Reparación de vidas catastróficas: Capítulo 4. El reencuentro

Réplica
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El reencuentro

El reencuentro

Ese día en que Rubén decidió cambiar su vida, impulsado por sus añoranzas y recuerdos, mientras escuchaba el constante bullicio del tránsito en la avenida Reforma, reflexionaba en su terraza. Sentado en un elegante conjunto de muebles europeos, rodeado de tres tazas vacías de café expreso y un plato con rodajas de limón —el acompañamiento de su único vicio actual—, la música clásica que tanto amaba le servía de fondo para pensar:

¿Le llamaré ahora mismo a Jacinto?

¿Qué estará haciendo en este momento?

¿Cómo será ahora?

¿Sentirá la misma nostalgia que yo?

Finalmente, tomó el teléfono privado y marcó a la oficina de Jacinto.

—Bueno… Sí, Cámara de Senadores. ¿En qué le puedo ayudar?

—¿Me podría comunicar con el Senador Jacinto Serratos?

—Lo comunico a su oficina, un momento por favor.

Rubén, por primera vez en su vida adulta, sintió ese nerviosismo que suele golpear a los adolescentes en las pruebas más absurdas de la vida social.

—Oficina de Tabasco, Senado de la República.

—¿Me podría comunicar con el Senador Serratos?

—¿Quién le busca?

—El Licenciado Rubén Vázquez, de Corporación Industrial de Desarrollo Minero.

—¿Su asunto?

—Personal.

—Deme un segundo, por favor.

Las palpitaciones de Rubén se hicieron más fuertes e intensas; sintió que la presión le bajaba de una forma infame. Segundos después, la voz familiar rompió el silencio.

—¡Pero qué milagro, mi querido Rubén! ¡Tanto tiempo! ¿Cómo has estado, viejo?

—Muy bien, aquí en el trabajo. Te llamé para organizar una reunión de examigos.

Una carcajada, profunda y sincronizada, resonó en las bocinas de ambos teléfonos.

—¿Qué clase de reunión, Rubén?

Rubén sonrió, convencido de que estaban en el mismo canal.

—Pues como las de antaño, pero con menos irresponsabilidad… ya sabes, el cuerpo ya no aguanta.

—Estás anciano, viejo.

—¿Te parece si comemos el próximo viernes en Polanco?

—Me parece perfecto.

—Dame tu número para que nuestras secretarias acuerden el lugar.

—Es el…

—Apuntado, mi estimado Rubén. Nos veremos pronto.

—Ok., mi Senador.

—Hasta la vista.

Reparación de vidas catastróficas

Miguel C. Manjarrez

Revista Réplica