Implica aceptar errores, dejar de culpar a la suerte, a la infancia, a la sociedad, y asumir que cada paso que das es una elección...
Hay frases que nos acompañan como sombra, pero pocas son tan contundentes como esta: tú y solo tú eres responsable de ti. Suena obvio, incluso repetido hasta el cansancio en conferencias de autoayuda, pero la realidad es que pasamos gran parte de la vida buscando culpables afuera, esperando que alguien más nos rescate de nuestros propios agujeros.
La verdad es otra: nadie vendrá a salvarte. Ni la pareja, ni la familia, ni el jefe, ni el gobierno. Pueden acompañarte, tenderte la mano o darte un respiro, pero la última decisión siempre será tuya. Porque las heridas que cargas, los hábitos que cultivas y las batallas que eliges librar son responsabilidad de una sola persona: tú.
Ser responsable de ti mismo no significa vivir aislado ni negar la importancia de pedir ayuda. Al contrario: implica reconocer cuándo necesitas un terapeuta, un médico, un mentor, y tener el valor de buscarlos. Significa no usar tus cicatrices como excusa para dañar a otros ni para hundirte más en el mismo pozo.
Responsabilidad también es tratarte bien. Hablarte con respeto, cuidar tu cuerpo, alimentar tu mente, rodearte de gente que te sume en lugar de restarte. Nadie más puede hacer ese trabajo interno por ti. Puedes esperar a que alguien te motive o te abrace, pero al final eres tú quien decide si caminas hacia la luz o te quedas en la oscuridad.
No es un camino fácil. Implica aceptar errores, dejar de culpar a la suerte, a la infancia, a la sociedad, y asumir que cada paso que das es una elección. Pero ahí está también la libertad: si la vida que llevas no te satisface, tienes el poder —y la obligación— de cambiarla.
Así que recuérdalo: nadie va a vivir tu vida por ti. Si necesitas ayuda, pídela. Si caes, levántate. Si estás en un agujero, busca la salida. Pero nunca olvides que el único responsable de tu historia eres tú.