La cita
Días después, en un restaurante de Polanco, rodeados de empresarios, artistas, políticos, señoras de sociedad, ejecutivos y gente común, los dos examigos se sentaron al fondo del lugar, casi ocultos detrás de un helecho gigantesco, para evitar ser molestados. Ambos habían sido protagonistas de varias portadas de revistas, por lo que preferían la discreción.
El intercambio de palabras comenzó:
–¿Qué pasa, viejo? Mi estimado Rubén, ¿qué mosca te picó?, ¿Por qué te acordaste de este mortal?, tanto tiempo en el olvido y en la desatención.
–No mi Senador, si siempre me acuerdo de usted. Solo que la semana pasada, ese día que me atreví a molestarle en el Senado, lo extrañé.
–¡Ah chingá, chingá! Eso se escuchó medio puñalón.
–Pero yo también he pensado en ti desde que perdí a mi esposa y a mis dos hijos en un accidente de tránsito. Ese puto chamaco iba hasta la madre y se estrelló en el frente del carro de mi esposa, como un pinche mosco.
–Híjole…. No tenía idea de lo que te había pasado.
–Así es…
La charla continuó durante varias horas.
–Bueno es hora de irnos mi Rubens.
–Así es, Senador.
Al darle la cuenta a uno de sus asistentes, el Senador, con esa seguridad de los poderosos, dijo:
–Ten esta llave. Es de un departamento que tengo en la Zona Rosa. La dirección está en la etiqueta al reverso, quiero verte ahí a las 11 de la noche, el próximo viernes.
–Está bien Senador.
–Hasta el viernes.
–Hasta el viernes.
Faltaban tres días para el encuentro, y Rubén no pudo dejar de pensar en lo que sucedería esa noche.