Lejos de ser una moda pasajera, esta tendencia habla de una comprensión más madura del amor...
Hay parejas que deciden casarse para compartirlo todo: casa, horarios, silencios y hasta el cansancio del día. Pero también hay quienes, después de dar el “sí”, eligen otra ruta: seguir viviendo como novios. A simple vista puede parecer un contrasentido, como si estuvieran negando la esencia del matrimonio. En realidad, es todo lo contrario: se trata de cuidarlo, de reinventarlo, de mantener la emoción y la individualidad a salvo.
La ciencia lo ha demostrado una y otra vez: lo nuevo, lo inesperado y lo desafiante son ingredientes que mantienen viva la conexión entre dos personas. Cuando la pareja comparte experiencias distintas —desde aprender algo juntos hasta romper la rutina con un viaje improvisado— se activan emociones que alimentan la intimidad. En cambio, cuando la relación se hunde en la monotonía, es más fácil que la chispa se apague.
Otro pilar de esta tendencia es el espacio personal. No se trata de alejamiento ni frialdad, sino de reconocer que cada quien necesita un refugio propio dentro de la relación. Las parejas que se dan ese permiso suelen comunicarse mejor, disfrutan de mayor confianza mutua y fortalecen su vida sexual. En lugar de sentir que el matrimonio los encierra, lo viven como una alianza que respeta la individualidad.
Algunas lo llevan todavía más lejos y deciden no compartir techo, a pesar de estar casadas. Es el llamado Living Apart Together: un modelo que parece extraño para quienes crecieron con la idea de que la unión significaba absoluta convivencia. Para estas parejas, sin embargo, mantener hogares separados no debilita la relación; al contrario, potencia los momentos compartidos y preserva la libertad personal.
En el fondo, todo esto responde a una tensión que siempre ha existido: el deseo de estar juntos y la necesidad de seguir siendo uno mismo. Vivir como novios dentro del matrimonio es la manera de conciliar ambas fuerzas. Se trata de cultivar la novedad, de proteger la identidad individual y de permitir que el vínculo se expanda, sin asfixiarse en la rutina.
Lejos de ser una moda pasajera, esta tendencia habla de una comprensión más madura del amor. Ya no basta con cumplir el contrato social del matrimonio; hoy se busca construir relaciones que sean fuente de crecimiento y no de desgaste. Y si eso significa volver a las dinámicas de los noviazgos —citas, sorpresas, distancia saludable—, entonces quizá hemos encontrado la manera más lúcida de cuidar lo que de verdad importa: la complicidad que se elige todos los días.