El reclamo
Mario, en un impulso, llamó a Valeria. Ella contestó.
—¿Hola, Mario?
—Sí, Valeria. Oye, me estás culpando de haber desaparecido. Yo no hice nada por ti; lo hice por mí. Me estaba afectando de una manera importante. Además, tú te metiste con unas personas en un motel y después te fuiste a Europa.
—¿Qué? ¿De qué hablas? ¿Motel?
—Sí, con el dealer que te obligó, y ahí había dos personas más.
—No me acuerdo de eso. Solo entiende que estoy enferma y no hice nada para dañar a nadie. Todo lo que hice fue de manera inconsciente. Lamento mucho lo que te hice sentir. Voy a entrar a la clínica.
—¿Cuándo lo harás?
—Hoy o mañana. No sé si sirva, la verdad, pero es lo único que me queda por probar. Me trataron de persuadir de no entrar, pero quiero salir de esto, pues no sé si estoy contagiada con el método.
—¿Has consumido? Tu discurso no tiene pies ni cabeza; repites la frase al final una y otra vez.
—Aún está en mi sistema la droguis.
—¿El método? No entendí a qué te refieres.
—Sí. Como te pones caliente con el cristal, buscas citas en las aplicaciones, y hay un grupo que se aprovecha de eso y te contagia para que aprendas, toques fondo y así dejes de consumir o consumas menos. Yo creo que está organizado por los malosos para que no se les mueran los clientes. Y está fomentado por las farmacéuticas.
—¿Qué te contagian? ¿El SIDA?
—El VIH, sí. No sé si lo tenga. Mi cuerpo y mi mente me dicen que no, pero quizá lo haya contraído. Lo único que me preocupa es cómo lo va a tomar mi familia.
—Híjole, qué situación tan desagradable. No creo que sea ningún método. Son las consecuencias de meterte esa madre. Cualquier droga te nubla el juicio, y las personas que buscan encuentros sexuales también están con el juicio nublado, equivocado. No creo que sea una mafia. Son personas que no saben a ciencia cierta qué están haciendo. ¿Hubo fuerza? ¿Sangre? ¿Fue una orgía?
—No, grupos no. Fue una persona que conocí en una aplicación.
—¿Te amarró? ¿Te hizo cosas denigrantes?
—No me acuerdo.
—¿No será parte de la paranoia?
—No. Me dijo al final: “Bienvenida al club. Espero que le bajes, putita”. Me entró pánico y salí corriendo.
—¿Fue hace poco?
—Sí, hace poco. He estado en muchas situaciones similares, pero siempre me he cuidado, y esta vez no. Tengo miedo de entrar a la clínica. No sé si sirva.
—Claro que sirve, si tú quieres que sirva. Te aseguro que el dolor que has pasado, las situaciones en las que has estado, la culpa que has sentido, las épocas de abstinencia, el sentirte basura… no se comparan en nada con el máximo dolor que te pueda dar estar en abstinencia. En comparación, será algo fácil.
—No lo sé.
—Solo te recomiendo que hagas lo que te dicen. Si tú quieres salir, como dices, estás enferma; sales con un tratamiento. Lo sigues al pie de la letra y buscas a un especialista. Te pones en constante revisión. Te entregas a lo que necesitas. Solo tú te cuidas, te quieres, te consientes, tomas cartas en el asunto. Nadie más lo hará. Quizá te alienten, pero en este mundo estamos solos. Nacemos solos, nos cuidan nuestros padres, después quedamos solos y morimos solos. Somos nuestro mejor amigo o nuestro peor enemigo.
También te puedes hacer pendeja y culpar a todos, inventar historias, pretextos, justificaciones… y empeorar. La clínica es una opción cuando ya trataste otras cosas y no funcionaron. Yo dejé de consumir porque no me gustaba lo que me hacía sentir ni a dónde me iba llevando. Lo decidí y ya. Amor propio.
—Sí, pero tú naciste en cuna de oro. Tu familia es inteligente y decente, tiene valores y principios.
—¿La tuya no?
—Sí, claro.
—¿Entonces?
Debes desintoxicarte y ver ya sin sustancias qué procede, cómo te sientes, participar en el tratamiento. Solo te recomiendo que lo sigas al pie de la letra.
