Puebla, el legado (Las borrascas)

Réplica y Contrarréplica
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Las borrascas

La sombra de las nubes porfirianas cayó sobre Puebla. La negrura medio se disipó cuando la renovada República se fortaleció con las nuevas Constituciones, la nacional y la local. Alfonso Cabrera Lobato fue designado gobernador después de haber figurado en la relación de diputados constituyentes de 1917 (Querétaro), función que nunca ejerció debido a sus particulares intereses.

En 1919, ya como titular del poder Ejecutivo, Cabrera decidió cerrar las puertas del entonces Colegio del Estado porque, entre otras absurdas razones, le incomodaban las manifestaciones pacíficas de los estudiantes. La actitud del gobernador exacerbó la rebeldía natural de la juventud universitaria. En tropel los estudiantes acudieron a la instancia federal para solicitar la protección de la justicia contra la orden del mandatario. Se les concedió el amparo y las puertas del Carolino fueron reabiertas. Cabrera, encolerizado, decidió usar su poder y, después de burlarse de los “amparitos”, cesó a todo el personal docente para, con el pretexto de la falta de maestros, volver a cerrar las puertas de la Universidad.

La Revolución había concluido. Sin embargo prevaleció el ánimo de los caudillos forjados en la fragua que templó en carácter de los hombres que mantuvieron a México entre las venganzas sangrientas y el ejercicio del poder inspirado, valga la alegoría, en el tronido de los chicharrones personales. Es el caso de Gonzalo N. Santos —por citar un lamentable ejemplo—, general potosino autor del llamémosle apotegma: “La moral es un árbol que da moras o sirve para una chingada”.

Maximino Ávila Camacho es otra muestra de los personajes que se hicieron temibles para los ciudadanos, en especial los de posición acomodada en cuyas historias destaca aquel aviso amistoso que los puso en un predicamento: “Mire amigo —dicen que dijo don Maximino a sus súbditos de postín—, o me vende usted su propiedad o se la compro a su viuda”. Para compensar esos gestos dictatoriales el general hizo cómplices a sus víctimas a quienes, paradójicamente, convirtió en millonarios: eran los días del extraordinario negocio textil detectado por el olfato financiero de William Jenkins. El gringo supo que habría una gran demanda de insumos debido a la Segunda Guerra Mundial.

Con estas sombras sirviéndole de marco (nubarrones entreverados con las luces del conocimiento que abre las puertas del porvenir e impulsa los intereses que crecen al calor del tráfico de influencias), la Universidad Autónoma de Puebla se encontró ante la necesidad de renovar la búsqueda del progreso académico. Eran días alterados por las pasiones que enfrentan a la sociedad exponiéndola a los desencuentros que aparecen junto a la violencia. Es el caso del fanatismo a ultranza opuesto al dogma marxista.

La reforma liberal del siglo XIX hizo las veces de preámbulo a la lucha por la autonomía universitaria que dio pie a los enfrentamientos estudiantiles contra el cacicazgo avilacamachista (1937-1957).

Años más tarde, también en el siglo XX, la Universidad sufrió el ejercicio del poder influenciado por los personeros del Clero. Ante este predominio (1959), grupos socialistas, comunistas, liberales, de centro y hasta las organizaciones sin definición ideológica, se unieron en torno a la defensa de la educación laica. Esta acción pudo haber sido uno de los frutos que sembró el Grupo Cauce citado líneas adelante, cuyo trabajo en pro de la cultura incentivó en alumnos y maestros el deseo de superación personal y académica. Eran jóvenes que habían vivido de cerca —o a través de sus familiares— la etapa sangrienta, violencia hija del silencio y el conformismo de la sociedad, actitudes que relegaron a la cultura.

Para la dirigencia universitaria de aquellos entonces había un enemigo a vencer: el arzobispo Octaviano Márquez y Toriz. Durante dos décadas (1950-1975) este sacerdote fue líder y guía de quienes encabezaron el Movimiento Universitario de Renovadora Orientación (muro), la organización ultra derechista proscrita por el cardenal Miguel Darío Miranda, Arzobispo Primado de México. En medio de esas corrientes y patrocinado por el muro, surgió el grupo de estudiantes poblanos que fundó el Frente Universitario Anticomunista (FUA). Buscaron ganar espacios a fin de que la Universidad se sometiera a los designios del Clero y, de paso, persiguiera hasta el exterminio a quienes no comulgaran con la religión católica.

