Reparación de vidas catastróficas: Capítulo 17. Tocar fondo

Réplica
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Tocar fondo

Al salir de la clínica, Valeria prometió acudir al día siguiente a su próxima sesión. Mario le sugirió quedarse en casa. Quería supervisarla, controlar el proceso y asegurarse de que todo resultara exitoso. Así llegaron al hogar del joven quien vivía solo.

Mario preparó la cena, desplegando todas las habilidades culinarias que había aprendido: platillos sencillos, pero con sabores y aromas capaces de cautivar hasta al más exigente comenzal. Un sandwich de salmón ahumado en pan integral, bañado en fondue de queso. Valeria apenas comió uno o dos bocados, que luego vomitó. El gesto irritó al cocinero, pero reprimió cualquier reproche; sabía que expresar su molestia pondría en peligro su plan de salvar a su enamorada de la muerte escabrosa que había imaginado tantas veces.

Valeria solo quería agua y marihuana. Mario, buscando calmarla, le sugirió tomar un baño caliente. La joven no se había duchado en días. Permaneció mucho tiempo bajo el agua, tanto que Mario, preocupado, abrió la puerta del baño. Allí la encontró en el suelo de la regadera, recogiendo lo que para ella eran alacranes brillantes y multicolores.

Mario solo le pidió que intentara dormir. Ella, en cambio, quería sexo. Él accedió. Los olores que emanaban de Valeria eran insoportables: una mezcla de podredumbre, químicos, plástico quemado, basura y algo parecido a carne descompuesta.

Mario sabía lo que el cristal hacía al cuerpo. Había investigado: acetona, amoniaco anhidro (fertilizante), éter, fósforo rojo y litio (el de las baterías)… una fórmula mortal. La droga aceleraba el ritmo cardiaco, disparaba la presión arterial, provocaba daños irreversiblemente al corazón, los riñones, el hígado y los pulmones. Tenía que salvarle de ese destino.

Al momento de la penetración, Mario notó algo extraño, no había rigidez.

–No aprietas le dijo con delicadeza.

 Ella, sin inmutarse, respondió:

–Si quieres podemos hacerlo por atrás.

 Le explicó que había tenido muchas relaciones sexuales en los días recientes, que había asistido a orgías en vecindades de Tepito. Mario no procesó esas palabras; simplemente continuó complaciendo las peticiones de su pareja, no asimiló lo que Valeria le estaba diciendo, solo accedió a realizar las demandas sexuales de su pareja. Hasta que ocurrió lo inevitable. Valeria perdió el control de sus esfínteres y descargó una diarrea fétida sobre las piernas de Mario.

Valeria gritó:

–No sé qué pasó. ¡Qué pena! ¡Qué oso! Mi vida sexual ha terminado. Vete a limpiar. Yo lavo tus sábanas.

Mario fue al baño. Se lavó, tiró la ropa, se deshizo de los restos de quién sabe qué. Contuvo el vómito decidido a no afectar la autoestima de Valeria.

Cuando todo terminó, Mario volvió al cuarto, la abrazó y, con todo el amor que pudo reunir, le dijo que no se preocupara, que no era tan grave, que no le daba asco. La sostuvo entre sus brazos durante veinte minutos, sin soltarla, besándola y dándole todo el cariño que pensó que necesitaba. El momento grotesco había terminado.

Al día siguiente, Mario llevó a Valeria a la clínica de rehabilitación. Ella estaría ahí por tres horas. Entró temblando, con el rostro pálido, aterrada de lo que ocurriría en aquel lugar.

Mientras tanto, Mario esperó afuera, dentro de su automóvil, llorando en silencio.

Ahora sí comenzará la cura, el milagro, será una persona normal, repetía en su mente.

No sabía que el verdadero infierno apenas empezaba para él.

Reparación de vidas catastróficas

Miguel C. Manjarrez

Revista Réplica