La desintoxicación
A los pocos días de no ver a Valeria, Mario se encontraba ansioso, pensando en ella las 24 horas. No dormía. Sentía un vacío en la boca del estómago, un dolor que no era físico, sino un pesar emocional que lo arrastraba al borde de la locura. Era una sensación constante, que persistía incluso cuando trataba de ocuparse en otras cosas. No podía ignorar que estaba enfrentando un rompimiento amoroso.
En su desesperación, llamó a su amigo de parrandas, Ignacio López, “Nacho el Borracho” para los cuates.
Empezó a salir con Nacho por toda clase de congales en la Ciudad de México. Intentando olvidar a “la mala mujer” –como ahora se refería a Valeria–, recorrían desde bares de moda hasta cantinas de mala muerte.
Pronto encontró su lugar preferido: el table dance Sharon’s, manejado por una exbailarina retirada conocida como Doña Selma.
En la tercera noche en aquel antro clandestino pero imposible de ocultar, Mario cruzó la mirada con una de las bailarinas mientras el maestro de ceremonias presentaba a “La Pequeña Rubí”, quien bailaba provocativamente en el tubo central. Su cuerpo tonificado y dorado estaba apenas cubierto por telas que parecían hojas de oro y pedrería fina.
Una de las bailarinas, una mujer de muy buen ver, se acercó a Mario. Él, sin pensarlo mucho, la invitó a sentarse a su lado.
—Es raro ver a personas como tú en un lugar como este —le dijo ella, mirándolo con curiosidad.
—¿Personas como yo? ¿A qué te refieres? —respondió Mario, intrigado.
—Finos, guapos y educados —respondió la mujer, con una sonrisa ligera.
Mario se rio y, sin pensarlo demasiado, abrió su corazón a la nueva conquista. Ella se llamaba Mariana, Mariana. Así, doble.
Tras horas de conversación, varias copas de whisky etiqueta azul y una generosa propina, Mariana, Mariana se despidió.
—Mi turno terminó —dijo—. Hoy no trabajo de manera privada.
Cuando ella se alejó, Mario le comentó a su amigo Nacho:
—Estoy enamorado.
Nacho no pudo contener la carcajada:
—¡No mames, güey! ¡Es una puta!
Ahí terminó la plática. Mario pasó un par de días ilusionado con la idea de un nuevo amor. Aunque su dolor no desapareció del todo, descansar del sufrimiento estampado en su pecho le dio algo de alivio.
El viernes siguiente, llamó a Nacho para regresar a Sharon’s. Mario ya no mencionó a Mariana, Mariana, recordando los comentarios de su amigo.
Al entrar, Nacho le presentó a la dueña del lugar:
—Te presento a Doña Selma. Ella es la jefa aquí.
—Mucho gusto, Doña Selma —dijo Mario con cortesía.
—Llámame Sel, así me llaman los guapos —respondió la mujer con picardía.
—¿Qué los trae por aquí? —preguntó Selma—. Los he visto muy a menudo, pero no interactúan con las chicas después de los espectáculos.
Nacho no perdió tiempo y soltó la verdad:
—Aquí mi cuate está enamorado de una de las chicas.
Selma estalló en una sonora carcajada.
—¡Ah, caray! ¿Y eso? ¿Quién es la ganona?
Mario, con algo de vergüenza, respondió:
—Mariana, Mariana.
Doña Selma tomó su brazo y, en un tono sensual pero maternal, le susurró:
—Ven, siéntate en mi mesa. Vamos a hablar.
Ya instalada en su mesa, Selma tomó la mano de Mario y comenzó:
—Mijo, uno no se enamora de una puta. Uno la mira, la paga, la disfruta. Nada más.
Mario la escuchaba con atención mientras Selma continuaba:
—¿Cuál es tu historia? ¿En qué momento te perdiste? Estás guapo, vistes bien, hueles sabroso, tienes tus nalguitas… ¿y andas aquí buscando el amor? No, mijo, no. Fíjate en una chava con tu porte y clase, conquístala, enamórate, cásate, ten chavitos, y luego, cuando te aburras, aquí te esperamos.
Mario respiró hondo antes de responder:
—Doña Selma, ya estuve enamorado de Valeria que le encantaba estar con varios hombres… y ni siquiera cobraba.