Las sombras que se habían posado en el firmamento cultural oscurecían el desarrollo del espíritu universitario e incluso del conocimiento universal.

El agua buscó su nivel. Aparentemente de la nada surgió la idea de derogar la Ley Orgánica para desarticular al Consejo de Honor vitalicio integrado por individuos pro clericales y derechistas. Se hizo patente la necesidad de reformar la vida interna de la Universidad con la idea de dar vigencia plena al espíritu y letra del Artículo Tercero Constitucional, rescate que abrió las aulas universitarias a los jóvenes que, debido a su pobreza y falta de oportunidades, se habían quedado al margen de la educación superior.

Se creó el ambiente donde pudo desarrollarse la generación que años más tarde llegaría a conducir la vida de la máxima casa de estudios. La juventud universitaria encontró la oportunidad de adquirir el conocimiento que abre caminos, pero también quedó expuesta a ser moldeada por las manos de sus maestros, muchos de ellos fieles intérpretes del marxismo y, por ende, tozudos promotores de esa doctrina. Alfonso Vélez Pliego, José Doger Corte, Enrique Doger Guerrero, Enrique Agüera Ibáñez y Alfonso Esparza Ortiz, abrevaron en esas aulas desde su sentido social hasta —valga la frase— el instinto de conservación. Parecía que el legado de Marx convertido en semilla había encontrado la tierra fértil donde fructificar y multiplicarse de manera exponencial. Fue así como el ingeniero Luis Rivera Terrazas —maestro, guía, rector y paradigma— convirtió a la Universidad en sede y punta de lanza del Partido Comunista al cual, por cierto, sacó de la clandestinidad.

En ese ambiente se formaron los rectores de la transición, los cuales hicieron de la Universidad un centro de estudios libre del dogma político y la influencia clerical; los mismos que habían vivido el ingreso de la pluralidad y las nuevas corrientes de pensamiento (todas de izquierda). Atestiguaron pues las fórmulas negociadoras y de concertación que permitieron a Alfonso Vélez Pliego llegar a la rectoría para convertirse en detonador ideológico de la nueva generación de universitarios. Aunque parezca extraño Vélez Pliego tenía la simpatía del clero y por ende, el prestigio familiar, ambas circunstancias le permitieron estar cerca del sector conservador poblano. (Después, por su actividad política de izquierda, el jet set angelopolitano lo acusó de haber traicionado a su clase social). Alfonso Vélez Pliego tomó posesión el 17 de noviembre de 1981. Ahí dio inicio el proceso que derrumbó la muralla del radicalismo que mantuvo a la Universidad lejos del gobierno. Sin perder el espíritu democrático y liberal, la Institución dirigida por Vélez empezó a quitar las barreras del dogma que prevalecía en la universalidad. Y sobrevino lo que fue la paulatina integración de la máxima casa de estudios con la sociedad poblana y el sector público estatal.

Después de muchos años de hostilidades y escaramuzas mediáticas, ocurrió el acercamiento definitivo entre buap y Gobierno. Iniciaba el  mandato de Guillermo Jiménez Morales. Consta en la entrevista que Blanca Lilia Ibarra realizó al ex gobernador:[1]

Dijo Jiménez Morales:

En el inicio del gobierno (…) estaban rotas las relaciones entre la Universidad y el gobierno de Puebla. No había comunicación, entonces, el primer día tuve un desayuno en la Casa de la Cultura con el rector y, al término del desayuno, yo le dije: “Ahora, vámonos caminando a la Universidad sin elementos de seguridad ni nada. Y así llegamos ante el asombro de los estudiantes.

¿Se trataba de mandar una señal?, preguntó la periodista?

