Porque nadie advierte que acusar no es un acto neutro. Es un acto creador...
Hay heridas que no se ven, pero se gestan en el silencio de una acusación injusta. Heridas que no sangran, pero arden. Que no matan, pero deforman. Duele más lo que no se hizo y aún así se señala, que aquello que realmente se cometió. Porque lo verdadero, al menos, tiene sentido. Pero lo falso… es una traición al alma.
El síndrome del acusado nace ahí: cuando te nombran algo que no eres, y al principio, te desgarras intentando probar que no. Te defiendes. Gritas. Te haces preguntas. ¿Por qué yo? ¿Por qué esto? ¿Qué no ven quién soy? Pero nadie escucha. Nadie quiere entender. La versión falsa tiene más eco. La mentira cae bien, alimenta el morbo, da rating.
Y entonces ocurre lo peligroso.
Algo se rompe. Se cierra la garganta. Se endurece el rostro. Y en un giro de venganza, de cansancio o simplemente de abandono, decides encarnar la sombra que te atribuyeron. Si ya me ven así, que al menos tengan razón. Si voy a cargar esta culpa, que al menos no sea en vano.
Y el alma, como quien se deja hundir para dejar de luchar, se convierte en aquello que siempre temió.
“Dicen que soy un infiel, pues ahora lo seré.”
“Me llamas dictador… ahora verás lo que eso significa.”
Y en México, en su política, este síndrome es un virus que se propaga con facilidad. Se acusa a un líder de autoritario, y en su resentimiento, endurece su puño. Se le llama corrupto, y entonces su sed de venganza se cobra en efectivo. Se le grita que es un tirano, y al no ver salida digna, decide convertirse en uno. No por convicción, sino por despecho. No por destino, sino por herida.
La tragedia es doble: perdemos a quien era y ganamos al monstruo que nombramos. Y luego fingimos sorpresa.
Tal vez no todos eran así desde el principio. Tal vez algunos solo necesitaban una mano extendida, no una piedra lanzada. Tal vez, si el juicio hubiera sido más humano, menos precipitado, hoy tendríamos líderes más sensibles, más conscientes, más humanos.
Pero no. Nos gustan las etiquetas. Y nos asombra que al final se las pongan.
Porque nadie advierte que acusar no es un acto neutro. Es un acto creador. Cuando se hace sin cuidado, sin verdad, sin amor, no es justicia lo que se logra… es profecía cumplida.