Otras heridas y la hiriente
La perra mala
Pasaron varios meses, casi un año. Mario cambió sus hábitos: acudía al gimnasio todos los días, trabajaba, se alimentaba bien y meditaba media hora cada jornada. Las reuniones con el grupo seguían al menos una vez al mes. Finalmente, llegó el día en que Mario celebraba un año sin saber de Valeria.
Su cambio era evidente: su rostro, su cuerpo y su energía irradiaban algo diferente, algo más fuerte, más libre. Llamaba la atención más que nunca, aunque él ignoraba las múltiples miradas que se posaban en su nueva esencia. Al principio, cuando todavía cargaba el malestar, muchas “Valerias” buscaron su atención, incluso se encontró con una que era prácticamente idéntica. Ella se acercó, pero Mario simplemente dio la media vuelta y se fue.
Se encontraba en un modo donde no quería nada de nadie. Había entendido que no encontraría en otras relaciones la cura para sus heridas de abandono.
Una semana después de celebrar ese aniversario, Mario asistió a otra reunión programada con el grupo. Al llegar, se encontró con un participante nuevo: el hermano menor de Ezequiel. Durante la presentación, Ezequiel lo introdujo al círculo.
–Amigos, les presento a mi hermano Pedro. Es muy “penitente” –dijo entre risas nerviosas–. Está fumando marihuana en la escuela. Está en la preparatoria, todavía es menor de edad.
–Claro, cuenta con nosotros –respondieron todos al unísono.
Mario fue el primero en hablar.
–¿Te drogas en la escuela? –preguntó con firmeza.
–Sí, algo –respondió Pedro, encogiéndose de hombros–. El problema es que casi todos mis compañeros también lo hacen. Es prácticamente una epidemia.
–¿Algo?
–LSD, hongos, marihuana…
–Yo creí que lo común era el alcohol.
–No, eso ya es de viejitos –respondió Pedro, provocando risas en el grupo–. Nadie quiere lidiar con la cruda, los vómitos o sentir que un camión les pasó por encima.
Mario lo miró con seriedad.
–¿Y por qué decidiste pedir ayuda?
–Porque mis calificaciones bajaron, ya no tengo ganas de hacer deporte y me siento como un zombie. Le conté a mi hermano, y él me hizo entender el daño que me estaba haciendo. Me dijo que, si no paraba ahora, las cosas solo empeorarían. Y tiene razón. Estoy a tiempo porque todavía no he probado drogas más fuertes.
–Eso es un buen inicio –respondió Mario.
Alcatraz intervino, con su característico tono sarcástico.
–Pero, ¿no los cachan? ¿Cómo que todos se drogan en la prepa?
Pedro sonrió, como si fuera obvio.
–No, ¿tú crees? O más bien, creo que los maestros se hacen de la vista gorda. Nosotros lo notamos a kilómetros, pero ellos no. Los que fuman marihuana tienen los ojos rojos, y los que se meten otras cosas tienen pupilas de gato, apenas se les ve el ojo.
–¿Y los profesores?
–No quieren confrontarse con los alumnos, mucho menos con los papás. Hace años intentaron implementar la “operación mochila”, pero fue un desastre. Ahora es común que revisen, pero nosotros encontramos formas de evadirlos.
–¿Cómo cuáles?
Pedro sonrió de nuevo.
–¿Quieres saber para aplicarlo tú?
–¡No, mijo! Hace siglos que dejé la prepa.
Pedro rio.
–Bueno, por ejemplo, sabemos cuándo habrá revisiones, así que evitamos consumir o escondemos los wax en la ropa.
–¿Wax? ¿Qué es eso?
–Es como un concentrado de marihuana, lleno de cannabinoides y terpenos. Parece miel y no huele a mota, más bien a químico. Los perros no lo detectan. Se fuma en un vape, que parece un cigarro electrónico. Las chicas lo esconden en sus estuches de maquillaje, y algunos lo llevan en relojes que tienen compartimentos secretos.
–¿Y qué provoca eso?
–Te relaja, te da un subidón de alegría. Pero te jode la memoria, la coordinación, todo. Lo peligroso es que el wax tiene un 90% de THC. Es un golpe brutal.
El grupo quedó en silencio por un momento, procesando la información.
–Y entonces, ¿qué pasa con los chavos que no dejan de consumir?
–Algunos buscarán ayuda. Otros, drogas más fuertes. Eventualmente, muchos terminarán involucrados en crímenes. Si las autoridades no hacen algo, y no hablo de cárcel, sino de prevención, el futuro será aterrador.
Mario tomó la palabra.
–Aquí vamos a ayudarte, Pedro. Pero lo más importante es que entiendas algo: el cambio depende de ti. Nadie puede obligarte. Tienes que identificar qué te molesta, qué te ha quitado esto, y enfocarte en no volver a sentir ese dolor.