Exacto. Eso era exactamente. Caminé por los patios con él y subí hasta su oficina y ahí lo dejé. Cuando se quedó en su oficina, me dijo: “Ahora, permítame, yo lo acompaño a su coche”, y le dije: No señor, usted se queda aquí y yo me voy solo a tomar mi vehículo y, desde este momento, las puertas del gobierno de Puebla están abiertas para la Universidad, para los profesores y sus alumnos, porque para mí la Universidad y la cultura son de fundamental importancia.

Considero que aquel fue el contacto inicial entre esos dos factores de poder. La acción frenó la inercia antigobiernista que había prevalecido en el sector universitario (rector, académicos y estudiantes).

Los nubarrones habían empezado a disiparse no obstante las acciones defensivas que emprendieron los radicales. Fue cuando entre los estiras y aflojes de la clase universitaria aparecieron los, permítaseme el eufemismo, emisarios del gobierno dispuestos a colaborar con el rector. En ese ambiente fue preparándose lo que habría de ser el reencuentro decisivo entre Universidad y gobierno, coincidencia que propició el golpe de timón al barco de la educación superior poblana. En esas andaban cuando[2]

La rectoría de Vélez coincidió con la gubernatura (1981-1987) de Guillermo Jiménez Morales. Los dos desarrollaron una relación armónica entre la universidad y el gobierno estatal. A pesar de ello, en el seno universitario cundió el descontento como si ese “romance” político fuese una especie de premonición del enfrentamiento que nueve años después ocurriría entre el gobierno de Mariano Piña Olaya y una facción de la autodenominada clase política universitaria.

Para los más radicales, Vélez se había vendido y sus colaboradores eran gobiernistas. Empero, el rector contaba con el legado de “El Mariscal”, lo cual ocasionó el alejamiento de otros líderes como Luis Ortega Morales quien se sentía el heredero desplazado. Vélez Pliego pudo reelegirse y su fortaleza prevaleció hasta 1987 cuando su grupo postuló como candidato a rector a José Doger Corte. En aquella elección la victoria (sorpresiva por cierto) correspondió al maestro en ciencias Óscar Samuel Malpica Uribe. No funcionó la estrategia oficial armada para mantener el statu quo.

La lucha electoral se realizó sin contratiempos políticos. Sin embargo, la derrota inesperada inoculó en los otros grupos el virus del resentimiento que hizo su aparición en 1989, cuando una rectoría descontrolada e inexperta cayó en la candidez para quedar atrapada en las manos del mañoso gobierno piñaolayista que, valiéndose de su poder, escamoteó el pago de las nóminas y provocó el retraso del subsidio federal. Ello, claro, de acuerdo a las indicaciones de Manuel Bartlett, entonces secretario de Educación Pública. Además, por sus desplantes mesiánicos, la administración malpiquista se puso de pechito ante los tiradores de la Secretaría de Educación Pública —léase Manuel Bartlett. (El gobierno federal aprovecho) la oportunidad para poner a funcionar la parte operativa del gran proyecto educativo nacional, consistente en desmasificar a las universidades públicas para elevar, dijeron, el nivel académico.

Antes de continuar permítame el lector un paréntesis. La intención: comentarle en unos cuantos renglones algo de lo sucedido con Óscar Samuel Malpica Uribe, uno de los tantos académicos considerados por el gobierno como enemigos peligrosos[3]:

…Óscar Samuel Malpica Uribe tuvo la oportunidad de aclarar su posición con Alberto Jiménez Morales quien, por aquellos días, ejercía a plenitud su poder tras el trono (era asesor en jefe de Mariano Piña Olaya). La plática inicial se llevó a cabo en un conocido hotel de la Angelópolis. Allí Malpica explicó sus razones. Y de buen talante don Alberto se ofreció a intermediar para que el gobernador entregara de inmediato el subsidio retenido por sus pistolas (después supe que la decisión contó con el aval de Manuel Bartlett, a la sazón, como ya se dijo, secretario de Educación Pública). Asimismo, se comprometió a ordenar a la prensa semioficial la suspensión de críticas contra el satanizado rector. Como condición se le pidió a Samuel su aquiescencia para convocar a la clase política universitaria a lo que sería, dijeron, una junta conciliatoria.

