La felicidad sintética
José Simoné abría a sus amigos el lugar donde trabajaba con su familia, dentistas de varias generaciones. Ahí, en un espacio agradable, a pie de calle, sin vecinos molestos que incomodaran las tertulias cuyo término sucedía al asomarse el Sol, se reunían jóvenes de la sociedad del Distrito Federal.
La primera vez que acudió Mario Brunetti, le causó una especie de paz interior nunca experimentada. Todo era amor y paz. La comunicación surgía con voces cálidas y palabras empáticas. Hermanito querido, qué bien te ves, me encanta tu atuendo. Tu automóvil es una belleza, seguro te va muy bien y eso me genera una felicidad indescriptible, le decían.
Mario comenzó a imaginarse inmerso en esa dinámica, una familia amorosa y respetuosa. La plática continuó y se enfocó en él.
José Simoné, (Pepe Né, como se le conocía) introdujo al nuevo miembro de la pandilla.
–Hola, este muchachón es mi nuevo amigo, se llama Mario. Anda depre pues lo dejó una chava. Hay que apapacharlo y tratarlo como se merece. Que olvide todo lo malo y reciba el paraíso, (todos los asistentes soltaron senda carcajada).
–¿Qué paraíso?, preguntó Mario.
–La señora de las nieves te va a mimar, a cuidar y hacerte feliz.
–¿Quién es la señora de las nieves?, volvió a participar Mario.
–Pues la cocaína, respondió el anfitrión, poquito, poquito, no te asustes, es de la mejor calidad. Remató.
Mario, con una mirada atónita, pero con un alma quebrada y necesitada de amor y calma, harto de tantas noches de desvelo, con la imagen de Érika todo el tiempo en su mente, con la huella del rechazó fresca como una óleo en el lienzo de su vida, aceptó probar las mieles de las sustancia prohibida.
Se dijo, ¿qué puede pasar?, si todos de alguna u otra manera nos drogamos con algún medicamento.
El nuevo miembro de la pandilla inhaló con gran fuerza una línea de aquel polvo blanco que lo llevaría al peor de los infiernos, cuestión que él no imaginaba.
Así comenzó la etapa de los fines de semana de jolgorio y sustancias. Después de algún evento familiar o visita al bar de moda de la Ciudad de México, los amigos se volvían a encontrar en el mismo sitio.
En la cuarta o quinta reunión, –ya era común que el joven Mario consumiera un gramo de polvo blanco y una botella de brandy de la marcaTorres 10, sin probar bocado alguno–, conoció a una mujer con excelentes curvaturas, pero no con un rostro muy agraciado. Su nombre, Valeria Pinoi.
Una mujer agradable, viajada, como dicen, visitante de varios países, por lo que su intercambio de experiencias le resultó interesante al joven Mario, quien conocía también varias partes del mundo y tenía múltiples anecdotas que contar.
Estuvieron horas conversando, mientras ambos llevaban al pie de la letra el ritual de consumo y cantidad, una especie de regla no escrita. Un gramo de cocaína para cada uno y una botella de Brandy, también para cada cual.
Mario comenzó a ver con otros ojos a Valeria, dama experta en el arte de la seducción.
Después de una plática profunda, donde el efecto de la droga desinhibía prejuicios, dogmas, reglas, pensamientos políticamente incorrectos, información de relaciones familiares, puntos de vista moralmente adecuados, la confianza y comunicación entre ellos surgió de manera casi inmediata e intensa.
Al final de la velada, vino el primer beso apasionado. A Mario le pareció algo celestial y su mente romántica comenzó a correr a velocidades exorbitantes.