Es como un motor. Si sigues el instructivo al pie de la letra, lo construyes y funciona de maravilla por varios meses y años. Le das mantenimiento cada cierto kilometraje. Si no sigues el instructivo al pie de la letra, eventualmente se desviela. Se le rompen las mangueras, una banda, no arranca. Si se rompe una manguera y le pones diurex, durará una hora.
—Sirven las cintas blancas —interrumpió Valeria.
—Puede servir por un día o más. Tienes que cambiar la manguera y poner una abrazadera de metal para que sirva como debe ser.
—Ya entendí.
—Si tú quieres y sigues al pie de la letra el tratamiento, lo lograrás. Todo lo que te digan lo tienes que hacer. En un año de abstinencia la corteza prefrontal se regenerará.
—Investigué, y es en dos.
—Pero después de ese tiempo es muy fácil utilizar las herramientas que aprendas para evitar el consumo. Acuérdate de que es el cerebro el adicto. Tú puedes reprogramarlo. Si sabes que se te empieza a antojar, tú le dices: “Espérate, cabrón. Tú no me controlas. Quieres esa madre, te hace daño. ¡Entiende!” Te sentirás mal en algún momento, pues el cerebro no segrega algunos químicos, entonces te sientes mal, frustrada, deprimida, ansiosa, etc., pero es parte del proceso. Hasta te voy a decir algo científico. El cerebro deja de producir ácido gamma-aminobutírico, y esto genera insatisfacción en el adicto. La liberación de dopamina que libera la droga es mucho mayor que la que libera el sexo o la comida. Es la primera necesidad, y manda señales de querer más. Es lo más importante para tu cerebro. Todo es química. Hay que entenderlo y aplicarse para nivelar los picos, luego buscar algún tratamiento médico, y al final generar la dopamina, endorfinas, etc., con las actividades normales de cada día, que cada ser humano logra para su bienestar emocional.
—Sí, lo entiendo. Lo he estudiado. Gracias por abrirme el panorama. Entraré a la clínica con mayor esperanza. Tú me das fe. Te agradezco y te pido perdón. Me tengo que ir, pues llegaron mis padres. Te quiero. Perdón otra vez.
—Te deseo suerte y me da mucho orgullo lo que estás haciendo, pues decidiste por ti misma.
—Claro. Ojalá podamos vernos en 35 días.
—Claro.
—Adiós.
Colgó el teléfono.
Se sentía bien. Tuvo la esperanza de que lo que tanto había pedido —que Valeria se salvara— estaba ocurriendo. Al pasar aproximadamente una hora, comenzó a recordar todos los pleitos, las acciones que destruyeron su corazón. No sabía si había hecho bien en llamarla o si debió ignorar el mensaje. En el afán de apoyar a otros adictos, sentía que estaba cumpliendo su labor de manera favorable, pero en el ámbito sentimental reapareció todo lo que creyó superado. Tomó su automóvil y acudió al gimnasio, a ese templo del bienestar, como él le decía. La rutina diaria lo tranquilizaría.
Pensaba en Valeria en situaciones sexuales abominables, siendo poseída por extraños. “¡Basta!”, se dijo. “Tú no estás en una relación con ella. No es parte de tu mundo. Son sus decisiones y las consecuencias de su consumo. No deben afectarte como antes”. Repetía en su cabeza a manera de reprogramación mental: “Yo no lo causé, yo no lo puedo controlar, yo no lo puedo curar”. Sus consumos me consumían a mí. Hace más de un año que estoy bien, estoy en paz. Soy feliz. Amor, comprensión y perdón, se decía. “Es una enferma, sí, pero no se justifica el dolor que me causó. Ella cogiendo con todo el planeta, y yo me tengo que aguantar porque es una enfermita. No sé. No lo puedo comprender”.
Al volver a casa, puso su serie favorita, una comedia de los años 80, la única que lo hacía reír y distraerse. Durmió con la televisión encendida toda la noche. Empezaba a sentir terror de regresar a la codependencia.
Llegó el día siguiente. Envió un mensaje a Valeria.
–Hola, ¿sí entraste o no?
