La casa
Mario llegó a la propiedad de la amiga de Valeria. Ella estaba sola. Tardó en abrir la puerta y, con un gesto de sorpresa, dijo:
—Mario, mi amor, eres un ángel. ¿Te mandó Dios?
Mario entró a la casa; todo estaba como si un tornado hubiera pasado. Valeria estaba totalmente drogada, hablaba sin parar. Solo llevaba puesta una tanga, creyéndose una mujer sexy. Te ves patética, pensaba Mario.
—¿Has consumido, Valeria? ¿Cuánto? ¿Qué pasó? Llevabas semanas limpia.
—Ayer salí con unas amigas y tomé dos caguamas. No pude resistir, no pude… Perdón.
—¿Dónde está la droga que queda?
—No sé bien… por ahí estaba. Y si queda algo, será poco, porque ayer estaba fatal y me lo fumé todo.
Mario comenzó a buscar por todos los rincones de la casa. Se sintió un poco intrusivo revisando los cajones de personas completamente extrañas para él.
Finalmente, encontró una pipa de cristal con un polvo rojo, similar a restos de ladrillo quemado. Lo impresionó. Parecía una batería calcinada. Imaginó la porquería química que estaba destruyendo la mente, los pulmones, el hígado, las venas, el estómago y la boca de Valeria. Destruyó el artefacto de un pisotón tras envolverlo en una bolsa de plástico que contenía platos desechables.
Valeria intentaba seducir a Mario con movimientos que, en su mente, eran provocadores. Era una lamentable pantomima de lo que las metanfetaminas pueden hacerle a un ser humano.
Mario permaneció diez horas cuidándola, mientras ella relataba sus aventuras sexuales con diferentes hombres. Contaba cómo le introducían droga por todos sus orificios, incluidos la vagina y el ano, algo de lo que se sentía absurdamente orgullosa. “Es maravilloso”, repetía una y otra vez. Mario escuchaba, pero no sentía celos ni dolor. El trauma era tan fuerte que su mente lo protegía.
Llegó la amiga de Valeria, quien quedó atónita al observar el desastre en su morada.
—Valeria, ¿qué carajos pasó aquí? ¿Ya empezaste con tus chingaderas?
—No, Rose —respondió Valeria (por Rosa)—, ya sabes el trip… pero no lo volveré a hacer —reía—. La cagué, ¡sorry! —gritaba—. Me voy, me voy —lloraba.
Mario llevó a Valeria de regreso a su casa. Una hora y media de sexo desenfrenado curó momentáneamente el dolor de lo vivido.