Reparación de vidas catastróficas: Capítulo 6. El departamento

Réplica
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El departamento

Llegado el día, Rubén salió de su oficina, como siempre: tranquilo, calmado, con la mirada de alguien diferente, como si fuera otra persona, lleno de vitalidad, de emoción, aquellos sentimientos ocultos en sus células desde su juventud.

–Hasta mañana señoritas y señoras.

Todas las empleadas de la oficina quedaron consternadas de tanta amabilidad.

–¿Qué le pasa al jefe? –, susurraron.

–Seguro acaba de ganar millones.

–O ya tiene un quelite.

–Sí, puede ser, ya sabes cómo son los hombres a cierta edad. Después de la monotonía, todavía queda espacio para nosotras las solteras.

Un concierto de carcajadas retumbó en la elegante oficina de la avenida Reforma.

Rubén abordó su elegante Lincoln negro, con interiores de piel negra, un tono serio que tanto le agradaba. Le pidió al chofer que lo dejara en casa, con el pretexto de que quería distraerse un poco antes de llegar. Desde allí, tomaría su Corvette de los años 60, una verdadera joya que envidiaban los cuarentones.

Llegó a casa, efectivamente, nadie lo esperaba, nadie sabía a dónde iría, ni siquiera su breve estancia en la casa de las Lomas.

Tomó un baño relajante, con velas de aroma a jazmín e incienso olor canela.

Se vistió con un pantalón de casimir color negro, un suéter de cachemira gris, formal, de cuello en V.

Salió de su casa, se sentía extremadamente feliz, como si fuera a vivir una experiencia nueva, aunque casi olvidada. Mientras conducía, pensó muchas cosas, pero la única persona que llegaba una y otra vez a su mente era su hija Érica, siempre sola, siempre retraída, siempre triste.

Al llegar al departamento, Rubén se dio cuenta del éxito financiero de su amigo de la infancia. Subió por las escaleras, en lugar de tomar el elevador.

Cada escalón parecía acelerar su corazón. Se dijo a sí mismo: Carajo Rubén, pareces pendejo, ¿cómo te puede dar tanto miedo algo que no es nuevo.

Abrió la puerta. Entró. El departamento estaba vacío.

Una nota en el recibidor, justo frente a la puerta, sobre una mesa de mármol, junto a una figura de cristal cortado, bellísima, de un gusto exquisito.

La leyó:

Rubens, espérame, estás en tu casa. Llego a las 11pm.

Rubén comenzó a conocer cada rincón del departamento, y, efectivamente, se sintió como en su casa. Los pisos de madera obscura, del mismo tono de los muebles, parecían parte del mismo tronco.

Abrió la puerta de cristal del final del pasillo, y encontró una terraza techada, sin vista, pero con una vegetación rarísima y hermosa.

Se sirvió una copa de vino tinto chileno, de una cosecha excelente. Mientras escuchaba música clásica, percibió el sonido de una puerta. Eran las 11:30 de la noche.

– ¡Rubens! – exclamó el Senador de la República. La charla comenzó.

Llevaban solo 35 minutos, cuando ese beso de adolescentes sin conocimiento total de sus preferencias, de sus sueños, de sus metas, volvió a aparecer. De ahí a lo siguiente. Pasaron dos horas, terminó. No se habló del tema. De pronto, un disparo. Un impacto mortal en la mitad del rostro de Rubén, entre los ojos, la frente y la nariz, lo mató en cuestión de milésimas de segundo.

Mientras el Senador, cegado con la sangre que cubría su rostro, sus ojos ardiendo y su alma muriendo, grito:

–¿Qué mierda pasó? ¿Quién eres? ¿Qué haces dentro de mi apartamento?

Jacinto, limpió su cara con la camisa que llevaba puesta, fijó su mirada en la esquina, donde solo podría distinguir una silueta.

– ¿Quién madres eres?

–Yo… amor….

Jacinto cayó de rodillas, comenzó a sollozar.

–¿Por qué lo hiciste Raúl? Solo era un reencuentro del pasado. Ahora nuestra vida cambiará radicalmente. ¿Qué haremos? Revisa a Rubén, ¿está vivo?

–No. Nunca fallo. Sabes que, en el Estado Mayor Presidencial, era el mejor tirador.

Raúl, el amante del Senador, no pudo contener el ataque de celos y mató a su adversario.

En minutos, llegó la policía. El Senador no habría podido escapar.

Una llamada al presidente de la República dejó consternados a todos los presentes.

–Que pague lo que hizo ese cabrón–, fueron las órdenes del primer mandatario.

Reparación de vidas catastróficas

Miguel C. Manjarrez

Revista Réplica