Confesiones de un político (utopía)

Réplica y Contrarréplica
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El legado de Alejandro C Manjarrez

Una compilación de las mejores columnas políticas elaboradas por el periodista y escritor en la época digital. El periodo publicado en diarios impresos se denomina, crónicas sin censura. Búscalo en este portal.

Sólo el hombre íntegro es capaz de confesar sus faltas y de reconocer sus errores.

Benjamin Franklin

 

Debo confesar que nací a una edad muy temprana.

Groucho Marx

Lo que van a leer podría ser la confesión de un hombre que tuvo que adoptar el mimetismo político para poder ocupar los cargos públicos que ejerció antes de llegar al umbral de su mayor aspiración pública, que podría ser la presidencia de México o la gubernatura de su estado.

¿Sueño, adivinanza, ficción, realidad…? Como siempre, el lector tiene la última palabra:

“Confieso ante ustedes que me disfracé de corrupto. Confieso que me puse la máscara de comerciante del poder. Confieso que usé la técnica del gatopardismo. Confieso que me introduje en los grupos económicos cerrados donde se decide el destino del país. Confieso que acepté dádivas y establecí compromisos. Confieso que fui celestino de influyentes y poderosos. Confieso que serví de cabildero del gobierno ante los miembros de otros poderes a quienes, en algunos casos, tuve que corromper. Confieso que callé las injusticias que cometían los gobernantes. Confieso que encubrí a aquellos que tuvieron en sus manos el poder, mismo que manipularon para su beneficio personal. Confieso que cerré los ojos ante la corrupción imperante en los mandatos a los que serví. Confieso que llegué a proteger a los delincuentes de cuello blanco. También les confieso que me hice indispensable para ocupar los cargos desde donde traté de servir a la patria y, en la medida de mis posibilidades, impedir la corrupción. Confieso que gracias a mis fracasos pude permanecer dentro de las estructuras del poder político.

A esas confesiones agrego otra: mi compromiso, mi deuda, me obliga a rescatar los principios que por supervivencia burocrática tuve que ocultar haciéndome pasar como uno de los más eficaces operadores políticos.

Hubo que hacerlo. De lo contrario me habría visto obligado a prescindir de mi intención y a dar por concluida mi carrera política. Y además me habrían obligado a dejar trunca la intención de mejorar y crear las condiciones para hacer de México un mejor país...

Sé que la verdad es uno de los valores que ha estado ausente en los últimos gobiernos.

Sé que la mentira o las medias verdades sustentan los proyectos políticos de quienes gobiernan al Estado mexicano.

Sé que el pasado nos pesa, sobre todo aquel que forma parte de la herencia y la costumbre que se basan en la corrupción.

Sé que denunciar a los corruptos con poder equivale a la muerte civil, en el mejor de los casos.

Sé que la honestidad llega a convertirse en un lastre para el desarrollo político personal.

Sé que en política lo que cuesta sale barato, razón por la cual el gobierno acostumbra a poner precio a los hombres públicos, a los dirigentes políticos y a los líderes sociales.

Por todo ello los conmino a olvidar el pasado (excepto cuando haya que aplicar la ley) y a poner las bases para que en nuestra nación la verdad sea el eje del comportamiento de los servidores públicos, el punto de partida de los tres niveles de gobierno. Que se confiesen, como yo lo hago, para que inicien una nueva etapa en su vida donde la mentira y la manipulación de la verdad se conviertan en un delito grave cuya penalidad no alcance fianza.

En nuestras manos está el dar un viraje hacia el encuentro con la verdad y hacer de este principio el eje rector de nuestro sistema jurídico.

Hace treinta años conocí el contenido del libro titulado ¡Basta! Lo leyó el entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz. Y fue tal su sorpresa y preocupación que puso a funcionar la estructura del poder con el objeto de impedir su publicación. La obra detallaba cada una de las formas de corrupción. Proponía asimismo que para acabar con ese cáncer social era necesario suspender las garantías individuales y someter a juicio a todos los funcionarios públicos corruptos, incluso, dependiendo los daños que hubiese causado su comportamiento, establecer la pena de muerte. El problema, dijo entonces el constituyente Ignacio Ramos Praslow, autor del libro, estaba en que el número de postes de la ciudad de México resultaba insuficiente para colgar a todos los criminales. Ahora las condiciones del país son peores que las que vivió Ramos Praslow.

México padece el poder de las mafias del narcotráfico. El territorio nacional está prácticamente controlado por sicarios y narcotraficantes cuya riqueza les permite comprar conciencias, autoridades y gobernantes. No basta la pena de muerte debido a que esos delincuentes viven retándola; saben que su destino está tan bien definido que ninguno de ellos podría asegurar que llegará a viejo. La ejecución prescrita por la ley sería una medida drástica sí, pero no resolvería el problema. Lo que funciona es la unidad popular contra cualquier tipo de delincuencia. De ahí que mi llamado, que baso en la verdad, incluya y convoque a los tres poderes de la Unión para que éstos diseñen el plan rector que habrá de servir a todas las instancias y niveles de gobierno. Se trata de emprender la campaña más intensa y larga de la historia cuyo objetivo es eliminar al crimen organizado y, al mismo tiempo, establecer los mecanismos para impedir que sigan existiendo las células del delito así como las condiciones para que éste prevalezca y prolifere. ¿Cómo? Pues con una reforma educativa transexenal, trabajo suficiente y bien remunerado; con la profesionalización de los cuerpos policiacos; con la investigación preventiva universal; con la participación de la sociedad y la expedición de leyes para que el Estado tenga facultad de incautar los bienes, dinero, acciones, empresas y propiedades de aquellos que sean confesos del delito de delincuencia organizada, incluido el lavado de dinero...

En fin… Ahora la última confesión, pero la del columnista:

Por más que le busco no encuentro cuál de los servidores públicos –de cualquiera de los tres niveles de gobierno– tenga los tamaños y se atreva a confesar lo que tuvo que hacer para formar parte del sistema político mexicano… y también de las simpatías de los poderosos en turno.

¿Alguien tiene un candidato?

Alejandro C. Manjarrez

Nota: columna escrita en 2008