CHAMANES LETRADOS
El régimen del entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz podría ser el origen de los intelectuales orgánicos modernos. Esto es porque el controvertido poblano conquistó a Ricardo Garibay, que en aquellos años era ya un lúcido hombre de letras.
El literato y periodista escribió que, debido al influjo presidencial, fue víctima de las críticas de quienes, junto con él, ocuparon el mundo descubierto por Aristóteles y reinventado por Diderot, espacio donde –según dicen los especialistas– se entrelazan y confunden el genio y la locura.
A partir de aquel mandato no han faltado los intelectuales que rondan el poder presidencial. Por ejemplo, aparecieron durante los gobiernos de Luis Echeverría, José López Portillo, Miguel de la Madrid y Carlos Salinas. Y hoy, gracias al irresistible influjo del poder, Ernesto Zedillo logró rodearse de muchos de ellos, incluido el desaparecido Octavio Paz, premio Nobel de Literatura.
Lo curioso de este asunto es que los beneficios que emanan del Ejecutivo han fomentado algo así como una competencia paralela a la carrera presidencial, justa en la que –como el lector sabe– puntean Vicente Fox Quezada y Francisco Labastida Ochoa: cada uno de los seis candidatos contestó a su “Chamán letrado”, encargado de ponderar, exaltar y promocionar a su pupilo, patrocinador o futuro protector, como usted quiera definir al Candidato en jefe.
La diferencia de éste con los tiempos de Díaz Ordaz es que actualmente no hay quien critique la actitud de los intelectuales, quizás porque la mayor parte de ellos están involucrados con la “marca” que los contrató. Alguien como, por ejemplo, Carlos Monsiváis, quien en su tiempo tuvo un ríspido diálogo con Ricardo Garibay, mismo que a continuación me permito resumir.
—Oye Ricardo, ¿cómo pudiste escribir eso que acabas de publicar sobre Díaz Ordaz? —dijo el autor de Los rituales del caos—. Me removió, me alteró, me lastimó, digamos. Te haces muy escaso favor. Formalmente es impecable, pero lo que dices al final…
—Venga. ¿Dónde está lo malo? —inquirió don Ricardo—. A veces elogias de frente mis trabajos. Si ahora no es así, venga la crítica, derecho. La agradezco de la misma manera.
—Mira, pones a Díaz Ordaz como el único, el sobresaliente, el digno de toda gratitud. Es el hombre que injuria y humilla a sus secretarios de Estado, que desacredita a los funcionarios que él mismo ha nombrado, que execra a los estudiantes y abomina a la juventud de su país, y tú aceptas su ayuda y te consideras afortunado por tenerla…
Es obvio que la crítica de Monsiváis lastimó a Garibay tanto que éste le dedicó un espacio en su obra literaria tratando de justificar el enojo. Pero, para su desventura, don Ricardo no pudo lograrlo a pesar de la lúcida inteligencia y solvente prosa que lo distinguieron, características que le ganaron un merecido espacio en la rica historia de la literatura mexicana.
Algo similar ocurre en este prolegómeno electoral donde aparecieron varios intelectuales cuyo trabajo consiste en defender las cualidades de su candidato. En algunos casos, se les ha pasado la mano al grado de poner a sus futuros mecenas en el nivel de los iluminados y visionarios. Me refiero a los locos que ofenden las reglas de la moral, del bien pensar y de la sociedad; a los “profetas” que, por opositores o marginales, fueron internados o de plano “siquiatrizados”. Vaya, hasta parece que la mentira, el destino, la impudicia y el espíritu aventurero son las “cualidades” que necesita el gobernante de este país.
Supongo que la aparición de hombres doctos y entendidos, portadores todos de diversas banderas políticas, se debe al éxito que en otros regímenes han obtenido sus congéneres, los mismos que en su momento pusieron precio a su talento e inteligencia (concesiones, prebendas y favores). Digamos que estos nuevos “sabios” politizados representan el “voto de calidad” que no suma en las urnas.
Si fuese indispensable encontrar una explicación a la actitud de las “inteligencias electorales”, ésta –parafraseando a Garibay– sería la necesidad de cumplir con el itinerario tragicómico del escritor para ganarse la vida en un país que no lee. O encauzar a los despabilados cuyo protagonismo no encaja en una nación que puntualmente demuestra que la televisión y la política no necesitan de intelectuales.