El laberinto del poder, autobiografía de un gobernante (Capítulo 46)

Réplica y Contrarréplica
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“Chile poblano, chile pasilla, echen a palos a los de la silla”

A las tribulaciones por la noticia sobre la intentona que los exagerados compararon con una trama para asesinar al gobernador, un hecho parecido al asalto al Palacio de la Moneda (pero sin aviones ni suicidio, dijeron), se adicionó el resultado de las investigaciones foráneas y locales. En el fondo ambas coincidían. Empero, pese a ello, las dos indagatorias tuvieron diferencias de origen y de tiempo. En la federal aparecía vivo el muerto y algún fallecido como prófugo de la ley, confusiones que son frecuentes en el ambiente de la inteligencia de Estado. Lo extraño es que sólo había dos mujeres enlistadas; una María de la Hoz, considerada pieza importante en cada acción política o línea de investigación, y la otra Irene Walter, etiquetada como eje intelectual de la delincuencia organizada que infiltró las estructuras de varios gobiernos, el federal, el mío, el del vecino estado de Veracruz y los de un centenar de municipios, incluido en guerrerense de triste fama criminal.

Por nuestros excesos de discreción, el caso de Mary se convirtió en el dolor de cabeza de los expertos en la investigación preventiva de México, problema que resolvieron de manera irresponsable: fue incluida en la lista negra porque nunca quisieron entender las razones de su omnipresencia en todos los asuntos de mi gobierno. Menos aún analizaron su genialidad, característica propia de quienes tienen la aptitud para ser pacientes —concepto éste de Buffon o de Séchelles, dos personajes que se disputan su autoría—. Prevaleció el casi irracional deseo de venganza o persecución contra quienes por su inteligencia son diferentes e impares.

Motivados por esa intención a todas luces enfermiza, los llamados expertos en el tema hurgaron en los rincones burocráticos de la entidad que yo gobernaba: querían descubrir o inventar algo que relacionara a De la Hoz con alguna mafia o que la presentara como el cerebro de las operaciones ilegales. Esta intención se convirtió en el delirio de José María Cuervo Moya, entonces jefe y cerebro de Seguridad Nacional; policía político que también había sido vulnerado por las malosas filtraciones de algún grupo relacionado con el narcotráfico: filtraron a la prensa el chisme sobre que Lobo fungía como el principal contacto oficial del capo Yanga. Las reacciones a este comentario lo volvieron loco e incluso vengativo. Y lo peor: el tipo le veía cara de narco a todos, incluidos curas, monjas, pastores y ministros religiosos.

Luchamos contra esa alucinación burocrática y sus consecuencias. El tiempo de mi gobierno estaba a punto de agotarse. Así me la llevé hasta que el Presidente Lobo conoció y le interesó el trabajo, resultados y alcances del SIAP.

Había que salvar a Mary de la persecución que en principio nos causó risa y después alarma debido al sospechosismo enfermizo de Cuervo. Además de la vigilancia especial que le asigné para protegerla, ella tuvo que solicitar (varias veces, por cierto) la protección de la justicia federal. Los dos temíamos que el sentimiento o deseo de venganza de Chema nos causara una desagradable sorpresa. Fue tanta la presión que me vi obligado a revelarle al presidente David Lobo, todos y cada uno de los “secretos” del Sistema de Información y Análisis Preventivo que adoptamos, trabajo que, como ya lo describí, se basaba en observar la aparente naturalidad con la que suelen vivir, laborar y reaccionar los seres humanos proclives al delito. Nuestro esquema nos permitía detectar cualquier alteración que revelara el cambio de estatus en las familias y líderes de la comunidad. Se lo expliqué al Presidente y éste entendió las razones expuestas, como el haber manejado nuestro programa con la discreción que generó sospechas contra la doctora cuya obligación era el llevar a buen término sus trabajos de coordinación e investigación política y policiaca bajo el esquema de la prevención.

