Quizá mañana vuelvan a enfrentarse. Quizá no.
Primero fue el espectáculo de la destrucción: Trump y Musk lanzándose acusaciones como niños gigantes con juguetes de fuego. Dos egos hipertrofiados que parecían destinados a aniquilarse, no a dialogar. Dos narcisistas en guerra abierta, incapaces de ver en el otro algo más que un espejo deformado del propio yo.
Y, sin embargo, este domingo, entre rezos y discursos en el funeral de Charlie Kirk, ocurrió lo impensable: se miraron. Conversaron. Y se dieron la mano.
El escenario no era menor: decenas de miles de almas reunidas en un estadio de Arizona, en duelo por un activista ultraconservador convertido en mártir. Las cámaras cazaron ese instante breve pero poderoso: el magnate marciano y el emperador naranja compartiendo un gesto de buena fe. Algunos, incluso, juraron leer en los labios de Trump un susurro inaudible: “te extrañé”.
¿Exageración? ¿Proyección colectiva? Tal vez. Pero lo cierto es que, después de meses de fuego cruzado —desde insultos públicos hasta insinuaciones sobre expedientes secretos de Epstein—, la tregua parece un respiro. Un destello de cordura en la jungla narcisista. Son humanos, igual que los más pobres y desprotegidos del planeta.
El simbolismo es inevitable: el hombre más rico del mundo y el hombre más poderoso de la Tierra descubriendo, al menos por un momento, que el poder absoluto no se negocia a base de dinamita verbal, sino de pactos, aunque sean frágiles. Los líderes deben actuar con la cabeza fría, siempre. No reaccionar, sino accionar. No contestar, sino responder, argumentar, nunca agredir.
En tiempos donde todo parece arder, esa mano estrechada se recibe como agua en el desierto: un recordatorio de que incluso los titanes más inflamados por su poder son capaces de bajar la guardia. Que, aún entre errores políticos y heridas abiertas, puede asomar un gesto humano.
Quizá mañana vuelvan a enfrentarse. Quizá no. Pero hoy, entre sombras y desconfianzas, se encendió una pequeña luz. Y mientras esa luz permanezca, aunque sea apenas un resplandor, vale la pena creer en ella.