Las primeras conversaciones marcharon más o menos bien hasta el día programado para la reunión de avenencia. Previamente alertado por su avanzada (le informaron sobre la presencia de algunos porros), el rector decidió suspender las concertaciones y pláticas: dijo que no podía dialogar con interlocutores moral y profesionalmente descalificados. Supuso, asimismo, que detrás de la acción de concertación se escondía un proyecto perverso cuyo objetivo era desarticular a la buap restándole presencia e influencia a sus fuerzas políticas y académicas. Ello produciría su desprestigio ante la sociedad y, desde luego, frente al estudiantado. Supuso que los jóvenes universitarios dejarían de apoyarlo. No podía permitirlo porque en ellos había cifrado su trabajo y esperanza.

No pudo hacer nada debido a que, según él, había iniciado la operación del plan en contra de la Universidad crítica y popular. Aseguraba que José Doger tenía la autorización o bendición (del gobierno) para iniciar su (segunda) precampaña y llegar cincho al proceso de elección de rector…

Una vez descubierta lo que él llamó asonada contra la BUAP, Malpica hizo el último esfuerzo político destinado a conservar la dignidad universitaria (esa fue su inspiración. Sólo tenía 32 años). Se manifestó ante el fortificado Palacio de Gobierno (en su patio estaba un batallón de policías fuertemente armados) seguido por más de 20 mil estudiantes. Sus consejeros y acompañantes le insistían en derribar las puertas. Argumentaron que en el hecho habría víctimas lo cual provocaría que cayera el gobierno de Piña Olaya. El rector se negó porque —según me lo dijo— no quiso cargar sobre su conciencia la muerte de uno o varios estudiantes…

Malpica Uribe fue encarcelado. Primero el gobierno convenció a su esposa para que lo demandara por agresión física (hecho falso) y ya dentro del penal le fincaron el delito de peculado, mismo que no existía por dos razones: no era servidor público y él nunca dispuso de ningún dinero que no fuera en que le correspondía por ser parte de su salario. El motivo fue el encono de Piña Olaya, coraje que orilló al poder Ejecutivo a manipular las leyes poblanas para mantener en la cárcel a Samuel. Mariano Piña Olaya estaba enojado por la denuncia en su contra que Samuel Malpica presentó ante la Cámara de Diputados federal: solicitó a los legisladores juicio político en contra del gobernador, precisamente. Un año más tarde fue liberado gracias a que sus abogados le ganaron la partida al gobierno represor… Malpica recuperó su plaza y los salarios que le retuvieron a pesar de haber sido preso de conciencia…

Lo ocurrido a Malpica fue sin duda producto del plan gubernamental diseñado para desmasificar a las universidades del país con la intención de aplacar lo que en esos días las autoridades veían como un foco de problemas sociales. Y, según tal apreciación, en la Universidad Autónoma de Puebla aún se sentían los efectos de la escuela comunista implantada por Luis Rivera Terrazas.

¿Qué ocurrió después de los malévolos zarandeos propiciados por la mano negra gubernamental?

Encontré parte de la repuesta en la entrevista que Blanca Lilia Ibarra[4] hizo a Enrique Agüera Ibáñez. En ella el doctor aclara lo que sin duda fue un fenómeno generacional tanto en su persona como en los Doger, rectores que lo antecedieron: habían atestiguado las confrontaciones que tuvo que sortear la Universidad de la década de los ochenta.

Dijo Agüera:

Hace mucho tiempo dejé los dogmas atrás. Creo que los dogmas lastiman, los dogmas son como candados que se ponen a las puertas y que, a veces, corres el riesgo de perder la llave y no poder después abrir la puerta a un horizonte más amplio que te permite encontrar mejores respuestas a tu responsabilidad social. Creo que el mundo requiere hoy de un pensamiento libre, comprometido con la búsqueda de soluciones y respuestas en lugar de reclamos de la sociedad. Hoy se requiere un oído muy sensible para poder escuchar a aquellos que nos debemos y poder interpretar cómo responder a sus expectativas; creo en eso y en que las ideologías nos sirven para poder tener elementos conceptuales que nos permitan interpretar la realidad, cada quien a su manera, pero, insisto, con una gran apertura, pluralidad y respeto a todas las ideologías.

