Reparación de vidas catastróficas: Capítulo 8. La ayuda para pasar el trago amargo

Réplica
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La ayuda para pasar el trago amargo

La adolescencia de Érica y Mario estuvo lejos de ser una convivencia normal. Eran inseparables. En la escuela, durante los recreos y en cualquier otra actividad, siempre estaban juntos. Esa relación tan cercana no pasó desapercibida y fue objeto de críticas constantes entre sus compañeros.

Érica vivía en un limbo emocional. No entendía realmente lo que había pasado, ni la magnitud del escándalo que rodeaban a su familia. Todo lo que sabía era lo que le transmitía su madre: un odio silencioso que se infiltraba en cada rincón de su vida.

Cuando cumplió dieciocho años, la celebración fue inexistente. Ni su madre ni sus escasas amigas se molestaron en organizar algo. La mayoría de edad, que para otras niñas de su círculo era motivo de grandes fiestas, para Érica pasó como cualquier otro día gris.

Ante la indiferencia de su madre y su propia soledad, Érica se refugió aún más en Mario. Y como era inevitable, el vínculo entre ellos se transformó.

La relación entre Mario y Érica dejó de ser únicamente de amistad para convertirse en algo más íntimo. Empezaron con la curiosidad propia de la edad, explorando terrenos desconocidos.

Érika hablaba con Mario de lo que escuchaba en la escuela sobre sexualidad. No de las lecciones formales impartidas por los maestros, sino de las conversaciones entre amigos, plagadas de exageraciones y desinformación, pero más cercanas a la realidad que los discursos oficiales.

Mario, casi sin darse cuenta, se convirtió en el experimento de Érica. Ella no tenía claridad de lo que si hacía estaba bien o mal, pero lo disfrutaba. La penetración todavía no ocurría, pero usaban sus manos para explorar los secretos del cuerpo. En ese proceso, pasaron de ser confidentes a amantes.

Ambos habían crecido en un entorno marcado por el escándalo, creyendo que la felicidad era un ideal inalcanzable, pero aferrándose a encontrarla a su manera.

Los padres, en un intento por protegerlos del sufrimiento que traía el pasado, toleraron su unión. La madre de Érica y el padre de Mario apenas cruzaban palabras, pero entendían que sus hijos solo se tenían el uno al otro.

Para ellos, rehacer sus propias vidas era imposible. Los golpes del escándalo, la muerte de la esposa de José y el descrédito del esposo de Francesca, eran heridas que nunca sanarían.

Reparación de vidas catastróficas

Miguel C. Manjarrez

Revista Réplica