo sistema es menester tomar en consideración los antecedentes que lo motivaron. La reforma fue originada por una grave dolencia económica de carácter progresivo que venía padeciendo el país. En consecuencia, la decisión de atacar de frente el problema no debe estimarse como una medida taumatúrgica que de un día para el otro convirtiera en bonancible la situación que antes fue angustiosa, sino como un medio de plantear la resolución de los problemas nacionales de índole económica, dentro de las realidades del país. Y serán la energía, la resistencia y el poder creador de la comunidad nacional, los factores que determinen en última instancia nuestro resurgimiento económico y financiero.
La reforma monetaria vino a ser a manera de una operación quirúrgica en un organismo atacado de gangrena. Nuestra balanza de cuentas estaba afectada por un déficit creciente. Este déficit no era consecuencia de un desnivel en la balanza comercial puesto que, como creo haber demostrado en ocasiones anteriores, dicha balanza nos es tan favorable como desfavorable nos es la de cuentas. Esto demuestra que el mal radica en la esencia misma de nuestra economía; economía de carácter colonial, dominada por el capitalismo extranjero que no eleva las condiciones de vida de la colectividad, ni reinvierte en México sus utilidades, concretándose a extraer materia prima con mano de obra barata.
La reforma monetaria, drásticamente, emplaza a México en la posición que no le permite importar más que lo estricto. En tal virtud, obliga al país a imponerse el sacrificio de no utilizar los productos extraños más que en aquellos casos en que no hubiera artículos sustitutos de manufactura nacional.
Dado el atraso de nuestras industrias tal situación representa, innegablemente, un malestar, particularmente para aquellos que se habían habituado a adquirir productos extranjeros para su uso. Pero a la vez, la misma imposibilidad de adquirir esos productos se traducirá en un aliciente para la inversión de capitales en México; capitales que serán recibidos de buen grado siempre que se resuelvan a identificarse con el país a reinvertir en él sus utilidades y a constituir, en suma, un elemento de aportación para el fortalecimiento de la economía nacional.
Diré una vez más: la reforma monetaria opera a modo de una fuerte barrera aduanal, no expuesta al contrabando ni a la guerra internacional de tarifas.
Hay una inflexión de equívoco en todos aquellos que exageran, para bien o para mal, los resultados inmediatos de la aplicación del nuevo sistema monetario de México. Ni su ejecución habrá de conducirnos a la ruina, ni tampoco ha de llevarnos rápidamente a un estado de bonanza. La moneda de un país no es más que el reflejo externo del estado que guarda la economía de la nación. A una economía sana corresponderá, necesariamente, una sana moneda. De modo inverso, mientras la economía de una nación se encuentre afectada no habrá posibilidad de sanear la moneda.
La reforma monetaria, pues, significa solamente la iniciación de un proceso enérgico de reconstrucción de nuestra propia economía. Ahora bien; cuando se ponen a prueba los valores nacionales y la potencialidad misma de México como país productor, es menester que sepamos entender que nuestra misión histórica no es la de dejar que con mayores alicientes el capital extranjero venga a explotar nuestras fuentes de riqueza, sino la de formar nuestro propio capital, único que puede ponernos a cubierto de los peligros que representa por regla general el capitalismo extranjero que opera en nuestras latitudes.
En el momento actual el fenómeno que más inquieta a nuestro público es el alza de precios. Hemos visto ya que al destituirse a la moneda nacional del apoyo legal que tenía en el oro, su capacidad adquisitiva ha disminuido respecto a la cotización de la moneda extranjera. Este fenómeno se refleja en los precios, no sólo de los artículos extranjeros sino también de los de manufactura nacional, ya en razón de la materia prima extranjera que tiene que utilizarse en algunas industrias, ya también, por el reflejo que sobre los precios en general tiene que operarse con el descenso de la moneda de plata, única existente en el mercado. Este fenómeno cuenta, como contrapartida con la limitación del stock monetario, el cual, por la presión de la demanda de moneda, hace que ésta se cotice, no en el valor intrínseco de la plata que contiene cada pieza, sino en un valor superior, que confiere la necesidad de adquirir moneda para las transacciones diarias, aun a precio de especies extranjeras garantizadas en oro.
Este último hecho hace ver que la rehabilitación de nuestra moneda va operándose con relación a nuestra fuerza económica.
Es verdad que en los actuales momentos la depreciación del peso de plata se traduce en un reajuste de salarios, puesto que el salario real se determina, no tanto por su monto como por la cantidad de objetos de uso y de servicios que puede comprar el asalariado. Pero es igualmente cierto que esta depreciación significa una prima a la exportación de artículos mexicanos, exportación necesaria para el equilibrio de nuestro comercio exterior.
Lo que interesa, entonces, para que se restituya el poder adquisitivo del salario, es que la energía del país sea conducida a lograr el máximo de producción, pues al regularse la importación de capitales —que son consecuencia de nuestras exportaciones—, con la exportación general de capitales —originada, en tesis general, por la importación de mercancías y la exportación de numerario por concepto de utilidades y dividendos— quede nivelada nuestra balanza de cuentas.
Ese equilibrio, mejor que cualesquiera otras medidas artificiosas, produciría el alza de nuestra moneda y con ella el alza del salario real; indispensable para reconfortar nuestra capacidad de consumo.
En resumen, la reforma monetaria ajusta nuestra capacidad transaccional con nuestra capacidad económica, imponiendo así un equilibrio obligado de nuestro comercio exterior; pero no debemos olvidar que la rehabilitación financiera de nuestro país no puede confiarse ni al auxilio extranjero, ni al poder sobrenatural de una ley, sino exclusivamente a la fuerza de producción que seamos capaces de generar, especialmente para constituir capitales mexicanos o asimilar capitales extranjeros que formen parte integrante de nuestra estructura social y económica, sustituyendo a los capitales extranjeros que operan como mecanismos de succión en México.
El Nacional, 18 de agosto de 1931.
Froylán C Manjarrez