Reparación de vidas catastróficas: Capítulo 32. El primer día en el gimnasio

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El primer día en el gimnasio

Mario se tomó muy en serio el propósito de ser disciplinado. El lunes siguiente salió a visitar los gimnasios más cercanos a su domicilio. No exigió demasiado y se inscribió en el que le resultó más cómodo: un establecimiento de gran tamaño diseñado para familias deportistas.

El mismo día de la inscripción ya iba preparado, con la vestimenta adecuada para iniciar su rutina de ejercicios. No era un territorio completamente desconocido, pues solía ejercitarse en casa o en los países que visitaba con frecuencia.

Pronto se dio cuenta de que todos los presentes llevaban audífonos para escuchar música o miraban sus teléfonos entre serie y serie, siguiendo sus rutinas.

Él, en cambio, no iba preparado para desconectarse del entorno humano. Así que tuvo que aguantarse la música que algún trabajador de la recepción había elegido para ambientar el día: una delirante mezcla de reguetón con heavy metal.

Mario decidió ignorar el estridente sonido y comenzó a observar a las personas a su alrededor. Identificó a varios hombres que parecían estar dándolo todo para olvidar a una mala mujer (o un mal hombre) que había destrozado sus almas, sus corazones, sus ilusiones.

Admiró la belleza de las mujeres de cuerpos torneados, quienes ignoraban con maestría las miradas directas y penetrantes de jóvenes musculosos y hormonales. Estos, entre repeticiones, fantaseaban con algún vínculo fugaz o romántico. Lo mismo sucedía con los hombres que buscaban conexiones similares con otros hombres.

Mario analizaba con detenimiento todos estos comportamientos.

–¿Seré antropólogo? –se preguntó.

Las visitas al “templo del bienestar”, como él lo llamaba, se convirtieron en un hábito. Un buen hábito, decía Mario. De lunes a domingo llegaba puntual a las cuatro de la tarde.

Reparación de vidas catastróficas

Miguel C. Manjarrez

Revista Réplica