Reparación de vidas catastróficas: Capítulo 16. La recaída

Réplica
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La recaída

Después de unos días del encuentro espinoso, Valeria llamó a Mario para confesarle que había vuelto a consumir droga. Era adicta al alcohol y a la marihuana, pero llevaba varios días consumiendo cristal. Desesperada le pidió que pasara por ella a su casa para llevarla a una clínica de adicciones.

Mario, sin pensarlo ni un segundo y sin medir las consecuencias, se subió a su automóvil y se dirigió a su casa. Ella lo esperaba en la sala, donde, presa de absoluta paranoia, miraba cada dos minutos hacia la ventana para ver quien se acercaba. Apenas llegó Mario, salió rápidamente al encuentro.

–Sube al coche– le gritó él, bajando la ventanilla.

–Sí, espera… alguien me está vigilando desde la ventana de enfrente.

–No hay nadie, sube ya.

Valeria subió al coche. Su mirada estaba completamente perdida, con las pupilas dilatadas y unas ojeras casi azules, que dejaban en evidencia la falta de sueño durante varios días. Ni el perfume ni el enjuage bucal podían disminuir el olor de su sudor mezclado con marihuana y cerveza.

–Llévame a la clínica– dijo entre lágrimas. Estoy harta de ser quien soy. Estoy cansada de no dormir, de querer sexo todo el día, de involucrarme con extraños, de acudir a orgías en vecindades donde todos me tocan… hombres mal olientes, delincuentes y drogadictos asquerosos.

Mario quedó atónito. Las confesiones de Valeria cayeron como golpes directos al alma. Aunque trató de mantenerse calmado, algo profundo en su interior se tambaleó.

Finalmente llegaron a la clínica.

Fueron recibidos por el director del plantel, quien en un intento de empatía con Valeria, le dijo: –A mi no me importa que te haya violado el payaso Cepillín. Aquí vienes a desintoxicarte y a descubrir por qué te quieres destruir.

Valeria, sin filtro alguno, le respondió:

–Yo solo quiero coger, tener sexo con cualquiera. Ya no aguanto más.

El psicólogo intervino, explicándole que su conducta era uno de los efectos secundarios del cóctel de químicos baratos y mortales con los que se fabrica el cristal. Sin embargo, le advirtió del peligro: podía quedar embarazada o adquirir VIH.

–Lo sé, pero no me importa– contestó Valeria–. Para eso existen los abortos y los medicamentos para el SIDA.

Mario escuchaba todo como si le cayera un balde de agua fría. El impacto fue tan grande que su mente comenzó a bloquear lo que oía. Su psique, en un intento de protegerlo, se negaba a aceptar la cruda verdad: aquella situación era un peligro no solo para Valeria, sino también para su propio bienestar físico y emocional.

Reparación de vidas catastróficas

Miguel C. Manjarrez

Revista Réplica