Un perro no es un juguete...
Hay modas que matan. Algunas lo hacen en silencio, como un veneno suave que se esconde en los objetos de lujo o en la ropa de temporada; otras son más crueles, como esa moda de comprar un perro porque combina con los zapatos nuevos o porque luce bien en las fotos de redes sociales.
Un perro no es un accesorio. No es una chamarra que se guarda cuando llega el calor ni un adorno que se esconde en un clóset cuando se ensucia. Es un corazón que late, unos ojos que esperan, una vida que depende de ti.
He visto familias completas rendirse ante la ternura de una bolita de pelo y, meses después, entregarla al abandono cuando descubren que los colmillos también muerden, que el cachorro crece, que ladra cuando está solo, que exige tiempo, cariño y paciencia. Entonces, la “mascota de moda” se convierte en estorbo.
Tener un perro es aceptar un pacto de años: alimentar cuando falte el hambre propia, limpiar cuando el cansancio te doble, cuidar cuando la enfermedad te alcance. No es un paréntesis en la vida: es un capítulo entero.
Quien decide tenerlo debe entenderlo: no basta con presumirlo en fotografías ni colgarle moños que arranquen sonrisas pasajeras. Su lealtad no conoce temporadas, y su amor no sigue tendencias. Un perro no está de paso: camina contigo hasta el final que la vida disponga.
Si lo que buscas es moda, compra un bolso; si lo que quieres es compañía, abre tu casa a un perro. Pero hazlo con la certeza de que su destino y el tuyo quedarán entrelazados.
Porque cuando llegue la vejez de ese amigo que hoy ves brincar y correr, ahí entenderás la magnitud de tu decisión: en sus patas cansadas, en sus ojos que ya no distinguen, en su hocico que se pinta de blanco. Esa es la moda más hermosa que existe: el amor que envejece contigo.
Un perro no es un juguete. Es una responsabilidad, un compañero y un reflejo de lo que somos capaces de dar.