Finalmente tuvimos la oportunidad de dialogar con Lobo durante más de cuatro horas. La reunión se convirtió en una interesante sesión de preguntas y respuestas. Él quedó convencido y puede ser que hasta hechizado por el método, la tecnología y los resultados que produjo nuestra técnica (hay cosas que uno tiene que suponer cuando las personas han hecho de la discreción y la inexpresividad sus motores de ascenso). Fue cuando tomó la decisión de adoptar el sistema para de manera alternativa aplicarlo en su administración, lo cual resultó un terrible golpe emocional para Chema. Lo malo de la medida presidencial es que incluyó en su gobierno a María de la Hoz, circunstancia que provocó a mis enemigos: una de sus reacciones, la más absurda, puso en la mesa de las discusiones la supuesta patente de impunidad que me había otorgado el Presidente. “Ladran Sancho”, dije a mis íntimos. Lo que callé fue mi arrepentimiento por haber roto la secrecía que tantos frutos produjo. “Deja de quejarte. No pierdes una patente ni a tu colaboradora —me regañó Mary—. Ganas prestigio y una aliada incondicional”. A este mensaje de aliento agregó su condición: “Una vez que concluyas tu gobierno, dejarás la política para dedicarte a escribir, empezando por tus memorias”. Un buen trato pero una mala jugada burocrática porque ella se alejó de mí. Perdí a mi Ángel de la Guarda que me orientaba y de pasó hacía que mis hormonas trabajaran sin cesar para, sin haberlo planeado, retrasar el proceso natural del envejecimiento.

Tambaleos

Quedé sin el apoyo directo de Mary y sobrevino la crisis existencial que cambió todo mi escenario y hasta mis facciones. De sopetón me marchité y parecía diez años mayor. Mis allegados creyeron que el infarto era la causa. Los enemigos se regodearon porque según ellos entré al proceso degenerativo que estimulan enfermedades como la diabetes. En mi cutis se hizo más notorio el tono cetrino, aspecto que mantuvo en estado de alarma al médico, a mis amigos y desde luego a Laura. Iba en franca decadencia hasta que reapareció Isabel Coss. Su inesperada presencia produjo otra regresión, pero no a la época de mis fantasmas sino a los tiempos del apogeo de mi gobierno. Noté su aura rosa, hálito que nunca antes había visto, y tuve la impresión de que la mujer levitaba. La sorpresa se transformó en un ligero golpe a mi cabeza, el cual —valga el auto diagnóstico médico— acomodó los hemisferios e hizo que mis neuronas se interconectaran. Como si hubiese sido un milagro parecido a los que ponderaba el arzobispo Froylán del Río, salí del marasmo que había provocado la sensación de quedar expuesto a los caprichos de la naturaleza humana. Regresé a la vida útil precisamente energizado por Isabel. Nunca se me ocurrió preguntarle pero era obvio que Mary le había pedido suspender sus planes académicos que la llevaron a la Universidad de Siena, Italia. De ahí que Isabel fuera el renuevo primaveral; la energía, aroma y colorido que me llenó de optimismo.

Con María de la Hoz en las entrañas del “ogro filantrópico”, e Isabel Coss Rémix inspirándome en los que fueron los días más difíciles de mi vida pública, ambas cómplices del que esto relata, la vida volvió a sonreírme. Recuperé mi presencia física que aunque pequeña se engrandeció con la petulancia propia del poder, en mi caso, a estas alturas, más económico que político. Gracias pues al oportuno consejo de Mary, providencia apoyada por Isabel, destiné una pequeña parte de mi fortuna para ganar los espacios de la cultura a través de la fundación Post Scriptum, y de ahí brincar a la embajada en Perú, espacio que me asignó el presidente Lobo por tres razones: el ejemplar proceso electoral que le favoreció porque fue determinante para legitimarlo, el compromiso adquirido con Emmanuel Cordero (su tutor, protector e impulsor hasta que llegó a la Presidencia del país) y mi petición para encubrir en lo plenipotenciario el lapso sabático que atempera la tragedia de los políticos alejados del poder. Era eso o mandarme matar para que se olvidaran las malas experiencias que al gobierno de México produjo la actuación de la licenciada Irene Walter y la fama de su complicada y violenta familia. Pero por ventura se apiadaron de mí, primero Cordero —que bien sabía mi historia— y después Lobo, que la conoció de labios de su antecesor. En este último caso resultó axiomático el trabajo y la información intelectual y política que, entre otras consecuencias positivas, permitió a la bella y talentosa María de la Hoz moverse en las entrañas del gobierno de la República donde, debo decirlo, se convirtió en la mujer más poderosa e influyente del régimen loboliano. En su caso por su talento e inteligencia y no por su clítoris, como hubiese supuesto el malogrado Odilón Balerín.

