Lo inteligente no es viral

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Lo que no entra en 15 segundos ni tiene filtros. Lo que permanece...

Lo inteligente no es viral. No baila, no grita, no hace lip sync. No promete abdominales en siete días ni te dice qué signo del zodiaco eres según tu forma de dormir. Lo inteligente pasa desapercibido en el feed, como un poema entre ofertas de uñas acrílicas.

A veces me pregunto si los algoritmos tienen corazón o si solo aprenden lo que más ruido hace. Porque ruido, lo que se dice ruido, sobra. Entre frases motivacionales recicladas, recetas de avena con chía y gurús de tres minutos, pareciera que el contenido profundo se volvió un estorbo.

No es que no exista. Está ahí, pero cuesta encontrarlo. Como un buen libro sin portada llamativa. Y no lo digo desde el enojo, sino desde la tristeza de ver cómo las redes premian lo inmediato y castigan lo importante.

El algoritmo no es culpable de todo, claro. Solo hace su trabajo: mostrarnos lo que más clics genera. ¿Y qué genera más clics? Lo ridículo, lo falso, lo que apela al escándalo o al morbo. Lo que grita fuerte aunque no diga nada.

Entonces pienso: ¿será que el algoritmo se atontó o simplemente aprendió de nosotros?

Y lo que más duele no es lo que vemos, sino lo que dejamos de ver. Porque mientras nos entretenemos con trivialidades, pasan de largo los textos que incomodan, los videos que enseñan, las voces que no bailan pero sí piensan.

No se trata de renunciar a lo ligero, sino de no olvidar que también existe lo esencial. Lo que no entra en 15 segundos ni tiene filtros. Lo que permanece.

Hasta la próxima,

Paty Coen