El mensaje quedó con una sola paloma. Mario supuso que ya estaba en la clínica y le habían quitado el teléfono. A las dos horas, el mensaje fue contestado.
–Mañana entro.
Mario respondió:
–Sólo quería saber. Saludos, excelente día.
Valeria contestó:
–Sí, gracias. Oye, ¿podrías ir a despedirme?
Mario leyó el mensaje y vio que le pedía ir a su casa a despedirse. Contestó que no creía que fuera buena idea, que mejor cuando saliera. No quería caer en sus antiguas manipulaciones y que todo este rollo de la clínica fuera un teatro para lograr su atención otra vez. Volvió a leer el mensaje. Borró el anterior y contestó:
–Ja, ja. Leí mal y contesté otra cosa. Pues dime a qué hora, trataré, no prometo nada.
–Será a mediodía.
–¿A las 12 o a las dos o a las cuatro?
–A las 12. Sólo quiero que vengas tú y una amiga.
–¿En dónde es?
–En Polanco, Clínica Health.
–Ah, es buena.
–Sí, me la recomendó el psiquiatra. Uno de todos, ja ja. No es cierto, el único.
Mario le pidió que le marcara.
–Claro –contestó.
Valeria llamó. Después de los saludos y pláticas banales, Mario le soltó:
–Espero que no te haga daño lo que te voy a decir. No podré acompañarte mañana. Sabes, has sido la persona que más daño me ha hecho en la vida. Tú sabías de mi mamá y mi papá, y aun así decidiste dañarme. Yo he trabajado mucho. Trato cada día de perdonarte. Sé que lo que hiciste, lo hiciste por las drogas. Estoy contento de que hayas decidido trabajar en un tratamiento porque es lo que se necesita. Pero siento un dolor extraño. Me duele el alma. Creo que algo se rompió.
Mario trató de ser cauteloso para no echar a perder el ingreso de Valeria a la clínica.
–Te deseo lo mejor –dijo–. Te prometo trabajar en mis sentimientos negativos hacia ti. Pero en este momento mis emociones me dicen que no te vea.
–Sí, tienes razón, y de verdad lo siento. Me pone triste, pero sé que he dañado a muchas personas, en especial a ti, que amo. Estás en el top de la lista. No puedo seguir dañándome y dañándoles. Me duele, me diste una lección al priorizarte, y sé que debo hacer lo mismo. Yo entiendo que te fueras, créeme.
–Sí, te lo dije ayer. Me quiero, me cuido, me valoro, me respeto, me admiro, me amo. Prometo trabajar en mis emociones para poder aconsejarte, de lejos o de cerca.
–Sí, lo sé. Créeme que estoy pagando karmas. No sé si tenga VIH.
–No pienses en eso. Qué bueno que entiendes mi posición, y para limpiar tu karma sólo te pido, te suplico, que no le hagas esto a nadie nunca más. Ánimo y te deseo lo mejor.
–Gracias, te amo.
Mario colgó. Empezó a divagar: “Va a entrar a la clínica, me dijo que me ama, todo lo que pedí”. Comenzó a visualizar su relación hermosa, sin problemas. Luego, las imágenes de Valeria en moteles con extraños nublaron su mente.
En su diálogo interno cortó todo mal pensamiento: “Basta”, dijo. “No está en tu mundo. No eres tú. No te debe afectar. Puede estar manipulándote. Un día a la vez. Primero que entre, que se cure, que haga el tratamiento, que siga los pasos al pie de la letra. Ya veremos quién es y qué quiere verdaderamente cuando esté sobria”.
Trato de ayudar sin caer en la dependencia afectiva o la codependencia. “Sólo por hoy”, repetía en su mente.
Al día siguiente recibió la última comunicación.
–Hey, muchas gracias por lo que me dijiste ayer, y aunque me quedé triste por lo que hablamos, a nadie le podría contar más que a ti todo. Estoy yendo al reclusorio.
Mario contestó:
–Ánimo. Rezaré por ti, y recuerda que cualquier pena, dolor o desamparo es lo que se requiere para ser una persona mejor y jamás volver a dañar a nadie. Más bien, ayudar a muchos.
El mensaje quedó en una paloma. Los 35 días empezaban.