El trayecto
—Oye, no te enojes, solo estábamos jugando. Mi amigo Andreu me invitó a Ámsterdam en octubre. Van a estar mis amigos del intercambio, iremos a varios conciertos. He ahorrado meses para este viaje, por eso trabajo… y por eso me mantengo sobria.
—¿Sobria? ¿Esto es estar sobria?
—Uuuuy, ya se enojó el señor.
—Mira, Valeria, sabes que a ti nadie te controla, pero esto es demasiado.
—Exacto, Mario. A mí nadie me controla. Si me dices que no haga algo, lo hago. Mi personalidad limítrofe me lleva a hacer justo lo que me prohíben.
—Entonces, según tú, ¿eres una puta por prescripción médica?
—Oye, no voy a permitirte eso. No te voy a aceptar este tipo de insultos. Si crees que soy una puta, sí, ¿y qué? Terminamos en este momento. No quiero una relación así, ya tuve una, y qué hueva. ¡A mí nadie me pone límites!
—¿Estás montando esta escena solo para cortar conmigo y largarte a drogarte a Europa?
—Mario, si quisiera drogarme y meterme en orgías, lo haría aquí mismo. No necesito irme a Europa para eso.
—¿Y quién dijo algo de orgías?
—Bueno, pues… lo que sea. Hacer lo que me dé la gana, a eso me refiero.
—Por cierto, la chava con la que hablamos en la fiesta dijo que te conocían por eso.
—¡Ay, no inventes! Esa perra me tiene envidia. Siempre me envidian, todos están pendientes de mí. ¿Por qué? Porque no se atreven a hacer muchas cosas. Se la pasan criticando lo que no disfrutan.
—¿Y tú sí disfrutas?
—Pues obvio. Oye, ¿tú no estabas ahí en la fiesta, disfrutando también?
—Valeria, sabes que tuve un amor que me hizo mucho daño… pero tú me has hecho más mal, y en tiempo récord.
—¿Y entonces qué haces aquí conmigo?
—Solo quiero paz emocional.
—Eres un niño, un inmaduro y un inseguro. Llévame a mi casa. Mañana hablamos. ¡Estoy harta de soportarte! ¡Qué hueva!
—Te llevo ahora mismo.
La conversación terminó ahí, al igual que la noche para ambos.