Reparación de vidas catastróficas: Capítulo 13. La relación

Réplica
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La relación

Una noche más, Mario y Valeria se encontraron en las mismas calles que ya conocían de memoria, dirigiéndose al mismo motel de paso.

Su ritual parecía casi sagrado: largas conversaciones plagadas de heridas del pasado, justificaciones de sus excesos y una aparente complicidad en la autodestrucción.

Pero esa vez, algo era distinto. Valeria llegó con un aire extraño, sudando, con el rostro desencajado y un color de piel que Mario no pudo ignorar del todo.

Su ropa era descuidada, casi como si hubiera salido apresurada de casa. Pero Mario, en su idealización constante, decidió ver su deterioro como un reflejo de su autenticidad.

Es maravillosa incluso en su caos, pensó, dejándose convencer por la narrativa que había construido en su mente.

Se recostaron en la cama como de costumbre, ella buscando el refugio de sus brazos. Sin embargo, pronto interrumpió el momento con una petición:

–Estoy sedienta, tráeme algo, un refresco de cola con muchos hielos.

Mario, ansioso por complacerla, bajó a la recepción. Compró el refresco y regresó al cuarto. Pero al abrir la puerta, lo recibió una escena que no olvidaría jamás.

Valeria estaba en una esquina del cuarto, desorientada, moviendo los dedos como si los contara una y otra vez. Al verlo entrar, levantó la mirada y gritó con una intensidad que perforó los oídos de Mario:

–¡¿Qué me quieres hacer?!

El grito se repitió como un eco aterrador.

–¡Tú fuiste! ¡Tú les dijiste! ¡Qué poca madre, no lo puedo creer!

Mario quedó paralizado. Con una voz temblorosa, intentó calmarla:

–¿Qué pasa, Vale? ¿Estás bien? ¿Qué necesitas?

Pero Valeria estaba fuera de sí. Cada vez que Mario intentaba acercarse, ella gritaba más fuerte, como si cada gesto suyo fuera un ataque. Su mirada, antes cómplice y seductora, ahora lo atravesaba como si fuera un enemigo.

–¡Tú eres cómplice! ¡Tú fuiste! ¡Me traicionaste! ¡Tú enviaste las cintas a mi trabajo! –Valeria señalaba los dispositivos contra incendios del cuarto–. ¡Ahí están las cámaras, nos están grabando! ¡Todo está en video!

Mario intentó abrazarla para calmarla, pero Valeria gritó como si su toque fuera ácido.

Era una mezcla de terror y paranoia que lo dejaba cada vez más perplejo. El caos continuó hasta que Mario, con paciencia y una templanza que él mismo no sabía que tenía, logró convencerla de salir del motel. El trayecto de 20 minutos hacia la casa de Valeria fue un calvario.

Ella veía amenazas en cada esquina, luces que interpretaba como señales de peligro, autos que aseguraba la perseguían.

Mario, aferrado al volante, trató de mantener la calma, pero por dentro su mente se tambaleaba.

Cada semáforo era un suplicio, cada mirada de Valeria, un recordatorio de que estaba al borde de perderse en el abismo de sus propios errores. Al llegar a casa, Valeria pareció calmarse de golpe. Con una sonrisa amable, lo invitó a pasar para tomar una taza de café. Mario aceptó, aunque cada fibra de su ser le decía que debía marcharse.

La casa estaba vacía, el silencio pesado.

Valeria subió a su habitación, dejándolo solo por unos minutos. Cuando volvió, su mirada había cambiado nuevamente. Había algo sombrío en ella, algo que Mario no pudo definir.

–Gracias por traerme, eres un ángel –dijo con una dulzura que parecía completamente fuera de lugar.

Mario, agotado emocionalmente, decidió marcharse.

Esa noche no consumió ni una gota de alcohol ni tocó la droga que tanto lo había seducido en los últimos meses.

En su departamento, solo bebió agua, sintiendo que necesitaba purgarse de la experiencia.

Esa noche, mientras el silencio lo envolvía, algo dentro de él comenzó a quebrarse.

Por primera vez, Mario sintió el peso de su propia caída, el eco de sus decisiones resonando como un lamento en su alma.

Reparación de vidas catastróficas

Miguel C. Manjarrez

Revista Réplica