Papás: fabricantes de adicciones

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Porque no hay droga más potente que el mal ejemplo… y esa se consume a diario, en silencio, frente a los ojos de quienes más te imitan...

A muchos padres les encanta repetir que las adicciones de sus hijos son “mala suerte”, “malas juntas” o “cosas de la edad”. No. En la mayoría de los casos, no es el azar… es la crianza. Y la crianza no se improvisa: se construye o se descuida. Cuando se descuida, el resultado es predecible.

El estudio ACE (Adverse Childhood Experiences), realizado por Kaiser Permanente y el Centro para el Control de Enfermedades de EE. UU., ya lo dejó claro: los traumas en la infancia —gritos, violencia, padres alcohólicos, abuso, abandono— son un terreno fértil para que, años después, florezcan las adicciones, la depresión, la ansiedad y hasta intentos de suicidio. Un niño que crece entre peleas y silencios helados no aprende paz: aprende a silenciar sus demonios.

Los hijos son esponjas. Absorben el tono de voz con el que papá trata a mamá, las risas o insultos que llenan la casa, la forma en que se resuelven (o se evaden) los problemas. El molde se endurece en los primeros años. Lo que vierten ahí se queda. No sirve comprarles el último celular si la casa sigue oliendo a abuso.

Después están los padres que no se toman la molestia de conocer a los amigos de sus hijos. “Yo confío en él”, dicen. Error. Un adolescente sin supervisión es como un auto sin frenos en bajada: tarde o temprano se estrella. Si no influyes en su entorno, otros lo harán… y no siempre para bien.

Y luego está la excusa favorita: “No hay dinero para terapia”. Curioso, porque sí hay para el estadio, para el casino, para la borrachera del viernes o para pagar las mensualidades del Mustang. Si tienes el dinero y no lo usas para ayudar a tu hijo, no eres un espectador de su caída, eres la mano que lo suelta al abismo.

Cada hijo es un mundo, sí. Cada caso necesita su tratamiento, también. Pero todos comparten algo: necesitan adultos que no se laven las manos. La psicología infantil existe para algo más que para memes de Instagram. Un buen profesional puede detener un problema antes de que crezca.

El ejemplo, claro, es la lección más poderosa. Si un hijo te ve borracho, aunque le digas que “no tome”, tu lección es: “esto es normal”. Un padre, para un niño, es guía, héroe… y hasta dios. Y cuando tu dios se cae del pedestal con una botella en la mano, el mensaje queda grabado: “quiero ser como él”.

Las adicciones no nacen siempre en la calle. Muchas se gestan en casa, con papás que gritan, callan, se evaden o priorizan todo menos a sus hijos. Reconocerlo no es insulto: es la única forma de romper la cadena. Porque no hay droga más potente que el mal ejemplo… y esa se consume a diario, en silencio, frente a los ojos de quienes más te imitan.

Miguel C. Manjarrez

Revista Réplica