¿Los Doger estarían de acuerdo con las declaraciones de Agüera?

Consideré innecesario preguntarles porque el propio Enrique Agüera me confirmó que el trabajo de sus antecesores había servido de base a su administración.

“Lo que ellos hicieron conformó la plataforma en la cual me apoyé para impulsar a la Universidad”, aseveró.

Aprovecho las palabras de Agüera para insertar en el contexto algunos párrafos de la historia que relaté en Puebla, el rostro olvidado[5]. Retrocedamos pues varios años para abundar sobre lo que ocurría en el ambiente político que formó parte del entorno de los entonces alumnos universitarios, incluidos los que después fueron académicos en vías de convertirse en rectores:

En la etapa de la reforma universitaria democrática, los jóvenes progresistas lograron excluir al Clero de la universidad. En seguida la corriente más dinámica (el PCM) buscó hacerse del poder total. El movimiento de 1971 tuvo ese propósito, aunque justificado con un planteamiento ideológico que proponía la reforma. Cuando se enfrentaron contra el gobernador Rafael Moreno Valle (abuelo de Moreno Valle Rosas), los universitarios contaron con el apoyo del gobierno federal que en apariencia había planeado el relevo del gobernador. Y dieron a la Federación el pretexto ideal para remover a Moreno Valle. De no haber sido así se les hubiera negado el incremento del subsidio a la UAP después del cambio obligado de gobernador (fue digamos que una variable del cañonazo obregonista. Había que moderar el ímpetu del grupo triunfante).

El lugar de Rafael Moreno Valle fue ocupado por Gonzalo Bautista O’Farril. Según los antecedentes y las consecuencias de aquel mandato efímero, Bautista se dejó azuzar por la ultraderecha y con ese apoyo quiso poner fin a la importancia política de la UAP, cuyo poder e influencia popular había logrado tumbar a dos gobernadores. Las escaramuzas del combate desembocaron en la agresión de francotiradores de la Policía Judicial del estado. El 1 de mayo de 1973 los elementos policíacos dispararon contra el edificio Carolino desde diversos frentes. En ese ataque salieron heridos varios jóvenes estudiantes. Días después, el grupo dirigente de la UAP se consolidó con la caída de Bautista O’Farril y aprovechó la inercia de los acontecimientos para imponer su control.

En días de gloria del grupo universitario dominante, apareció la consigna “por una universidad democrática, crítica y popular”. Los dirigentes universitarios trabajaron arduamente para fortalecer el PCM. Libre de competidores en el seno de la casa de estudios, Rivera Terrazas buscó darle presencia social a su partido. Sin embargo, a pesar del esfuerzo realizado, no pudo amalgamar la identificación entre las luchas populares y el PCM. Pero sin querer consiguió generar la disidencia interna que a final de cuentas propició la aparición de las células del Partido Socialista de los Trabajadores (PST), quienes más tarde integraron el FEP. Nuevamente y como consecuencia de sus actitudes críticas, la dirigencia universitaria logró otro incremento del subsidio, empero, el PCM empezó a perder simpatías entre los estudiantes al extremo de tener que buscar su sustento político fuera de la institución.

La elección de Alfonso Vélez Pliego, propiciada por el propio Rivera Terrazas, fue contra los intereses de su corriente. Resultó contraproducente el espíritu conciliador de Vélez. (Lo acusaron de permitir) a los gobiernistas recuperar espacios, y a los otros sectores radicales apropiarse de las banderas del PCM.

Ya en 1987 el grupo Ortega-Malpica aparentó poco interés en la contienda electoral. Consideraba que las elecciones internas de la coalición democrática y de izquierda serían definitivas, ya que (la presencia) de José Doger Corte, colaborador cercano de Vélez Pliego, lo hacía virtual rector.

