Reparación de vidas catastróficas: Capítulo 24. El último encuentro

Réplica
Tipografía
  • Diminuto Pequeño Medio Grande Más Grande
  • Default Helvetica Segoe Georgia Times

El último encuentro

Una semana después, Valeria le envió un correo electrónico:

“Te bloqueé en WhatsApp, pero no lo hice yo, lo hizo alguien más. Nos quieren separados.”

Mario se rio al principio, pero pronto la preocupación lo invadió. Algo no estaba bien. Decidió contactarla, y no se equivocaba: Valeria estaba peor que nunca, diciendo incoherencias, hablando con una mezcla de seducción y delirio.

Quería verla. Mario corrió a su casa. Por primera vez entró a la habitación de Valeria.

Ahí se reconciliaron en la cama, pero el encuentro no trajo paz. Después del acto, Valeria comenzó a hablar:

—¿Sabes lo que más deseo? Que me orinen, que me escupan, sentirme sumisa, sometida. Soy la primera mujer narcisista y psicópata que conoces, ¿verdad?

Mario la miraba, incrédulo.

Valeria continuó, despotricando contra sus amistades con palabras crueles. Habló de amigas con VIH, otras que se prostituían para drogarse. Criticó a su madre, culpándola de todos sus problemas.

—Ella tiene la culpa de todo —gritó, fuera de sí.

Mario sentía que su paciencia llegaba al límite. Su amor había sido sustituido por un agotamiento insoportable.

Con una calma casi ajena, le dijo:

—Valeria, lo siento, pero esto es demasiado. Es doloroso ver cómo te destruyes, y lo haces frente a mí, como si yo no existiera. Entendí que te alejaste aquella vez para protegerme. Quiero pensar que es porque en algún rincón de tu corazón hay un amor guardado para mí, uno que a veces escapa de ese infierno en el que vives.

Mario hizo una pausa, respiró hondo y continuó:

—Tu vida está colapsando, Valeria. Has dejado los tratamientos, estás dañando tu cerebro. Ni siquiera puedes expresarte bien. Perdóname por intentar salvarte siempre, por agobiarte, por no respetar tu derecho a equivocarte. Es tu vida. Tú decides si la construyes o la destruyes. Perdón… de corazón.

Ella lo miró, con una sonrisa irónica.

—Pues vete, cabrón. En una semana me voy a Europa. Allá me voy a meter todo lo que encuentre y participaré en orgías donde no me juzguen. Soy una persona muy sexual, ¿sabes? Necesito experimentar un día sí y el otro también. No quiero a un papá persiguiéndome. Esto no tiene cura, y ni quiero curarme. Solo las personas inteligentes consumen meta.

Mario se levantó.

—Dios te bendiga, Valeria. Espero que seas muy feliz en Europa.

Y salió de la casa.

Reparación de vidas catastróficas

Miguel C. Manjarrez

Revista Réplica