El teatro político

Alejandro C Manjarrez
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No falta, y el lector seguramente conoce a alguno de ellos, aquel ejemplo que gracias a su poder o habilidad política tiene facultades para reproducir su influencia y, por qué no, también a su especie, “cualidades” que se manifiestan en los tres poderes e incluso en los tres niveles de gobierno...

La política es un teatro y los políticos los actores. Éstos se la viven trepados en el escenario repitiendo lo que aprendieron y moviéndose para que el “público” los vea actuar de acuerdo con la historia que representan. Es común que aparezcan “maquillados” y a veces hasta con el disfraz o el vestuario propio para la ocasión. También hay quienes improvisan sus diálogos y otros que repiten a pie juntillas lo que escribió el llamémosle “dramaturgo” personal.

Tenemos así que la política es una actividad de marquesinas, tramoyas, luces, cortinas de humo, aplausos y abucheos, función en la que participan buenos y malos actores, unos tratando de persuadir al público y otros contratados para hacer que la “estrella” sea la única que brille en ese reducido firmamento. Ahí están, pues, queriendo convencer a su público, a la gente para la cual por tres o seis años tendrán que actuar.

Ojalá que usted coincida con el columnista en la inquietud de saber cómo se comportan estos actores fuera de la escena pública. Si son los mismos que vemos en el tablado o si después de cada función cambian de vestimenta y de actitud para adoptar otra personalidad, la verdadera.

Sin temor a equivocarme puedo decir que la mayoría no es como se manifiesta ante la sociedad. Incluso suelen ser peores o, para no ser tan dramático, tan malos actores como su realidad. Por ejemplo:

Sé, y quizás usted también lo sepa, que alguno de ellos podría –como los futbolistas famosos– anunciar en la camiseta desde condones hasta viagra u otra droga para hacer feliz a la pareja. Y digo que lo sé (y que quizás también usted lo sepa) porque es del dominio público que su libido combina perfecto con su capacidad económica para poder sufragar el costo que implica compartir su vida privada con varias mujeres (“quien no huele a dinero, apesta”, diría el filósofo de Chichihuas).

Igual sabemos que otro de esos grandes “actores” haría su papel de maravilla si hubiese nacido en la época del Ateneo que fundó el emperador Calígula (o el de Adriano). Y no precisamente por la elocuencia y los conocimientos sino por su concepción sobre el género sexual.

No falta, y el lector seguramente conoce a alguno de ellos, aquel ejemplar que gracias a su poder o habilidad política tiene facultades para reproducir su influencia y, por qué no, también a su especie, “cualidades” que se manifiestan en los tres poderes e incluso en los tres niveles de gobierno.

Baco es el dios que domina la vida secreta de una buena parte de los actores políticos que vemos trepados en el escenario de la República. En la mañana frescos y rozagantes, por la tarde contentos, y ya entrada la noche, invisibles por aquello de la discreción. Sobra decir que también el lector tiene conocimiento de este hecho que forma parte de la vida donde las burbujas y los cubos de hielo animan a los corazones tristes o a las mentes deprimidas.

Y qué decir de los adoradores del vellocino de oro. Sólo que es una secta secreta a la cual acuden sin ser vistos aquellos que hacen negocios con el erario público o que se valen del socorrido tráfico de influencia.

“Caras vemos, corazones no sabemos”, decía mi abuelita y estoy seguro que también la del lector. Unos son los que aparecen en la escena del teatro republicano, los que actúan como políticos serios y responsables. Al rato, cuando dejan el tablado para cambiar de careta y de vestuario, esos mismos suelen ser otros. Lo curioso, trágico o peligroso para los actores en cuestión, es que la nunca bien ponderada prensa y los nunca bien ponderados periodistas ya conocen las variantes de personalidad y saben cómo y de qué pie cojean nuestros histriones de la empatía.

Por todo esto que usted y yo sabemos porque somos parte del público del teatro republicano, realidad que los protagonistas han tratado inútilmente de ocultar valiéndose del más fiel de los estilos que puso en boga la avestruz, apueste a que la próxima contienda electoral estará llena de grandes y escandalosas sorpresas.

Como diría el entusiasta clásico y a veces críptico: ¡al tiempo mis valedores...! 

Alejandro C. Manjarrez