En la estrategia del grupo opositor el rumor fue determinante. Los estudiantes sabían —porque lo habían escuchado— que Doger era el candidato del ex gobernador Guillermo Jiménez Morales (posteriormente se alió al gobierno piñaolayista). Esto le acarreó el “desprestigio” que fue aprovechado eficazmente por los malpiquistas, cuyo proselitismo se basó en el trabajo directo con el personal. José Doger actuó con toda apertura y bajo una estrategia publicitaria moderna, misma que fracasó.

La derrota electoral de la coalición democrática y de izquierda representó, sin implicar alternativa real para la UAP, el fin de la hegemonía de la corriente terracista, a la cual había pertenecido Alfonso Vélez Pliego. Ante los acontecimientos, el rector electo, Samuel Malpica Uribe, pareció desconcertado.

Por la densa población escolar y la gran cobertura de la universidad, diseminada en varias poblaciones del interior del estado, sus grupos políticos eran tan numerosos como difíciles de enlistar. Entre las tendencias más importantes destacaron las siguientes:

—La mayoría silenciosa. Estuvo formada por maestros a quienes la política universitaria le (resultaba) indiferente; se concretaba a enseñar, a cubrir su obligación académica y, obviamente, a cobrar; y los estudiantes a estudiar... (Este grupo lo formaba más de la mitad de la población universitaria; su importancia se notó durante las elecciones de 1987, cuando por la abstención en el sufragio ocurrió el sorpresivo resultado que dejó confundido al grupo dominante y patidifuso al grupo débil que nunca esperó ganar las elecciones...)

—Grupo Ortega-Malpica: cuando por primera vez Alfonso Vélez Pliego buscó la postulación a la rectoría, enfrentó a Luis Ortega Morales, también miembro del grupo Terrazas. “El Mariscal” prefirió a Vélez. Ortega, resentido, se distanció de sus compañeros para de manera clandestina integrar sus propias fuerzas y demostrar que había aprendido las enseñanzas de su maestro Terrazas. En las siguientes elecciones, Ortega no se postuló pero se alió con Samuel Malpica Uribe para imponerse al grupo velecista que contaba con el apoyo del gobierno jimenista. En una estrategia camaleónica, los derrotados aparentaron disolverse para eludir el canibalismo político.

La corriente Terrazas-Vélez bajó su perfil para mantenerse en el poder universitario casi 17 años… Tuvo a su favor la experiencia política, contactos y recursos, lo cual quedó demostrado en el conflicto que desplazó al rector Samuel Malpica Uribe. Cabe aclarar que si (la corriente) perdió aquellas elecciones fue porque, además de sobrestimarse, menospreció la fuerza estudiantil y omitió el mesianismo que acercó a Malpica con los alumnos…

Junto con los grupos mencionados coexistieron algunas corrientes minoritarias divididas en dos apartados:

El centro: …en la UAP, el priismo estaba muy activo aunque no participaba abiertamente en la política universitaria. Lo hacía a favor de las tendencias mayoritarias que de alguna forma le resultaron afines, como es el caso de José Doger Corte. Su significación alcanzaba entonces menos del 5 por ciento de la población universitaria...

La derecha: no se puede asegurar si se trató de una acción programada o de una situación meramente circunstancial, ya que el movimiento de reforma universitaria proscribió a los elementos clericales de la UAP. Sin embargo, ahí estaban a pesar de su expulsión… El pan y el PDM poco o casi nada tenían que hacer al interior de la UAP. No obstante, el sucesor del sinarquismo aprovechó la oportunidad y captó partidarios entre los hijos de los militantes sin posibilidades económicas para acceder a las universidades de derecha. Fungieron como quintacolumnistas capaces de desarticular los esfuerzos realizados durante la reforma universitaria. Empero, su número no alcanzó a figurar en los porcentajes.

A grandes rasgos así fue como se manifestó en la BUAP algo parecido al realismo (en este caso nada mágico) concretado en el segundo intento de José Doger Corte, elección que lo llevó a la rectoría. Una vez en el cargo, la experiencia, pragmatismo y conocimiento de las entrañas universitarias indujeron a José Doger a consentir y simpatizar con el Proyecto Fénix elaborado y puesto en práctica por el entonces gobernador Manuel Bartlett Díaz: el eje del proyecto se formó con el diagnóstico realizado por un grupo internacional multidisciplinario contratado por su gobierno: había que reducir la matrícula para mejorar la calidad académica de la Universidad. Además de lograr sus metas, el Proyecto Fénix produjo el boom de la educación superior privada, impulso acompañado con la creación de varias universidades cuyo desarrollo y futuro se basó en la demanda insatisfecha de espacios en las licenciaturas de la BUAP. En todo este proceso, la cultura como proyecto integrador, estuvo ausente.

