Reparación de vidas catastróficas: Capítulo 14. El descubrimiento

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El descubrimiento

Después de varios días insistiendo en verse otra vez, Mario recibía comentarios muy extraños de Valeria. No les prestaba demasiada atención.

Ella le preguntaba si había llamado a la empresa donde trabajaba para entregarles las grabaciones de las cámaras. Él, extrañado, respondía:

–¿Qué cámaras?¿Las del motel? –Sí, sí, esas –respondía ella.

Mario contestaba que por qué tendría él aquellas grabaciones. Valeria hablaba muy rápido, contándole historias grotescas, violentas, de no creerse, sobre su exnovio. Mario escuchaba aquella información, completamente nueva para él, como algo sin importancia. Sin embargo, esas confesiones acabarían por derrumbar la fortaleza del espíritu del joven.

Cansado de tanto intercambio absurdo de información, Mario decidió preguntar a la hermana de Valeria –a quien había conocido en alguna reunión– sobre la salud de su hermana.

Lo que la menor de las hijas Pinoi le reveló dejó a Mario perplejo: Valeria era adicta a las metanfetaminas. Al cristal.

Mario empezó a investigar obsesivamente todo lo relacionado con la sustancia y su adicción: los químicos con los que se fabrica, las repercusiones en el cerebro y el cuerpo, el comportamiento de los adictos.

Estaba genuinamente preocupado por el bienestar de su amada. Sobre todo, temía que aquella sustancia le provocara un daño irreversible al sistema nervioso o a la mente, convirtiéndola en una especie de zombi, una mujer sin futuro. En una llamada telefónica, Mario decidió enfrentarla directamente:

–Vale, ¿estás consumiendo algo más fuerte que la coca?

–¿Por qué preguntas? ¿A qué te refieres?

–Tu comportamiento es extraño. Estás paranoica, no has dormido en días, te hidratas con líquidos vitamínicos y comes muchos dulces.

Con la confianza que existía entre ambos, Valeria confesó, después de un buen rato, que había consumido cristal.

–¿Y desde hace cuánto consumes? –preguntó Mario.

–Desde hace diez años –respondió ella–, pero lo hago una vez cada tres meses.

–¿Sabes lo que provoca? ¿Conoces los daños que causa?

–Por supuesto. Pero yo lo controlo, no me pasa nada.

–Esa droga te excita mucho, ¿no has estado con más personas? –le preguntó Mario, con un tono tranquilo que intentaba esconder los celos enfermizos que le carcomían el alma. Su cuerpo se tensó, temeroso de la respuesta. Aquella sensación que paraliza el espíritu.

–Antes sí lo hacía, pero ahora ya no –respondió Valeria–. Son las energías de las personas. A veces siento peligro. Y te tengo a ti para bajarme las ansias.

–Pero si no nos hemos visto en nueve días… ¿Lo has hecho en ese tiempo?

–¿Qué?

–Drogarte.

–Solo un poco. No consumo más de un gramo al día.

–¡¿Un gramo?!

–Sí, yo controlo.

Después de nueve días, Valeria sucumbió y durmió durante seis días seguidos. Tiempo en el que Mario continuó investigando todo lo referente a la adicción y encontró una clínica ambulatoria para ayudarla, con la esperanza de que no perdiera su trabajo, un empleo bien remunerado.

Reparación de vidas catastróficas

Miguel C. Manjarrez

Revista Réplica