EL HILO NEGRO
La educación y el magisterio sería el presagio de la noche eterna o el eterno amanecer del país.
Carlos Fuentes
Estudiante que no estudia en nada bueno se ocupa.
Dicho popular
A confesión de parte, relevo de prueba, dicen los abogados. Y Vicente Fox —“sin querer queriendo”, diría el Chavo del Ocho— confesó que el desarrollo educativo de México entró en vigencia desde antes de que él naciera. Enfático y hasta un poco molesto, contestó a los chicos y chicas de la prensa que dudaban del sistema educativo en el país, que el plan nacional de educación existe desde hace más de cien años. Así, de alguna manera, el primer mandatario reconoció que para el progreso de la sociedad en nada, o en muy poco, participó la entonces llamada oposición.
Lo dicho por “Don Chente” aclara muchas cosas. Una de ellas —digamos que con dedicatoria a los panistas— es que de algo sirvió la ideología de la Revolución Mexicana. Tanto el primer mandatario como sus compañeros de partido (Diego Fernández, Calderón Hinojosa, Medina Plascencia, Fraile García, Aguilar Coronado, Lozano Gracia, Carlos Abascal, Barrio Terrazas, por sólo mencionar algunos) pudieron prepararse política y culturalmente gracias al proyecto educativo que echó a andar Plutarco Elías Calles, el coco de los conservadores aztecas.
E incluso, gracias a la Constitución que el arzobispo José Mora y del Río repudió públicamente —el diario El Universal, el 4 de febrero de 1926, publicó lo que llamó “errores pestilentes” de la Carta Magna—, algunos de los mencionados estudiaron en escuelas confesionales que, por lo que usted quiera y mande, terminaron adoptando el ideario de la Guerra Cristera iniciada poco después de que el arzobispo de marras y sus seguidores ordenaran cerrar los templos católicos.
Para Reyes Tamés, el Programa Sectorial de Educación se ha tardado porque todavía no está completa la información que deben aportar todos los actores interesados en el futuro educativo del país. Lo que en realidad ocurre es que, al recibir señales equivocadas, esos actores están confundidos por la “instrucción superior”: la educación social e integral que existe (la misma que hizo productivos a los mexicanos en el poder) pretende ahora mezclarse con una educación “light”. Dicho en otras palabras: intentan adaptar el sistema educativo nacional al capitalismo salvaje que dirigió el destino de Estados Unidos, es decir, medirlo con los parámetros de la productividad empresarial.
Alguien por ahí dijo que no era suficiente tener un título universitario. Y tiene razón, porque se ha comprobado que existen profesionistas con título, pero también un exceso de títulos sin profesionistas. Eso confirma que la ignorancia a veces se oculta con cualquier carrera universitaria, sobre todo cuando el egresado de las escuelas superiores se pasma y no actualiza ni incrementa sus conocimientos, o al menos sus lecturas.
Es el caso, por ejemplo, de aquellos que todavía ignoran la aportación de un escritor mexicano —el ¡ay nanita! de Abascal— cuyo nombre es Carlos Fuentes. No saben o no han querido leer uno de sus “libritos”, curiosamente hecho por el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE). La obra titulada Por un progreso incluyente ofrece lo que tan afanosamente buscan los nuevos “educadores” de México. En la presentación del libro, Elba Esther Gordillo dice:
“(Esta obra es la primera) que aborda de una manera global el problema de la educación y el desarrollo, la íntima relación que siempre ha existido entre educación y progreso, relación que en este siglo, en el inicio del tercer milenio, se ha tornado indispensable”.
A estos, digamos, nuevos educadores habría que pasarles un fax urgente con el siguiente texto de Carlos Fuentes, autor de la novela Aura, que tanto asustó al timorato gabinete:
“Ha existido una larga pugna entre los partidarios de la educación masiva y los de la educación selectiva. Por principio de cuentas, existe la obligación constitucional de ofrecer educación primaria y secundaria, libre y no sectaria, a todos los mexicanos. Sin embargo, persiste la tensión entre cantidad y calidad educativas. Los críticos de la primera señalan que la masificación conduce al incremento de la deserción, a la formación de profesionistas mediocres y a la pérdida de oportunidades alternativas en la educación vocacional y artesanal.
Los promotores de la calidad arguyen que sin ella no alcanzaremos nunca las prioridades requeridas para un trabajo cuyo nivel nos permita competir internacionalmente. Los críticos de la selectividad subrayan su carácter poco democrático y exclusivo.
Lo que los mexicanos debemos proponernos, trascendiendo esta pugna, es una educación de calidad que no le niegue a nadie el derecho a la educación. Cada etapa de la enseñanza debe consolidar la anterior y preparar para la siguiente. La calidad de cada etapa irá abarcando la de la siguiente, y en este proceso la cantidad que abarque puede, a la vez, crecer y diversificarse: habría quizá menos abogados y más biólogos, y la conveniente cantidad de ingresados y egresados vocacionales. Para ello, la sociedad y el Estado deben reclutar al mayor número de actores de la educación.
La educación es un bien público y requiere, cada vez más, socios para la enseñanza: no sólo la base de la familia y el maestro, el niño y la escuela, sino comisiones locales, la autoridad pública, el sector privado, la sociedad civil y la comunidad internacional…”.
¿Habrá más hilo negro que descubrir…?