Pedro asintió, agradecido.
La conversación seguía cuando un teléfono vibró en la mesa. Era de Mario.
–Alguien tiene un mensaje de la perra mala –se anunció con una carcajada.
Mario alzó la cabeza, intrigado.
–¿Quién?
–La perra mala.
–Ah, es para mí. Es Valeria.
Los rostros de los demás cambiaron.
–Precisamente ahora, cuando ni siquiera pienso en ella, aparece –dijo Mario con incredulidad.
Mario tomó el teléfono y leyó: Hola, Mario. ¿Cómo estás?
El grupo lo miró expectante. Mario respiró profundo.
–No le contestaré ahora –dijo.
Alcatraz preguntó, seria por primera vez:
–¿Qué sientes?
Mario dudó.
–Es extraño. No sentí gusto ni emoción. Fue más bien como si un asaltante del pasado reapareciera en mi camino.
Alcatraz asintió.
–Es tu violentadora.
El silencio cayó sobre el grupo.
–¿Qué hago ahora? –preguntó Mario, buscando apoyo.
Jan respondió:
–Guarda tu distancia. Nunca te olvides de cuidarte.
–Sí, quizás creas que es extraño, pues es una mujer y tú eres un hombre. Cualquier ser humano puede violentar a otro. No tiene que ser un hombre a una mujer.
–Pero después de lo que me hizo, ¿por qué aparece a los 365 días y otros más?
Llegó otro mensaje:
–Me gustaría hablar contigo, es importante.
Mario abrió la aplicación y leyó el mensaje. En la foto del WhatsApp se veía una mujer muy acabada, con una mirada que exponía sus problemas de adicción.
Le contestó:
–No puedo verte, no creo que sea una buena idea.
Ella respondió:
–¿Por qué no crees que sea una buena idea?
–Porque tú no eres buena para mí ni yo soy bueno para ti.
–¿Según quién?
–Varios.
No supo qué decir y escribió lo primero que se le vino a la mente:
–Me lo prohibió mi coach.
–Que yo sepa, los coaches no prohíben, te aconsejan, y tú decides qué hacer.
–Pues yo decido que no creo que sea buena idea.
–Necesito hablarte de un proyecto que tengo, es para crear una fundación y recaudar fondos para adictos de escasos recursos. ¿Recuerdas que alguna vez lo planeamos juntos?
–No lo recuerdo, pero lo que te puedo ofrecer es que me platiques por esta vía y que, cuando tengas más de 60 días de abstinencia, me avises para vernos.
–Ya casi tengo ese tiempo. ¿No puedes adelantar la fecha? Seguiré insistiendo.
–Échale ganas a tu proceso y hablamos.
–OK, buenas noches.
–Buenas noches.
Mario palideció. Sus amigos preguntaron qué había pasado.
Contestó:
–Esta vieja me habla como si nada, no lo puedo creer. Me dijo que ya va a cumplir 60 días de abstinencia. Eso quiere decir que no ha dejado de consumir por un año más. Eso la coloca en dos años de abuso de cristal.
–Ay cabrón –contestó Jan–. Esa madre en seis meses te deteriora de una manera impactante. Pobre chava.
–Estoy en una disyuntiva. Tanto he aprendido que me gustaría ayudarla, pero después de lo que pasé no me gustaría caer en codependencia o meterme en esa vorágine de emociones y desmadres.
–Guarda tu distancia –le aconsejó Jan–. Envíale lo que has aprendido en forma de frases claras y concisas. Dile que no la puedes ver. Háblale con la verdad, di lo que sientes. Ahora que ella entienda tu posición. Nunca te dejes de amar, eso quiere decir cuidarte. Si esa persona desestabiliza tu estado emocional, mejor de lejos.
–Eso, amigo. Tienes razón.
La reunión terminó. Mario se despidió. De regreso a casa, mientras manejaba su automóvil, reflexionó y se hizo las siguientes preguntas: ¿Qué quiere? ¿Por qué me busca después de un año? ¿No le resultó destruirme y viene por la revancha?
Se contestó: Pero ella no sabía lo que hacía, estaba drogada, con el juicio equivocado, tenía el cerebro secuestrado. Apenas lleva dos meses sin consumir. Aún no es una persona sana mental y emocionalmente. No puedo caer. Siempre he pedido por ella, porque esté bien. No le guardo rencor, pero no la quiero ver.
Este diálogo interno lo obligó a sacar de su memoria todo lo que le habían dicho las extraordinarias personas que cruzaron su camino reciente y usar sus consejos para enfrentar de otra manera este acontecimiento.
No la quería cerca. Y eso, esta vez, estaba bien.