—¡Válgame Dios! —exclamó Selma, llevándose las manos al pecho—. Sabes, creo que te enamoraste de una idea.
—¿De una idea? —preguntó Mario, confundido.
—Sí, mijo. El amor es recíproco. Si la otra persona no se porta bien contigo, eso ya no es amor. Quizá fue obsesión o idealización, pero amor, no.
Selma continuó con paciencia:
—El amor no es un milagro que baja del cielo y te invade. Es un trabajo, una construcción. Compromiso, respeto, admiración… Y, por como hablas de Valeria, no creo que la hayas amado de verdad.
Mario bajó la mirada.
—Me dejó y se fue a Ámsterdam a drogarse y meterse en orgías.
—¿Así de plano?
—Así. Así me lo dijo.
Selma tomó aire y concluyó:
—Mijo, entonces deberías estar agradecido de que esa mujer ya no esté en tu vida.
El apego no tiene nada que ver con el amor. Leo en tu mirada que hay sufrimiento. Si es como dices, no sufras, que tu cuota de sufrimiento en este mundo termine. Termina ya.
Hay que amar sin esperar nada a cambio, sí, pero no hay que llegar al momento en que tengas que referirte a una persona que formó parte de tu vida sentimental con resentimiento y desprecio.
Sabes, mijo, las personas hacen, no te hacen.
–Doña Selma, yo estuve ahí a su lado durante meses, traté de salvarla de las drogas. No dormía, no podía trabajar. Yo nunca fallo, pero no pude salvarla de la adicción al cristal, y después de todo me abandonó y se fue diciéndome cosas muy hirientes.
–Mijo, recuerda que el resentimiento solo daña al resentido. Libera esa carga.
No te voy a decir que olvides a esa mala mujer, no te lo podría decir; yo aún no olvido a un viejo cabrón, feo y panzón, que me hacía ver a Dios en tierra de indios, como decía mi padre. No la olvides, perdónala. Estar enganchada a esa madre es un castigo muy cabrón.
Sabes, mijo, nunca hay que meterse en los procesos de las personas. No hay que tratar de ayudarlos ni salvarlos. Ellos gozan del libre albedrío, ellos pueden hacer de su vida un infierno o un paraíso. Qué bueno que se alejó de ti. Velo como un regalo del Señor, te lo dice una vieja que podría ser tu abuela.
Yo conviví con un alcohólico muchos años. El viejo panzón me hizo pasar las de Caín. Para qué te cuento, es una historia muy larga. Te diría que hasta terminaba pidiéndole perdón porque me golpeaba y me pintaba los cuernos. Bien mensa que estaba.
La adicción de ellos se pasa a ti como una adicción a ellos. Lo único diferente es que ellos están en otra dimensión y tú estás aquí, sintiendo en vivo y a todo color su mierda embarrándose en tu cara, fétida, apestosa, ahí se queda el tufo por varios años.
Mijo, si era adicta, qué bueno que se fue. Ahora aprende a respetar el derecho de los demás a existir, a equivocarse. No toleres, acepta lo que venga, pon límites. Hay muchas personas buenas, algunas ya nos perdimos, pero tú estás chavo, guapo y se ve que tienes pesos.
–Muchas gracias por sus palabras, doña Selma.
–Pero que no te salgan por un oído. Dile adiós a Valeria, agradécele el tiempo que estuvo en tu vida, pero grítale: “Ya no más.” Acepta lo que viviste y déjala ir.
–¿Dejar ir? ¿Y eso cómo se hace? La pienso las 24 horas y me duele 36.
–Qué dramático, pero es real –respondió con la bondad de una madre–. Estás ahora en la etapa del poder sanador del caos.
Vive tu momento, enfrenta el dolor, abrázalo, disfrútalo.
Como dice la canción: “No volveré a caer jamás, déjame conservar la belleza de esta oscuridad.”
–Muchas gracias, Selma, tus palabras me cambian el panorama. No puedo desperdiciar mi tiempo sufriendo por una mala mujer.
–No es que sea mala, no es tu mujer. No es para ti, entiende eso. Sabes que aquí estoy. Sigan disfrutando, muchachones.
Mario y Nacho se despidieron, y cada uno se fue a su morada, uno reflexivo y el otro aburrido por no haber tenido la noche salvaje a la que estaba acostumbrado.