Valga este paréntesis para comentar cómo, al trazar su perfil, Manuel Bartlett mostró su compromiso por la universidad pública, en este caso la Benemérita, institución que —me lo declaró en una entrevista— deseaba ubicar como una de las mejores de México. Dijo: “Es un proyecto que inicié en la Secretaría de Educación Pública”.

Por tratarse del background político que incidió en la vida universitaria de Puebla, incluyo en este segmento algunas líneas de lo que expresó el ex gobernador a Blanca Lilia Ibarra. Es esa entrevista Bartlett habla del bagaje que traía cuando llegó a la entidad para ejercer el cargo de gobernador con la intención de —según manejaba su campaña electoral— “rescatar la grandeza de Puebla”, propuesta que benefició a los rectorados de José Doger Corte y Enrique Doger Guerrero, al primero con los recursos y atención por parte de los gobiernos federal y estatal, y al rectorado del segundo como recipiendario del patrimonio inmobiliario incrementado con la donación del terreno donde hoy se ubican la Facultad de Ciencias de la Comunicación y el Complejo Cultural Universitario:

La guerra sucia no se inventó ahora, muchas de las acusaciones en mi contra surgieron a partir de que fui nombrado coordinador de la campaña de Miguel de la Madrid. Se trató de una campaña sucia, dirigida por otros contendientes que veían las posibilidades de que me convirtiera en secretario de Gobernación; después me inventaron otras cosas, como la del narcotráfico, lo de Zorrilla y lo de Manuel Buendía. Hubo periodicazos y periodistas venales. Sólo fueron inventos…

En política, la historia la escriben los triunfadores, Como secretario de Gobernación, creo que hice un muy buen papel en un periodo muy difícil en que las condiciones eran adversas para el país, después de la nacionalización de la banca, la caída de los precios del petróleo, la crisis económica, los paros cívicos nacionales, las luchas electorales y otros acontecimientos; sin embargo, nunca hubo un acto de represión en seis años.[6]

La tónica o romance entre universidad y gobierno (Proyecto Fénix), se fortaleció para prevalecer con el sucesor de José, o sea su primo Enrique Doger Guerrero. Éste hizo suya la estrategia comentada arriba con un agregado: el giro oficialista auspiciado por Melquiades Morales Flores, gobernador que años después lo sacaría de la BUAP para hacerlo priista y, además, candidato a la presidencia municipal de Puebla capital, elección que ganó.

Acababa de dejar la rectoría cuando entrevisté a Doger Guerrero con la intención de confirmar o aclarar el rumor sobre su rompimiento con Mario Marín Torres, a la sazón gobernador. Se había hablado de alguna amenaza en su contra (era munícipe de la capital del estado). Pregunté y él respondió que como seguía políticamente activo iba a dejar el tema para referirlo en sus memorias. Sin embargo, fiel a su facilidad para discernir, ponderar los escenarios políticos y expresarse con contundencia (el llamado “Góber Precioso” le mandaba mensajes “sicilianos”), recapacitó decidido a responder aquellos recados. Esto fue lo que dijo:

…Hay mucha perversión en esto (la política). He conocido a quienes compiten por ser el más perverso pensando en que así se es mejor político, actitud que no contribuye a nada. Hay mucho de destrucción en la política…

…Una de las primeras amenazas que recibí fue: “Tú no eres político, no sabes los códigos”. En efecto quizás no sepa los códigos, pero en lo que sí creo es en principios e ideas. Y si se tienen los principios y las ideas, ya vas avanzando. Pero hay quienes sin principios ni ideas quieren defender un código que raya en lo mafioso… Lo más grave en un hombre público es hacer gala de su ignorancia.