Prevaleció así mi derecho de picaporte telefónico, lo cual me permitió proteger a quienes habían sido mis colaboradores en el gobierno estatal. Todo ello me mantuvo satisfecho y seguro hasta que uno de esos días extraños se me aparecieron las energías de Sor Juana y Herminia. No recuerdo con precisión cómo sucedió pero sus voces e imágenes me obligaron a cambiar mi estado de gracia política por la necesidad de trascender aun en contra de mi tranquilidad. De ahí que se me haya ocurrido pensar en las armas y los argumentos que deberían tener los ciudadanos para combatir con éxito desde la corrupción hasta la mentira que, en muchos casos, ha soportado o apuntala el falso prestigio de la mayor parte de los políticos transformados en gobernantes.

Comenté con Isabel mis intenciones, que desde luego eran reveladoras. Ella no sólo se opuso sino que pidió a la doctora de la Hoz que me convenciera para evitar lo que podría ser un rompimiento definitivo con el poder político. “Se van a arrepentir de haberte ayudado a librar la frialdad de la cárcel o, en el mejor de los casos, el destierro y la muerte civil”, argumentó Mary. Después, con el afecto que nos unía, me mostró un panorama bastante desalentador. Me defendí valiéndome de los sobados argumentos que esgrimen los idealistas hasta que le escuché la advertencia que sacudió mi cerebro y agitó mis malos recuerdos: “Si persistes en tu obstinación, prepárate porque caerá sobre ti la maldición del Estado. Y si esto sucede, ya no podré ayudarte. Doña impunidad te dará la espalda”.

Concluimos en que novelara mis apreciaciones para publicarlas cuando el tiempo borrara las malas impresiones que produjo mi gobierno. Escuché la recomendación y me di a la tarea de escribir lo aquí plasmado, ejercicio que me resultó ilustrativo además de satisfactorio.

Recordar y escribir fue como un acto de contrición. Sentí que aportaba mi grano de arena a la interminable lucha de grupos y ciudadanos que intentan mejorar al país quitándole el lastre que ha impedido el pleno desarrollo humano, social, político, educativo, cultural y científico. También fue como una penitencia cuasi religiosa porque mis dos amigas se convirtieron en los abogados del diablo, talante con el cual revisaron cada una de las líneas que escribí, excepto, obvio, las que posterior y subrepticiamente incluí. Se opusieron con vehemencia, ya lo dije; sin embargo, al final del día coincidimos en que era necesario manifestar lo que yo había vivido en las entrañas del poder. Así pactamos el uso del “relato biográfico y novelado” escrito a través de un seudónimo. En esto último no les hice caso porque —en aquella ocasión argumenté— nunca lo había usado ni siquiera cuando debí atacar a mis calumniadores valiéndome de sus propias armas, o sea de la insidia, rumor, infidencias y revelaciones comprometedoras.

La dupla de ángeles y yo discutimos durante días los temas escabrosos así como la forma de revelarlos sin provocar el enojo del Presidente y sus asesores. También analizamos la manera de manejar las ideas que ellas autorizaron y lo que había qué hacer para ocultar mis fallas que pasado el tiempo se transformarían en virtudes financieras; el cómo disfrazar la corrupción que me produjo más beneficios que desgaste y otros hechos que me vi obligado a modificar dándoles el tono de reflexiones sobre el origen de todo el desmadre que vive México. De esto trata el siguiente capítulo cuyas líneas, espero, sirvan para reconocer, recordar y confirmar la simiente de la “corrupción civilizada” que trajo el conquistador español, praxis que al mezclarse con las creencias del pueblo, produjo el estado de confusión que aún prevalece. Ahí está el sincretismo que, entre otros milagros, convirtió a la Gran Tonantzin en la Virgen de Guadalupe, metamorfosis en la cual —dicen los historiadores agnósticos— intervino Marcos Cipac, el extraordinario niño artista indígena que fue descubierto, cooptado, orientado y entrenado por los frailes. 

Alejandro C. Manjarrez

Revista Réplica