Desde que programó su salida anticipada de la BUAP, precisamente para buscar la candidatura a la presidencia municipal de Puebla capital como inicio a su definida y exitosa actividad política, Doger Guerrero escogió a Enrique Agüera Ibáñez para sucederlo en el cargo de rector. De ahí que Agüera llegara franco y sin problemas al poder universitario, primero como rector interino por consenso (2004), y después mediante la elección que le dio la mayoría absoluta.

Como muchos de sus compañeros en lo académico (su tocayo Doger entre ellos), antes de ocupar la rectoría, Enrique Agüera vivió los cambios de la universidad pública. Fue parte de las luchas ideológicas que dividieron a los grupos universitarios: comunista de origen militante en la Célula Dolores Ibárruri (nombre de la dirigente política —Partido Comunista Español—, luchadora social conocida como la Pasionaria) y, pasado el tiempo, exitoso gambusino del pragmatismo que él mismo definió en la entrevista con Blanca Lilia Ibarra[7], conceptos ya referidos en líneas anteriores.

En otro de mis libros[8] comento cómo Enrique Agüera Ibáñez “abrió” las cerraduras de las puertas que le mostraron el espacio donde moran “las inteligencias asfixiadas por estereotipos que las privan de lucidez” (Mario Vargas Llosa, dixit). Y de qué manera se introdujo al otro lado del patio cuyos portones también tienen candados, la mayoría de las veces sin una llave que los abra. Agüera llegó así a esa parte del mercado capitalista con la ventaja de conocer lo que sus moradores no sólo ignoraban, sino que además repugnaban inspirados en el radicalismo común en aquellos que explotan al hombre acogiéndose a la tradición economicista neoliberal, talante que —diría el economista Armando Labra Manjarrez— les indujo a ubicar los caballos detrás de la carreta.

Esa llamémosle facultad permitió al entonces rector conquistar a quien lo miraba con los ojos del resabio dogmático. También sedujo a los dueños del dinero que en principio lo vieron con las características del improvisado en lides financieras, los mismos que pasado el tiempo descubrieron que Agüera Ibáñez tenía facultades y la visión que para ellos forma parte de los liderazgos de su sector. Con esa cualidad empresarial transformó a la Universidad tanto en el aspecto arquitectónico (igual que en su tiempo lo hicieron los jesuitas) como por su presencia académica en el ámbito nacional. Y lo más importante: logró que el grupo encabezado por el gobernador Rafael Moreno Valle Rosas, se despojara de su acritud para cambiar la crítica hacia él (a veces mordaz, ofensiva e incluso con las perversiones elitistas) por una simpatía y empatía a todas luces motivada por el interés político. Sobrevino una conveniente alianza entre el poder político y la razón universitaria, el primero interesado en llevar la fiesta en paz, y lo segundo como consecuencia de la modernidad que obliga a caminar al lado de los dueños del presupuesto nacional, recursos que incluyen los subsidios sin los cuales sería imposible detonar la excelencia universitaria, ni más ni menos. Devino la amalgama que formó el gobierno morenovallista con la BUAP; es decir, Enrique Agüera Ibáñez y Rafael Moreno Valle Rosas, ambos en las antípodas cuando inició la campaña que llevaría al segundo a la titularidad del poder Ejecutivo.

[1] Ibarra, Blanca Lilia. Expresiones entre lo público y lo privado. Entrevista con Guillermo Jiménez Morales. Ed. buap, México, 2008.

[2] C. Manjarrez, Alejandro. Op. Cit.

[3] C. Manjarrez, Alejandro. La Puebla Variopinta, conspiración del poder. Ed. Cruman, 2015

[4]  Ibarra, Blanca Lilia, Op.Cit

[5] C. Manjarrez, Alejandro. Puebla, el rostro olvidado, Ed Buap, 1999.

[6] Ibarra, Blanca Lilia. Op. Cit.

[7] Ibarra, Blanca Lilia. Op. Cit..

[8] C. Manjarrez, Alejandro, La Puebla variopinta, conspiración del poder. Ed cruman, 2015

Alejandro C. Manjarrez

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